miércoles, 10 de diciembre de 2014

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN TERCERA PARTE. ESTER. CAPITULO 5- LA CLASE LASER

CAPITULO QUINTO LA CLASE LASER

                      

 


   La mañana amaneció lluviosa, cuando Julián se despertó ya tenía a Ester a su lado leyendo un libro mientras esperaba pacientemente. Fue abrir los ojos cuando dos besos se dejaron caer en la mejilla de su abuelo. Le incorporó, le ayudó a pasarse a la silla de ruedas para conducirlo al baño. El servicio estaba todo dispuesto para atender las primeras higienes del anciano. La bañera con hidromasaje conectada y mientras Ester preparaba la ropa para vestirle, él se fue desnudando. Cuando entró en el servicio se recreaba en las burbujeantes aguas a presión. Con la ayuda de una esponja frotó con fuerza aquel castigado cuerpo y lo enjabonó desde la cabeza a los pies. Vestido de espuma con ayuda de sus brazos y el apoyo de su nieta regresó a la silla que se acoplaba en el saneamiento. Asegurado su equilibrio con la manguera de la ducha le fue quitando todo el jabón al tiempo que el desagüe se encargaba de absorber el agua. Secó lo permitido por la posición del viejo. Depositó una toalla sobre la silla de ruedas y con su ayuda lo trasladó. Allí pudo seguir secándole las piernas, los pies, los dedos y los espacios entre los mismos. Concluida la operación se echo a su abuelo sobre su hombro y con otra toalla le secó el trasero. Los lagrimales ya por si flojos fueron incapaces de retener las lágrimas. Esa dulzura, o la ternura, pero especialmente el amor que aquella niña ponía en su labor le ahogaban de sensaciones, de felicidad, de agradecimiento. No había duda que el Señor compensaba a sus ovejas. Pero a él ya le había premiado con creces al permitirle cruzarse con Anki. Aquello eran extras. No sabía muy bien porque pero adoraba a su Dios por tanta generosidad.

   Desayunaban juntos cuando Andrea, algo sofocada, llegaba corriendo a la cabaña para atenderlo. Por la noche llegaron demasiado tarde y esa mañana no había quien los despertara. Al ver a su padre arreglado fue al encuentro de su niña para abrazarse y besarle con todo su cariño. Luego repitió la operación con Julián, para sentarse a continuación en la mesa y acompañarlos en la primera toma de calorías.

   A los diez minutos se les unió Greet. De inmediato Ester volvió a levantarse para preparar el desayuno a su padre, anteriormente lo había hecho con el abuelo y su madre.

   Esa mañana habían quedado en navegar. Ester dejó bien claro que no pasaría ni un solo día sin salir a la mar, siempre y cuando ésta se lo permitiera, dando por descontado que su abuelo le acompañaría. Si alguien deseaba apuntarse no tenía el menor inconveniente, pero por nada renunciaría a su jornada náutica.

     Greet acercó el todoterreno a la cabaña del abuelo y con todos los trastos necesarios subieron al vehículo. Ya en el puerto metieron el coche junto al hangar donde guardaban las embarcaciones y en esta ocasión decidieron salir con el catamarán. Estaban embarcando cuando el armador de Limón telefoneo al celular de Julián. Había leído su mensaje y precisamente tenía un par de embarcaciones Laser, la solicitada por su cliente. Cuando le pareciera pertinente se podrían pasar a verlas. De inmediato le comunicó que en unas horas estaban en el puerto de Limón que procurara tenerla preparada en el agua para estrenarla ese mismo día. Aquello era demasiado precipitado pero Julián era uno de sus mejores clientes y no era momento para ponerle ninguna escusa, haría lo imposible por tenerlo todo preparado.

 

     Hoy nos iremos hacia el norte, quiero ver algo en Limón. Entre ir y volver nos llevará la mañana si preferís comer allí buscamos un restaurante, de lo contrario regresamos a casa y almorzamos en la cabaña.

 

   La propuesta del abuelo les pareció correcta, nadie había pensado en una alternativa, aceptando con gusto la oferta del abuelo. Ahora si la preferencia por regresar a casa a comer fue unánime.

