jueves, 31 de octubre de 2013

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN-PRIMERA PARTE- ANKI-CAPITULO XIII-LA CONFESIÓN

  


 CAPÍTULO XIII

 

                             LA CONFESIÓN


 Verle lunes y martes, por la noche, velando el apartamento cuando se subía a casa le tenía atenazada. Desde la ventana del comedor contemplaba como permanecía vigilante anhelando que el día llegara para reunirse. Ese miércoles no pudo más, bajó y le pidió que subiera a casa. Tal vez sus padres se opusieran pero le importó muy poco. Entraron en el apartamento sin detenerse para refugiarse en su cuarto.

   Esa mañana su madre entró para despertar a su niña y comunicarle que tenía el desayuno en la mesa. Al verlos abrazados de la sorpresa pasó a la comprensión. Volvió a salir con sigilo dejando a la pareja como los encontró, ella de espaldas y él abarcándole por detrás, abrazando aquel frágil cuerpo con una ternura encantadora.

   Se desenredó de sus brazos para ponerse cara a él, contemplando como comenzaba a despertarse abriendo lentamente los ojos. Se encontró con la sonrisa de su amada mostrando toda la ternura y amor que le profesaba. Llevaban casi tres semanas juntos, y a ninguno de los dos se le pasó por la cabeza romper el pacto implícito que conllevó la declaración de ella, cuando retirando su mirada le confesó no sentir lo mismo que él. Aquello no fue impedimento para seguir juntos y compartir todos los momentos del día que la dinámica de la vida les permitía. No recordaban un periodo tan fascinante, tan lleno de sensaciones, tan dulces, tan envuelto de un amor puro, de un amor de veneración. Él no volvería a repetir con palabras lo que su aliento, su respiración, su palpitar, lanzaban al viento a gritos. Hasta que ella no le confesara lo que él sabía le respetaría al máximo. No podía comprender porque dijo aquello, pero al retirar su mirada cuando lo pronunciaba fue consciente que su corazón, sus ondas, su magia le confesaba que estaba tan prendida de él como él de ella. Iba a pronunciar la petición pero ya le había entendido, aproximó sus labios y le regaló ese premio Nobel. Los dos portaban tan solo la prenda interior inferior. Se levantó cubriendo sus pechos y entró en el aseo para ponerse una bata y salir a la cocina.

 

   “Mamá”.

 

   No le dejó proseguir, había entrado en la habitación hacia escasamente unos minutos y los había visto. Besó con ternura no exenta de alguna lágrima y rogó que lo llamara para desayunar los cuatro.  Anki se abrazó a su madre mientras le besaba inundada por un agradecimiento sin límites. Era consciente del sufrimiento y de su completa entrega a su niña.

  Desayunaron juntos y luego los dos fueron al club náutico pues Anki deseaba navegar a solas con él por el Mediterráneo. En esta ocasión subieron en una embarcación de gran potencia. Salieron del puerto como marcan las normas y nada más, en mar abierta, conectó sus motores y la puso a gran velocidad. No tardaron en llegar a Jávea donde repostaron y luego fueron recorriendo todos los rincones de esos acantilados separados por pequeñas playas entre rocas. En una de ellas, pequeña, detuvieron la embarcación. Nadaron, tomaron el sol mientras le aplicaba una buena capa de crema protectora. Se prepararon un aperitivo con los alimentos y bebidas de abordo y antes del almuerzo se personaban en el chalet para comer en familia.

   Julián se sentía alagado al ver como su madre se desvivía por Anki. No era una mujer cariñosa pero estuvo increíble con su amada. Quien también lo noto fue su hermana, los celos le comían al ver que prestaba más atención a esa desconocida que a ella misma. Pero no captó la verdadera razón que tenía su madre para comportarse así con Anki.

   Tras cenar en el chalet salieron a pasear por la playa. Caminar descalzos por la arena húmeda era algo que a ella le encantaba. Llevaba atormentándole la cabeza el no sincerarse, a ese joven que poseía una madurez poco común. Percibía como le miraba, como le mimaba, como se mordía los labios para no suplicarle, consciente que no movería un dedo hasta que ella se decidiese a tratar el tema. La noche se truco algo fresca, la humedad ambiental había aumentado en pocas horas considerablemente y Anki comenzó a sentir frió. Salieron del linde del agua y colocándose el calzado regresaron al paseo marítimo encaminándose hacia los apartamentos. Al llegar al portal Julián se dispuso a despedirse hasta la mañana siguiente, pero con una sonrisa picarona le lanzó una pregunta.

