jueves, 4 de diciembre de 2014
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN TERCERA PARTE. ESTER. CAPITULO 4 NO ME PASA NADA
CAPITULO CUARTO ¡NO ME PASA NADA!
El sol despertó a Ester. Por la noche mantuvo
las cortinas descorridas para poderse levantar antes que su abuelo. Miró el
reloj, solo había descansado unas cuatro horas, los dígitos marcaban las cinco
de esa esplendida mañana. Restregándose los ojos, al tiempo que su cuerpo se
estiraba y un bostezo profundo le sorprendía para acompañar el inicio de la
nueva jornada. Se aproximó a la hamaca donde dormía plácidamente aquel
personaje al que veneraba. Se mantuvo de pie, junto al lecho flotante. A la
altura de su cintura, su abuelo en posición horizontal. De fondo el Caribe y
unas islas cercanas, mientras la estrella del sistema solar, emergía de las
serenas aguas entre dos islas. Aquella estampa elevó su espíritu. Pero sus
mágicos ojos verdes al dirigirlos hacía su abuelo, fue consciente que
comenzaban a enturbiarse y unas lágrimas imposibles de retener se desvanecían
hasta alcanzar el suelo. Unos pucheros acompañaron a esas lágrimas para dar
paso casi de inmediato a un llanto incontrolable. Al ser consciente que el
sonido producido por el acongojo que le sobrevino podía despertar a su abuelo
se alejó para entrar en la cabaña, dejarse caer sobre su cama, para llorar como
jamás lo había hecho hasta la fecha. Su abuelito se le iba.
¿Con quién
iba a jugar? ¿Con quién iba a realizar travesuras? ¿Con quién iba a salir al
cine, al teatro, a los conciertos? ¿Quién le acompañaría a navegar? Papá y mamá estaban muy ocupados. ¿Quién le
iba a defender ante las discusiones con sus progenitores? ¿A quién se podría
abrazar par reír, llorar, conversar, discutir, aprender, preguntar…?
La voz temerosa y entrecortada de su yayo,
que se había desplazado desde la hamaca hasta la habitación arrastrándose por
el suelo, le hizo retornar. Con el temple de un adulto se giró secándose el
llanto con las sabanas.
¿Te… ha
sucedido… algo? No me lo perdonaría en la vida.
Eran las palabras entrecortadas que lanzaba
aquel anciano, mientras se abrazaba a su pequeña. De inmediato serenó a su
abuelo. No le ocurría nada, estaba llorando de alegría por tener un abuelo que
se preocupaba tanto por ella. La conversación fue tomando la verdadera
dimensión, Julián volvió a abrazarse a su nieta, le hubiera gustado desahogarse
llorando pero por nada del mundo preocuparía más si cabe a su pequeña. La tarde
noche anterior se lo hizo pasar mal y era consciente que ya no podría salir a
solas. La situación que se dio en la fiesta se repetiría con más frecuencia de
lo normal. A una chiquilla de nueve años no se le podía responsabilizar de una
situación así. Nieta y abuelo se confesaron mutuamente, él le expresaba su
tristeza al no poder salir solos. Otro adulto los tendría que acompañar en sus
aventuras por el mar, o en la asistencia a cualquier espectáculo. Se confesaba
que si había sido capaz de valerse esa primera vez y por sorpresa con mayor
motivo podría hacerlo en las siguientes ocasiones.
- Además
yayo pienso buscar información en internet y preguntar a médicos especializados
en tu enfermedad para saber cómo se deben tratar esas situaciones. No creas que
te vas a librar tan pronto de mí.
Observaba a la criatura, encogido por la
emoción. No pudo evitar las lágrimas, aquel tesoro era inmejorable, se abrazó y
le besó con una ternura especial. Tomó lo primero que encontró, la sábana
superior de su cama, para enjugar los lagrimones de felicidad que se
precipitaban desde esos cansados ojos azules de su abuelo.
Se acercaron al comedor, él en su silla de
ruedas, ella empujando al personaje. Tomaron un buen desayuno y después de
recoger todos los bártulos, pagaron la cuenta del hotel y en un taxi se acercaron
al puerto donde tenían amarrada su embarcación. La mar se había vuelto a
serenar y no había peligro de navegar en sus aguas. Con ayuda de unos empleados
del puerto subieron al abuelo a la embarcación. Acoplado en el timón dio las
gracias acompañadas de algún que otro dólar y conectó el motor para salir de
puerto. Nada más abandonar el recinto, extendió velas y se puso junto a su
abuelo, quien le cedió el mando y abrazados navegaron por aquellas aguas, rumbo
a casa.
