jueves, 7 de agosto de 2014
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- SEGUNDA PARTE- ANDREA- CAPITULO XXIV MI PRIMER AÑO EN COSTA RICA
CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO
MI PRIMER AÑO EN COSTA RICA
Antes del mes
de octubre Julian se instaló en la cabaña. Comenzó las primeras clases de Bribri
y se entusiasmó con esa lengua. Aquella indígena de una cultura impresionante
conectó con aquel viejo profesor y los avances se producían por días. Amén de
interesarse por aquel lenguaje se informó, con ayuda de su maestra, de las
localidades donde se podía encontrar con esos nativos. Describiendo que su modo
de vida era en clanes y los Bribri habitaban en la cordillera de Talamanca,
desde la vertiente del Caribe, hasta la del Pacifico. A lo largo de los ríos
Lari, Telire y Uren, donde se encuentra la Reserva Bribri de Talamanca (de
43.690 hectáreas y 6.458 habitantes, con posesión indígena del 65%), en la
cuenca del río Sixaola, con los siguientes asentamientos: Sipurio, Suretka,
Amubre, Sepecue (Coen), Shiroles, Bris, Katsi, Atalanta, Urén, Coroma, Yorkín
(Soró Kichá), Vesta, Chase, Talía, Paraíso, Costa Rica (Sixaola), Piedra
Grande, Volio (Watsi), Fields, Telire, Bordon, Concepción de Atalanta, Akberie
(Piedra Grande), Bratsi, Mojoncito, Shiroles, y Lari. También se encuentra la
Reserva Bribri Kékoldi (de 3.900 hectáreas, 210 habitantes, con posesión
indígena del 38.5%), en la cuenca del río Cocles, con el asentamiento de
Kékoldi. Fuera de las reservas, habitan los bribris en los poblados de
Manzanillo, Puerto Viejo, Talía, Daytonia, Home Creek, y Cahuita.
En la Vertiente
Pacífica, los bribris se ubican en el cantón de Buenos Aires en la Provincia de
Puntarenas. Allí se encuentra la Reserva Indígena Bribri de Salitre (de
11.000 hectáreas, 1.285 habitantes, y de 40% posesión indígena), en la cuenca
del río Grande de Térraba, con los asentamientos de: Puente, Escalera, Salitre,
Palmital, Santa Candelaria, Olán, Calderón, Río Azul, y Yeribaba. También
está la Reserva Bribri de Cabagra en la misma cuenca del Térraba, con los
asentamientos de: San Rafael, Brazo de Oro, Las Brisas, Yuabín, San Juan.
Tiempo de
ocupación del territorio: Los
bribris son el resultado de diversos grupos que habitaron este territorio desde
hace 5.000 años. Es un grupo que se desarrolla de forma autóctona sin efectos
de invasiones. A partir de principios del siglo diecinueve se les conoce como
Bribris.
Aunque los abuelos de Andrea pertenecían a
los Bribri ella no hablaba la lengua. Conocían sus costumbres y varias fabulas
e historias que circulaban por los clanes de los indígenas. Con ellos también
recibió información.
Salvo los días que le tocaba ir a San José
para el curso de entrenador de fútbol en su primer nivel, se solía perder por
la cordillera de Talamanca y se mezclaba con las pequeñas colonias de Bribri y se ponía a decir las palabras que sabía.
Hubo gente que en un principio lo rechazaba pero otros se sentían orgullosos de
que un extranjero intentara hablar su lengua. Poco a poco se fue haciendo con
nativos de las diferentes localidades, aldeas e incluso cabañas aisladas por la
selva por donde transitaban. A finales de ese mes de octubre al pasar por esos
lugares algunos nativos al verle llegar lo buscaban para enseñarle más
vocabulario y la composición de las frases. Aquel primer mes de octubre perdido
por las montañas le compensó todas las dudas que albergaba sobre si había
obrado bien dejando todo. Aquella sabiduría popular le entusiasmó y los nativos
se asombraban del conocimiento que tenía sobre las plantas medicinales o la
cultura de su pueblo. Los ancianos recriminaban a los pequeños que en ocasiones
se avergonzaban de utilizar aquella lengua y ponían a Julián de ejemplo al
interesarse tanto por su cultura. En los poblados con escuela comenzó a
construir con capital propio algunas instalaciones deportivas, principalmente
para la práctica del fútbol y ponía como condición para apuntarse en el equipo,
que se hablara o se comenzara a practicar el lenguaje de los Bribris. Aquello,
en especial a los ancianos y amantes de la conservación del lenguaje,
conscientes que varias lenguas de Costa Rica se perdieron, lo aplaudieron y no
pusieron la menor pega para ceder unos terrenos que pertenecían al clan de
aquella población. Fue proporcionando medios para los jóvenes que desearan
involucrarse en la tarea de enseñar a los pequeños a jugar al fútbol y pronto
creó una sociedad deportiva llevada y gestionada por los propios Bribri,
especialmente jóvenes entre los catorce y veintidós años. A los más interesados
y con posibilidades de “perder” un par de días a la semana, los apuntó a los
cursos de entrenador llevándoles en su coche personalmente y costeando la
cuantía de los cursos.