   Ester tomó el mando del catamarán. Su abuelo observaba como se desenvolvía. La pequeña de vez en cuando dirigía su mirada a su yayo para confirmar que eran correctas las decisiones. Sin hablar se transmitían todo lo que se querían decir. Julián durante la navegación jamás objetaba nada, salvo que el error pudiera traer consecuencias. Desde los tres añitos aquella criatura navegaba con él y poco a poco las decisiones las tomaba la niña. Luego se sentaban en una cafetería si habían navegado en España, o tumbados en la hamaca si era en la cala de las cabañas y le preguntaba el porqué de una maniobra u otra. Jamás le corregía deseaba que descubriera sus errores, e incluso no equivocándose que encontrara otras soluciones. Tenía muy gravado desde niño la frase de Piaget, enseñarle algo a un niño y le privaras de placer de descubrirlo. Pero últimamente todas las decisiones de aquella pequeña eran las correctas. Seis años navegando portando iniciativa, más otros tres de paquete, le habían revelado el arte de navegar. Estaba maravillado, entusiasmado y cuando le prometió que conseguiría el oro olímpico revivió su juventud. Aquella pequeña era mejor navegante que él pues tenía las dos virtudes que les hicieron ser oro olímpico. Pero sobre todo se emocionó porque la idea partió de ella. Se prometió no inmiscuirse en los deseos y sueños de nadie. Siempre le tendrían a su lado para ayudarlos cuando desfallecieran, sin presiones, sin coacciones, sin consejos dirigidos, simplemente motivándolos a levantarse y a buscar su camino. Esa había sido su filosofía de la vida y, cuantos de su alumnado captaron esa filosofía.

   Algo que le llenaba plenamente, se daba cuando se encontraba con antiguos alumnos y estos le confesaban que seguían esa filosofía, no porque les machacara con la idea, porque nuca lo hizo, sino por su ejemplo de vida. La gran mayoría le confesaba que también habían tomado muy en serio la frase de Einstein.

 

“La esencia del ser humano está en su capacidad de entregarse a los demás.

 

   La mar andaba bastante tranquila y la calidad del viento para como andaban las aguas era perfecta. Realizaron un trayecto increíble, disfrutaron de las panorámicas, de los delfines saltando para recuperar el frescor del Caribe, tomaron su aperitivo a bordo y disfrutaron con el manejo de la embarcación por parte de la pequeña.

   Una infinidad de recuerdos le llegaban al anciano durante aquel trayecto. Cuantas horas de navegación mano a mano con su compañero de equipo o en solitario. La mar después de Anki y su profesión era su tercer amor. Pero más que la mar era la vela.

   Por fin arriaron y el motor les condujo a los amares de las embarcaciones deportivas del puerto. Pronto pudo distinguir al armador quien tenía ya la embarcación en el agua. A un gesto de este Julián indicó a Ester que amarrara junto a esa pequeña embarcación. Fue verla y comentar de inmediato con su abuelo, que era una preciosidad.

 

   - ¿Cómo me gustaría probar una embarcación de esa clase? ¿Sabes cómo se llama, abuelo?

 

   Con la sonrisa en su rostro que de inmediato descifró aquella pequeña Bribri y mientras su yayo le confirmaba que se trataba de la clase Laser, fue consciente que era para ella. Su abuelo los había, les condujo a Limón precisamente para darle la sorpresa. Casi no había terminado de pronunciar el tipo de clase que era cuando replicó.

 

   - ¿Abuelo es para mí, verdad?

 

   No cabía duda allí estaba el armador amigo de su yayo. Se lanzó como una loca a sus brazos, se sentó sobre sus piernas y besaba todo el rostro. Luego besó a su madre, a su padre, al armador y abordó su nueva embarcación. Los padres reprendieron al abuelo. Era un consentidor, la estaba mal educando. Pero se defendió manifestando que la educación les correspondía a ellos. Su papel era el del abuelo, consentir cualquier cosa a sus nietos. Andrea se separó de su esposo para ir junto a su maestro para abrazarse con toda su ternura y amor. Aquel hombre no le dejaría de sorprender ni después de muerto. De eso no le cabía la menor duda.

 

   -  Bueno mi niña ahí la tienes, saldremos a navegar. La pruebas y si te gusta es tuya.

 

  Julián extendió un cheque al armador y esté le entregó toda la documentación. Pero si no era del agrado de la pequeña, cuestión que ambos estaban convencidos que no sería así, podían cancelar la venta sin ningún compromiso.

   Finalizadas las gestiones, que se realizaron a bordo del catamarán, donde Andrea sirvió un pequeño aperitivo, Greet se puso al mando del velero con el que llegaron y siguieron a la niña en su trayectoria con su flamante Laser.

   La felicidad inundaba hasta el último rincón del alma de aquella pequeña. Era muy manejable, pero lo que realmente le asombró fue su capacidad de navegación. Llegó a llorar por la emoción. Se repetía mentalmente que navegaría si era necesario las veinticuatro horas al día siempre que dispusiese de tiempo, pero sería campeona olímpica en la clase Laser. Pronto se percató que también era fácil volcar. Tenía que aprender muchas cosas con aquel nuevo casco, el tipo de velas y la combinación de ambos. Pero se sentía la diosa de los mares.