 

    ¿No dormiste bien esta noche pasada? ¿No quieres repetir la experiencia?

 

  La respiración se le aceleró, creía que no se lo propondría, se abrazó y juntos subieron al apartamento. Sus padres visionaban una película en la televisión y tras los saludos con naturalidad comentó que iban a acostarse. Se encontraba algo fatigada. Se miraron con ternura y tras besar a la pareja deseándoles pasar una buena noche, continuaron con la televisión.

   La velada anterior ella se metió en la cama mientras él se encontraba en el servicio. Al regresar a la habitación portando tan solo el slip, se hizo hueco junto y abrazándola por la espalda colocó sus manos y se quedaron dormidos. Ahora entraron juntos en el baño, realizaron la limpieza bucal y al regresar a la habitación ella comenzó a quitarle la ropa. La penumbra les permitía ver lo suficiente, el sonido ambiental iba diluyéndose para captar el sonido de sus respiraciones. Tomó con sus dedos índice y pulgar el lazo de la falda que se adhería al cuerpo y cuando se abrió la prenda cayó al suelo mostrando unos muslos casi perfectos. Luego desde la cintura asió la prenda que cubría su parte superior. Fue elevándola hasta deslizarse por la cabeza y abandonar la protección de la otra mitad. Desligó el sujetador y lo dejó caer. De nuevo con la única pieza inferior, se encontraron uno frente al otro, conteniendo la respiración, captando el calor de aquel cuerpo medio desnudo frente al suyo. Con parsimonia y exagerada lentitud, sus cuerpos fueron acercándose. El mismo calor de su pareja excitó sus pezones que ahora tomaban contacto con el tórax de su amigo. Con cierta ansiedad sus labios fueron a buscar ese premio Nobel que saciara la sed al mezclar sus químicas con aquel acto sensual, dulce, cargado de sentimientos, de entrega, de compartirse. Le hubiera gustado hacer el amor. Era lo que deseaba en esos momentos, sin importarle ni perjuicios, ni posibles daños colaterales, ni nada. Pero se detuvo. No quería dañar al amor de su vida. Se desligó de él se metió en la cama y adoptando la misma posición que la noche anterior les sorprendió el sueño.

   En la alcoba vecina el matrimonio comentaba que notaban últimamente a Anki mejorada. No había vuelto a tener una recaída. Entre lloros suplicaba a los cielos en voz alta que siguiera así con el milagro. Aquel joven español había conseguido mejorar su estado. Tal vez fueran sus enormes ganas de ver que su hija iba a superar esa enfermedad, a pesar de todos los malos augurios que les pronosticaron los médicos, pero como madre deseaba cogerse a lo que fuera para no caer. El diagnóstico de los facultativos rebasaba ya en más de dos meses y ahora la observaban tan llena de felicidad que hasta la expresión de su rostro, su forma de andar y desenvolverse para comer, o realizar cualquier acción cotidiana habían cambiado. No llegaban a explicarse como no era capaz de confesarse con aquel joven y contárselo pero desde luego ellos no moverían ninguna pieza mientras su hija no fuera quien lo hiciera. Es cierto que se lo contó a la madre de Julián, lo necesitaba si no quería estallar. Pero era consciente que aquella madre tampoco lo haría. Le observó como amaba a ese hijo y como muy bien le confesó le recordaba a su marido cuando se conocieron.

    Sobre las cinco y media o seis de la mañana, no estaba muy seguro se despertó. Ella se había girado y tenía su rostro cara a él. Elevó la cabeza y apoyando el codo sobre la almohada dejó descansar su cabeza en la palma de la mano. Al contemplar aquel rostro su respiración se aceleró.

 

   Es ella, mi amor designado desde la creación.

 

   Cuando sus neuronas comenzaron a rondar por su cabeza. Su razonamiento no le brindaba una explicación convincente de porque el Señor le concedió ese don. Sin maquillar, algo despeinada. Como le gustaban las mujeres.

 

   Natural como el agua que lleva corriendo alegre el manantial.

 

Sonrió. La frase era de una canción de moda pero iba que ni a la medida. Le observaba cómo solo puede observarle un enamorado. Captando su imagen porque todo lo que le rodeaba era superfluo, carecía de importancia. La primera maravilla del planeta,  para él del universo, descansaba en su mismo lecho. No merecía la pena ampliar el campo de visión, estaba ella y en ella se recreaban todos sus sentidos. Iba amaneciendo, y su rostro se iluminaba con otra luz para ir en aumento su belleza en cada instante. Contemplaba esos labios que hacía escasamente unas horas se dignaban a descansar en los suyos regalándole ese premio Nobel que le pedía. Y con la frescura, la dulzura de sus labios le regalaba en un gesto de generosidad, de ternura, de cariño sin fin. Y la emoción le hizo saltar las lágrimas.