En muy poco tiempo se hizo con las gentes.
El día que pudo mantener una conversación completamente en Bribri su corazón se
llenó de felicidad. A finales del mes de noviembre siguiendo el río Sixaola y
cerca de la localidad de Kodi, tras caminar por una pequeña senda que le habían
indicado, llegó a un paraje salvaje de una belleza indescriptible. Le costó más
de cuatro horas encontrar la cabaña sobre un árbol pertenecía al Usekör de los
Bribri, máxima autoridad religiosa del clan establecido allí. Ya había sido
advertido previamente que no debía ser él quien contactara, pues de intentarlo
se perdería por la selva y nunca podría hacerse con él. Siguiendo los consejos recibidos
optó por sentarse junto a una pequeña cascada de agua transparente, con toda
seguridad proveniente de un manantial. Su altura no pasaría de los dos metros y
moría en una pequeña poza de unos cuatro metros de diámetro, para luego
siguiendo una pequeña canalización perderse ladera abajo. Extendió su hamaca de
cuerdas, la emplazó entre dos árboles y tras colocarse un artilugio construido
por él contra los insectos y mosquitos se tumbó deleitándose de los sonidos y
armonía de la selva. Sabía porque así se lo informaron que posiblemente tendría
que permanecer varios días allí no teniendo asegurado el contacto. Al llegar la
segunda noche, se había estado moviendo por los alrededores, recolectando
plantas, observando la vegetación y controlando el que hacer de los animales de
la zona. No se había apoderado la noche de las formas y colores, cuando recordó
una canción en Bribri que le había enseñado su maestra y comenzó a cantarla.
Constató que el personaje le observaba, convencido que lo hacía desde el primer
momento que llegó, pero solo en esos momentos fue consciente, al percibir
ciertas ondas o sensaciones que se lo confirmaba. Al finalizar la canción
recitó un rezo religioso que los guías espirituales Bribri solían emplear en
sus ceremonias religiosas. Como era costumbre permaneció en meditación sentado
sobre su hamaca. No lo vio llegar pero la magia de aquel lugar le hacía
percibir su cercanía. Seguía inmóvil sentado y concentrado en la pequeña caída
de agua. Una voz serena, pausada, relajada y con el lenguaje Bribri le saludó.
Al girar hacía la procedencia de la voz no vio a nadie, pero estaba convencido
que si extendía sus brazos y los giraba trescientos sesenta grados le tocaría.
Contestó al saludo, por supuesto en el lenguaje de aquel nativo, recuperando la
posición de meditación. Sintió como alguien se sentaba junto a él en aquel
artilugio flotante. De nuevo el silencio, de nuevo el chapotear de la cascada,
de nuevo las mil avecillas con sus cánticos, de nuevo la sinfonía del viento
acariciando la vegetación del lugar. Por fin cuando la oscuridad se adueño de
formas y colores, las palabras regresaron entre los dos personajes. Julián
manteniendo esa pausa al hablar, y esos tiempos eternos, ¡Pura Vida!, le
confesó su interés por platicar con él. Hablaron poco, pero se transmitieron
tanto que ambos se encontraron a gusto. Aquel personaje mostró su asombro y
admiración hacia aquel extranjero, era admirable que mientras muchos jóvenes se
avergonzaban de hablar su lengua, alguien estuviera interesado en aprenderla.
Con esa parsimonia, esa cadencia, esa dulzura y esos tiempos eternos aquel
Usekör le contó una de las leyendas de su pueblo. La creación del mar. Inicio
su narración con el título de la leyenda para proseguir con el relato.
“Relato de
Mujer Mar: Sibö envió a Dayé, una mujer muy hermosa, para que le hiciera una
consulta a Tala, un poderoso awá (chamán); y le mandó a Tala, su bastón como
obsequio; Dayé quedó embarazada y Tala accedió a visitar a Sibó, pero no aceptó
el bastón y le indicó a Dayé que lo mantuviera siempre cerca de ella. Ella
quiso probar qué pasaba si lo dejaba sólo y cuando volvió a buscarlo una
culebra la mordió, muriendo. Acomodada dentro del bulto funerario, empezó a
hincharse. Sibö puso una rana encima para que el paquete no se abombara, pero
la rana brincó para atrapar un insecto y Dayé reventó, convirtiéndose en árbol,
su cabello se hizo hojas y las aves hicieron allí sus nidos. El árbol creció y
traspasó la bóveda celeste; Okama, una persona con herramientas y los malévolos
kambra, fabricantes de instrumentos de piedra, dueños de las vacas, ayudaron a
cortar el árbol cuando Sibó les dijo:
"Escucha
el sonido de aquel árbol, pronto va a romper el aire".