No tardaron en alcanzar las aguas de Costa
Rica. Andaban a la altura de Manzanillo cuando una patrullera de la policía les
paró para comprobar documentación. No los retuvieron, todos los habitantes de
aquel rincón conocían demasiado bien al anciano. Se alegraron de poderle
saludar y se ofrecieron para lo que fuera menester. Agradeció las atenciones
pero tenía a una gran loba de mar a los mandos de la embarcación, amén de la
mayor belleza del Caribe. Ester se sonrojó ligeramente y de nuevo reanudaron el
rumbo camino de su cala. En el pequeño puerto, que las autoridades le dejaron
construir amarró su embarcación. Andrea y Greet les estaban aguardando pues en
la parada la policía comunicó a la familia que llegaban a casa.
Durante el pequeño trayecto en coche Ester
comentaba lo maravilloso que habían sido esos días junto al abuelo. Julián
inició el relato del incidente, pero con su habilidad Ester logró de inmediato
cambiar de tema. Era algo que no podía ocultar, pero tendría otro momento para
hablarlo con sus hijos. Llegaron a casa y la mesa dispuesta para esa comida
aguardaba a que los comensales se sentaran a la misma para hacerse con los
alimentos. Tanto Ester como Julián quisieron darse una ducha primero. Mientras
su hija se duchaba Andrea atendió a Julián para ese menester donde era incapaz
de valerse por sí mismo. Comprobar el amor, el cariño y la ternura que aquella
mujer ponía le tenía encogido el corazón. Durante la ducha le contó el
incidente de esa escapada por el mar y la preocupación consiguiente. Le expresó
como aquel renacuajo se comportó mejor que muchos adultos, con una serenidad y
un aplomo que le tenía asombrado. Andrea dejaba escapar unas lágrimas al ver
como aquel anciano lloraba de emoción. Fue cuando se confesó con él al
comentarle que la pequeña le había propuesto que un año lo cuidaría y otro ella
así ninguna perdería sus quehaceres. Aunque le llevara más tiempo finalizar sus
estudios eso era lo menos importante. Quien importaba y mucho era el abuelo. Se
abrazaron llorando como dos niños, por supuesto que no lo iban a consentir. Fue
entonces cuando volvió a insistir. Había que contratar a un profesional para
que le atendieran en las horas que tuviese que trabajar.
Mi querido
papá sabes que jamás haré una cosa como esa. Te conozco lo suficiente como para
no consentir algo así. Por mucho que hiciera nunca compensaría lo que has hecho
tú por todos nosotros.
Poso su labios en “su padre” para que no
dijera tonterías, sabía perfectamente que uno no hace las cosas por recibir
algo a cambio y no estaba pagando lo que él había hecho. Simplemente disfrutaba
y se realizaba en todos los campos dedicándole su tiempo.
Está claro
que el Señor me está haciendo que me gane la eternidad con Anki, pero aunque me
mantuviera otros noventa años estoy seguro que seguiría ganando.
Fue pronunciar esas palabras, cuando le vino
a la mente lo sucedido esa noche. Su encuentro con ella y el vivir aquellas
horas que no recordaba del pasado. El Señor los trasportó al paraíso para que
vivieran juntos unas horas y fueran conscientes de la grandeza de Dios.
Dándoles a entender la necesidad de entregarse a los demás. Andrea lloraba,
reía, se abrazaba a su “papá” pero al ver la hora le dio una palmada cariñosa
en el trasero y le secó a marchas forzadas para bajar a comer. Padre e hija aguardaban
pacientemente a que los dos componentes de la familia se dignaran a dejar sus
comentarios y charlas para reunirse todos y comer. Fue una comida con una buena
carga en la conversación. Andrea miraba a su “papá”, sonreía, le mandaba un
beso picarón o le guiñaba un ojo, siempre con esa sonrisa que tanto le
agradaba. Ester hacia un tanto de lo mismo mientras que Greet se sentía el
hombre más afortunado por compartir su vida con esa familia.
Ya en la sobremesa en el pórtico de la
cabaña Andrea, apoyada en todo momento por Julián, expuso a su pequeña que las
salidas los dos juntos no se podrían dar. No por desconfiar ni mucho menos pero
una responsabilidad de esas dimensiones no se le podía trasladar a una menor.
Les podría acarreara algún que otro problema legal. En un principio protestó,
pero la ternura de su abuelo y el cariño de su madre le llegaron a convencer.
Lo que sí dejó claro aquel renacuajo fueron sus salidas a la mar. Podía
apuntarse quien quisiera, pero no renunciaría a salir todos los días de las
vacaciones con el abuelo mientras la mar lo permitiera.
Sabes abuelo, quiero ser olímpica y ganar una
medalla como tú. Quiero que me orientes en que clase sería la más apropiada
para poder lograr ese objetivo.