 

   ¿Cómo puede ser uno tan afortunado? ¿A qué santo me tocó a mí?

 

   No entendía nada, pero no deseaba que se lo explicasen, deseaba seguir así, no fuera que se dieran cuenta que no la merecía y se la arrebatasen.  Se giró levemente para acoplar su cuerpo. Su respiración se detuvo.

 

   ¿Si abre los ojos y me sonríe no sé si mi corazón lo resistirá? Me cuesta creer que el Paraíso sea mejor que ella. Tal vez este muerto y me encuentre ya en él. Y si fuera un sueño pido no despertarme nunca. La vida sería muy dura sin ella.

 

  Llevaba dos horas con el éxtasis de su presencia, de saborear su rostro, de paradas cardiacas a cada movimiento o gesto de su cara. Comenzaba a mover sus labios y la sed de su química le convirtió en un loco del desierto sin agua. Anhelando contactar con ellos y saciar la sed. Ahora sus increíbles ojos verdes comenzaban a deslumbrar su luz.

 

  ¿Si me mira y sonríe? ¡Dios! Hay cielo y lo tengo ante mí.

 

   Cuando comenzó a desenredarse de las sabanas para abarcar su cuello, la felicidad le ahogaba. Se separó levemente y una nueva sonrisa daba pie a que sus labios con esa generosidad se aproximasen a los suyos para embriagarle de pasión, de un amor sin freno. De compartirse. Y las frases escritas ya no tenían sentido porque no eran capaces de reflejar lo que sentía o percibía.

  Fue ella la primera en entrar en el servicio para darse una buena ducha y descargar aguas menores. Luego con el bañador puesto, en chanclas y una bata invitó a Julián a entrar para ir ella a la cocina y ayudar a su madre a preparar el desayuno. La sonrisa y su olor le dejó descolocado, abobado, extasiado hasta que al salir la magia se fue y reanudó lo que correspondía.

 

     Era su última noche en la playa, sus vacaciones finalizaban y regresaba con sus padres a su país. Iban de la mano con todo su ser encogido. No se atrevían ni a respirar. De pronto un suspiro profundo de uno alteraba al otro para dirigir su mirada a su pareja. Unas veces era ella, otras él. Se notaba que algo iba a suceder, algo que por fin terminaría con esa incertidumbre. No pudo más y se rompió confesando a su gran amor que el cáncer de pulmón le estaba comiendo terreno a marchas forzadas. Sus padres no querían ir de vacaciones ese verano pero al decirles que sería el último, llorosos y hundidos no pudieron negarle a su tesoro ese deseo, temiendo que su hija falleciese durante esas vacaciones pues los médicos no le daban más de dos meses de vida. Habiéndose cumplido con creces ese tiempo. Estaba convencida que su ángel de la guarda le comunicó a Dios las circunstancias de aquella joven y enterneciéndose le concedió unos días más de vida para poderlos compartir con Julián.

   Finalizó su confesión para abrazarse y comenzar a llorar como una Magdalena mientras repetía una y otra vez.

 

   Perdóname, lo sien…

 

   Julián descansó sus labios para que no dijera sacrilegios.

 

  ¿De qué le tenía que perdonar? ¡Dios! ¿De qué?

 

   Para acompañarle con el llanto. De pronto sus pies se empaparon, una ola con un poco más de energía les llegó. Pero la salida de Julián consiguió sacar la sonrisa de su pareja.

 

  Como no paremos de llorar nos ahogaremos en nuestras lágrimas.

 

  Comenzaba la claridad en el horizonte se habían pasado la noche llorando como dos idiotas. Y de nuevo la voz firme de Julián le devolvió la confianza en sí misma.

 

  Se acabó. Vamos a vivir con intensidad cada momento que nos quede juntos, vivamos cada décima, que digo, cada millonésima de segundo con todas nuestras fuerzas. Así tendremos millones de instantes para estar juntos.

 


   De nuevo le volvió a ver sonreír y desde ese instante ninguno soltó ni una sola lágrima. El llanto había apagado las escasas energías que le quedaban y cuando se soltó del abrazo de Julián las piernas no le respondían. Antes de que se desplomara le alzó en brazos y sonriendo pusieron rumbo al chalet. Ella liberada de la gran tortura de no haberse podido confesar antes pero especialmente al observar la reacción de Julián. Él tenía muy claro lo que iba a pasar a partir de ese instante.

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