Sibö esperaba que al caer el árbol los matara.
El venado hizo un trillo para que el árbol pudiera caer; el Martín pescador y
el cormorán cogieron un extremo del árbol e hicieron un gran círculo en el
aire, hasta que se encontraron y el árbol cayó, disolviéndose en agua salada,
mar; por eso el sonido del mar se parece al de las hojas de los árboles; y los
nidos de lora y lapa se convirtieron en tortugas; las hojas se convirtieron en
cangrejos, y las aves en peces”
Le invitó a visitarle cuando lo deseara y
tal como vino se perdió en la oscuridad de la noche. Julián continuó en el
lugar hasta la mañana siguiente. Se dio un buen baño en aquella piscina
artificial y desmontando su cama de esos días, se aproximó al pie del árbol
donde tenía construida su choza y le dejó un presente, un tambor artesanal
construido por un nativo con un tronco y para el parche piel de barriga de
iguana. Alzó su mirada hacia el árbol donde se asentaba la cabaña. No vio a
nadie aunque estaba seguro que le observaba, sonrió y se perdió por el mismo
camino que le condujo hasta aquel lugar.
Llegaban las vacaciones de Navidad. Andrea
pasaría las tres semanas de vacaciones en Costa Rica, pero el día siguiente a
la llegada de la viajera Maureen tenía que comenzar el curso. Los fines de
semana se verían y sin duda algún día entre semana se desplazaría a San José
para estar con ella.
Julián vivió con intensidad esos tres meses
en Costa Rica, el lenguaje de los Bribri lo iba dominando cada vez más y se
volvió a reencontrar con el Usekör dos veces más. Ambos personajes se llenaban
de satisfacción con esos encuentros. Habían conectado perfectamente y la gente
lugareña se extrañaba de la sintonía de ese español con el Usekör, pues no era
muy común que se dejara ver ni siquiera con los propios nativos.
Andrea se fundió con su maestro, aunque se
conectaban casi todos los días. Tenerlo junto a ella era algo muy especial.
Julián se alegró de encontrarla tan recuperada, cuando se fundió con sus
abuelos comenzó a llorar como una magdalena. La abuela pensó que al haber
estado tanto tiempo sin verse se había emocionado pero el abuelo sabía muy bien
a que se debían esas lágrimas.
Esa noche aunque Andrea estaba agotada del
viaje, se quedó con Maureen y Roberto toda la noche charlando. Les relató todo
lo sucedido. Gracias a la familia y amigos lo estaba superando bastante bien.
Conversó con los abuelos sus conversaciones
con el Usekör, el abuelo le comentó que había muchas leyendas e historias y que
en algunos casos coincidían un poco con los relatos de la Biblia. En otra
situaciones, lugares y circunstancias pero que en parte se asemejaba bastante.
Pero según las creencias de los más ancianos comentan que hay almas en el cuerpo humano.
Dos habitan el ojo derecho: omala cha weksula cha y
dëmala shëksula cha. Dos en el ojo izquierdo: dika wika cha tloksula cha y
sibörago saëksula cha. Otra habita cerca del lado derecho del estómago: tömala
cha röksula cha. Una mas habita el estómago: yalaia cha bataksula cha, Y otra
en el esófago: waglira cha noksula cha. Por último la que habita el corazón:
chkalia cha noksula cha.
Una de las
almas del ojo izquierdo y el alma del corazón se quedan en el cuerpo después de
la muerte con el cadáver durante la descomposición y posteriormente en los
huesos. Por medio de los ritos fúnebres (sular) y especialmente por uno de los
cantos en los cuales se relatan los hechos de la vida de la persona, estas
almas abandonan el cuerpo.
Omala cha
weksula cha puede salir del cuerpo, momento en el cual produce los sueños de la
persona.
Dika wika cha
tloksula cha se considera moralmente buena; dëmala shëksula cha se considera
moralmente mala.
Otras
versiones indican la existencia de una, dos o tres almas. En todo caso,
prevalece la noción de que una(s) residen en el ojo derecho y otra(s) en el
izquierdo; y que una(s) emigran con la muerte y otra(s) quedan con los huesos.
Aquel anciano Bribri, se entusiasmaba con
aquel maestro, verlo tan enfrascado por el conocimiento de su tribu le
emocionaba. Comprobar su interés y el tiempo que dedicaba aquel español por
conocer más profundamente a los originarios nativos de Costa Rica le llegó.