   Cuando amarraron las embarcaciones en el pequeño puerto deportivo de la cala, saltó de su embarcación, ya amarrada al catamarán y fue directa hacía su abuelo. Era la embarcación que siempre había soñado, ligera manejable peligrosa, veloz. Había soñado que conquistaba el oro con esa embarcación. Ahora sabía que clase era, Laser, como ese rayo físico manejaría ella aquel casco y se convertiría en la primera española, tica, holandesa en ganar una olimpiada. Con sus chispeantes ojos verdes enturbiados por ser incapaces sus lagrimales de retener el líquido se lanzó en brazos de su abuelo.

 

      He soñado con este tipo de casco. He soñado que ganaba la olimpiada como tú. Eres lo mejor que me ha pasado abuelo. Quiero que aguantes para verme subir al pódium.

 

     Si ya tenía por la edad el llanto fácil, no fue menos en esos momentos. Abrazada a su pequeña le aseguró que siempre estaría a su lado, aun después de abandonar este mundo.

 

     Intentaré aguantar. Pero aligera que no se cuanto resistiré.

 

   Todos sonrieron. Ester pidió no guardar la embarcación a la tarde pensaba salir con ella. Entraron el catamarán en el hangar y a petición de Julián sacaron la embarcación de recreo de gran cilindrada. Saldría con su nieta y un pescador amigo suyo de la zona para acompañarle. Ella protestó alegando que si no se fiaban, pero las palabras del abuelo le volvieron a la sensatez.

 

    Por supuesto que quiero ir conmigo yayo, olvida lo que he dicho, me encanta que estés siempre a mi lado.

 

   Las palabras del abuelo sellaron la posible discusión. Pero con nueve años y a pesar de sus grandes dotes de navegación serían unos inconscientes dejar a una menor sola ante la caja de sorpresas que es siempre la mar. Comieron en la cabaña del matrimonio, el servicio había sido alertado y tenían todo a punto para el almuerzo. Durante el mismo la nueva embarcación fue el centro de la conversación. Ester estaba como el día de reyes. Entusiasmada y solo deseaba terminar de comer, bueno pensó habrá que dejar que el yayo duerma su siestecita, pero se encontró con la grata noticia que renunciaba a lo casi sagrado para él por acompañar a su nieta antes que la luz solar los abandonara. Ella insistió para que descansara un rato pero era consciente que no iba a volverse atrás, era igualita cuando tomaban una decisión ni una catástrofe les hacía cambiar de opinión.

    La navegación fue increíble. Julián se extrañaba de ciertas decisiones que jamás había realizado. Luego pensó que sin ningún género de dudas estaba tanteando a la embarcación, deseaba conocerla en situaciones límites y aunque la mar no invitaba a muchas situaciones de ese tipo si las forzó. Tenía que conocer sus límites, debía descubrir situaciones imposibles, para tratar de conseguir salir de ellas. Luego de tres horas de navegar sin pausa regresaron a puerto.

   Se sentaron en el pórtico de la cabaña del abuelo con la que compartía con su nieta y mientras merendaban intercambiaron opiniones sobre todas esas acciones realizadas esa tarde. Efectivamente Ester le fue confirmando sus sospechas. Necesitaba conocer los límites de aquella embarcación y deseaba probar en situaciones difíciles, cuando la mar se mostraba con su otra cara. Oírle hablar, planificar, distribuirse su tiempo para navegar le llegó la convicción que aquella señorita seguiría sus pasos en alguna olimpiada. El compadre de Julián se quedó maravillado con el manejo de aquella niña con esa cascara de nuez sobre las aguas. Pero le aseguró a su amigo que si la chiquilla estaba algo loca, lógico por la edad, él no tenía perdón al aplaudirle todas sus locuras. Logró comprometer a su compadre para salir con mar brava.

 

    Usted está loco compadre, está loco. Pero lo haré, a usted no se le puede negar nada.

 

Era casi treinta años más joven que Julián, pero ya entraba en esa maravillosa edad de las seis décadas. Confirmó su compromiso cuando dejaban las embarcaciones dentro del enorme hangar donde guardaba las cinco que tenían a la que se les había sumado la de Ester. Cuando esto sucedió la niña se lanzó a los brazos de los dos ancianos y los besaba. Al llegar a casa no paraba de contar aquella increíble tarde. Ese día lo recordaría toda su vida. Porque como comentó en esa jornada comenzó la cuenta atrás para la nueva campeona olímpica.





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