Los adultos sonrieron, pero eran conscientes
que lo decía muy en serio y desde luego por parte de su pequeña no iba a
quedar. Le explicó que era una buena conocedora de la mar, era muy intuitiva y
le recordaba mucho cuando era joven. La clase como hacerlo individualmente o en
equipo era algo que debería decidir ella. Él estaría siempre dispuesto a
acompañarle, a aconsejarle, a descubrir ciertos trucos, pero ella y solo ella
era quien debería decidir. Le habló, ya lo había hecho con antelación, pero las
cosas se le olvidaban con facilidad, de su obsesión por conversar con los
nativos de los mares donde participara. Esa información siempre le resultó muy
valiosa, pero también le confirmó que era cuestión de manías suyas y que cada
navegante tenía su peculiar método de navegación. Le aseguró que partía con una
ventaja muy superior al resto, sabía leer los movimientos de la fauna donde
navegaba y esa información si se sabía interpretar era altamente importante. Su
compañero de equipo aunque no tan pronunciado como le ocurría a Ester tenía ese
don y por ello llegaron a compenetrase tanto. Cada uno aportaba lo mejor para
el equipo resultando el secreto de su triunfo.
Sé que no podré verte en lo más alto del
podio, como le ocurrió a Anki, cuando ganamos la olimpiada, pero al igual me
tendrás a tú lado durante toda la competición. Ese es el secreto oculto que nos
hizo invencibles. Ester se levantó de la silla y se hizo campito junto a su
yayo para abrazarse, al tiempo que sus lagrimales dejaron escapar la carga
emocional que se había acumulado.
Tú nunca te vas a morir yayo, nunca jamás.
Tú verás mi medalla olímpica
Andrea y su esposo contemplaban emocionados
la escena se miraron y de inmediato se regalaron ese premio Nobel, que tantas
veces comentaba el anciano. Al darse cuenta Andrea que a Julián se le había
olvidado tomar la medicación, llamó la atención de su pequeña para que las
buscara y con un vaso de agua se las llevara al abuelo. Últimamente se olvidaba
con demasiada facilidad de la obligatoriedad de tomarse las medicinas. No hizo
falta repetirlo, posó sus labios en las mejillas de su yayo y como una pantera
saltó de la hamaca portando lo solicitado por su madre en medos de un minuto. A
regañadientes ingirió la medicación, pero después de los desvelos de aquel
ángel no le iba a hacer un feo. Ester regresó a la silla, sabía que al abuelo
le encantaba darse una siestecita y le dejó tranquilo. Tomó un libro e inició
su lectura. Andrea andaba estudiando y repasando varios tratados de medicina
mientras que Greet, se sumergió en el ordenador. A los pocos minutos se
escucharon los ronquidos del abuelo que plácidamente se abandonó al mundo de
los sueños.
Esa noche se iban con la familia tica a
cenar a manzanillo, a Maxi´s, restaurante al que solían frecuentar siempre que
se dejaban caer por Costa Rica. A pesar que el abuelo insistió, para que Ester
fuera, no hubo forma de convencerle. Se quedaba con el abuelo, era consciente
que había mucha gente del servicio de las cabañas rondando por las mismas, para
ordenarlas y poner en orden para el desayuno del día siguiente, pero en
vacaciones el tiempo se lo quería dedicar íntegramente a su yayo. Intentó por
todos los medios posibles persuadir a su nieta, pero sabía con seguridad que
era como él, cuando tomaba una decisión era prácticamente imposible que
cambiara de opinión a última hora, más tratándose de su yayo. Como solían decir
sus familiares de Costa Rica, Julián era Sibökomo (el creador de los Bribris) o
el otro grande de los Malekus, Tocú (los Malekus, tribu indígena del norte de
Costa Rica).
Tanto el abuelo como la nieta se abandonaron
pronto en sus habitaciones, habían sido dos jornadas de mar intensas y luego la
movida de la noche, estaban cansados. En el ascensor que montaron hacia ya diez
años, para que Julián pudiera llegar a su bóveda sagrada, la niña acompañó a su
abuelo, le ayudó a ponerse el pijama y tras plasmar sus labios en su frente lo
arropó para abandonar la habitación y bajar a la primera planta donde tenía sus
aposentos. Se dio una ducha rápida y se quedó unos minutos hasta que observó
que la luz de la habitación de Julián se había apagado, seguramente estaría ya
en el ultimo cielo. Se arropó y se quedó profundamente dormida.
Sobre las cuatro de la mañana Julián se
desveló, no tenía sueño y no era de las personas que les gustaba estar en la
cama despierto. En la hamaca podía aguantar horas sin dormir, manteniendo la
posición horizontal, pero en la cama si no dormía se levantaba de inmediato. No
soportaba permanecer despierto en el lecho. Con ayuda de las muletas se sentó
en su silla de ruedas y aproximándose a la mesa de su despacho conectó el
ordenador y comenzó a indagar sobre diferentes embarcaciones. Llamó a la Federación Española de vela y le
informaron de todo cuanto pidió. Sin duda la clase Laser, embarcación ligera
que se podía transportar en la vaca de un vehículo, sería sin duda la más
apropiada para Ester. De inmediato se puso en contacto con un armador en Limón
y le dejó un mensaje en su correo para que le llevara a puerto lo antes posible
una embarcación de dicha clase.
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