Pero Julián no solo se limitaba a entablar conversación para conseguir soltura
en el lenguaje. Siempre que se acercaba por San José, principalmente lo hacía
para asistir a los cursos de entrenador de fútbol, se perdía por las facultades
en busca de información, entraba en sus bibliotecas y se sumergía en los
libros, tratados, artículos, tesis, documentos o cualquier información que
pudiera captar sobre los Bribris. Habló principalmente con catedráticas.
Incluso llegó a contactar con dos alumnos bribris interesados en mantener su
cultura. Uno de los detalles que más le impresionó fue la falta de lenguaje
escrito de ese grupo, mayoritario en Costa Rica. Los textos que estaban
escritos se debían al lingüista estadounidense
Rica Jack Wilson en colaboración con Adolfo Cónstenla, basando su
trabajo en artículos y congresos de finales del siglo diecinueve por otro
norteamericano William Gabb, en concreto en el año mil ochocientos setenta y
cinco. Posteriormente en la ponencia del mil ochocientos ochenta y ocho por el
lingüista alemán Max Uhle.
Fue una velada encantadora pero estaban
cansados, los abuelos se habían ido hacia tiempo. Él se retiró cerca de las
veinticuatro horas, no entró en su habitación, fue directo a la hamaca del
pórtico y con el protector de mosquitos cubriendo el artilugio de descanso se
quedó a los pocos minutos completamente dormido. Con los sueños que acudieron a
su subconsciente esa noche no se habría levantado nunca. La imagen de aquella
mujer que se cruzó en su vida cuando estaba próximo a los veinte años apareció
en las imágenes de los sueños de esas seis horas de descanso. Su imagen nítida,
radiante, bella iba a su encuentro en medio de la selva, junto a la poza que
recibía generosa esa tenue cascada de dos metros a escasos pasos de la cabaña
del Usekör. Uno frente al otro, permanecieron una eternidad, contemplándose,
recreando su mirada en la de su pareja, perplejos, asustados, ilusionados. Sin
llegar a contactar físicamente se desposeían de sus ropas y con el traje del
nacimiento entraban en aquellas cristalinas aguas. El contacto de una mano en
la del otro alteró sus constantes vitales, sintió no solo en el sueño, en su
lecho colgante la alteración de su corazón, de su respiración, de la
circulación sanguínea. Calentada el agua, calentado sus cuerpos, alterando sus
hormonas, hasta que poco a poco el cuerpo de uno se fundía en el otro formando
un solo ser. El jadeo imparable le despertó, se maldijo por haber abandonado a
su gran amor, pero consiguió conectar de nuevo con ese mundo increíble que en
ocasiones te agobia, te asfixia pero en otras te permite viajar al paraíso y
disfrutar en la tierra de ese lugar mágico prometido por Jesús. Andaban
desnudos, con sus prendas colgando de la mano libre la otra parecía confundirse
con el cuerpo de su pareja. Llegaron al pie del árbol donde como las casas
colgantes de Cuenca, en España, pendía de tres ramas. Entraron y en un lecho de
tela amarrada por ambos extremos a unas lianas y estas a su vez a troncos de la
cabaña les proporcionaba el nido de amor que precisaban, para continuar con esa
pasión sin límites, sin tiempos, sin trabas, sin palabras. De pronto, como
suele suceder en el cine el salto de imagen se plasmó en el sueño. Ahora, unas
veces de la mano, otras uno detrás del otro, correteaban por el linde del
Caribe, mientras sus pies, sus piernas, sus muslos y en ocasiones hasta los
cabellos se mojaban con las espumosas olas que morían a sus pies rindiendo
homenaje a los dos enamorados. Sin previo aviso y al unísono, como si lo
hubieran estado ensayando horas y horas, en un abrir y cerrar de ojos estaban
sin ropas, corriendo como poseídos de la mano hacía el mar, para buscar cubrir
su desnudez, buscar el calor de sus aguas, o para compartir con el Caribe el
calor de sus cuerpos. De nuevo de dos seres se hacía uno y compartían todo lo
que se puede compartir en un arrebato de pasión, de entrega, pero especialmente
de amor. Ahora la portaba en brazos, admirando aquella sonrisa, aquellos ojos,
aquella expresión indescriptible para un enamorado, aquellas dos flores que
confeccionaban la armonía de sus senos. Un maldito congó con sus alaridos de
comunicación le sacó de su sueño. Regresándole a la vida cotidiana, a la
soledad de su soledad. Al infierno de no poder compartir su amor profundo con
ella. Se levantó tomó su ipod y con paso cansino, lento y nostálgico se
encaminó al Caribe.
¡Dios! Aquella canción, no pudo retener sus
lagrimales y comenzó a llorar, primero unas lágrimas, luego sollozos, para
finalizar con un llanto como hacía tiempo que no le sucedía.
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