CAPITULO IV
UN
VERANO DURO
Julián abandonó la finca para perderse en la Naturaleza. Unas veces
junto al arroyo, otras refrescándose en una fuente o simplemente se detenía
para sentarse sobre unas rocas y permanecer horas, recordando, estudiando,
llorando o pensando. Buscó refugio en el estudio y en trabajar hasta el límite
su cuerpo. Un mínimo de cuatro horas por la mañana y un par por las tardes.
Corriendo, subiendo cuestas, nadando o en el gimnasio de la finca. Dormía poco,
pues se solía subir a la peña dominante del espacio donde meses atrás acampó el
grupo, observando las estrellas por espacio de dos o más horas. Al regresar a la
finca se perdía en su habitación para estudiar el latín y preparar a conciencia
la reválida. Como le sobraba algo de tiempo se animó a ojear los libros de
quinto de bachiller.
Sus
padres lo conocían lo suficiente para saber que debían darle tiempo. De
intervenir se temían lo peor. En multitud de ocasiones tuvieron que enfadarse
seriamente con su pequeña al escuchar las quejas por el tiempo que le dedicaban
a su hermano. Los celos le podían, era
una adolescente egoísta con un gran complejo narcisista, amén de ser una pija
consumada como solía sentenciar su hermano. No podía comprender que Julián se
hundiera por tres compañeros. Había más muchachos con los que relacionarse. Pero una mañana, sin pensar lo que decía, comentó a su madre.
Podías llamar a esa pava de Sara se llevaba bien con mi hermano.
La madre abrazó y besó a su pequeña. ¿Cómo no se le había ocurrido a
ella?
De inmediato tomó el teléfono y
llamó a la señorita en cuestión. Sara no se había enterado que no viajaba en
aquel aparato. Ni lo preguntó. Si se extrañó de no ver a sus padres en las
ceremonias que se celebraron en el colegio, ni en los diferentes cementerios.
Pero era demasiado discreta para preguntar. Cuando la madre de Julián le
comentó lo sucedido comenzó a llorar. La mujer aguardó pacientemente a que la
joven se recuperase y le expuso la razón de su llamada. Por supuesto que iría
encantada.
Casi desde el regreso de Semana Santa, cuando fueron a acampar, no se habían
visto. Pues se sumergieron en los libros. Luego al enterarse del accidente
estaba convencida que también se encontraba en aquel vuelo fatídico con destino
a Roma. Rogó que no se molestaran, su madre le acompañaría hasta la finca sin
ningún problema. Asegurando que se acercaría ese fin de semana. No le dio
tiempo a colgar cuando le sugirió, que de aceptar, su madre, le podía
acompañar, de este modo tendría a una persona con quien conversar y amortiguar
sus penas. Sara interrumpió la conversación, previo permiso, para comentárselo
a su madre. Aceptó encantada. Notaba muy afectada a su
niña y poder compartir el fin de semana con ella le tranquilizaba. Finalizó la conversación con el compromiso de
acercarse ambas a la finca. Antes de concluir la llamada Sara aseguró a la
madre de Julián que si les venía bien y a él le apetecía podría quedarse sin
problemas hasta el mes de Agosto fecha en la que partían a Francia para ver a
la familia. Así pues quedaron en desplazarse a la sierra.
Golpeó la puerta, con esa ternura tan característica de una mujer
fashion, solicitando permiso. La respuesta fue seca y fuerte. Al abrir se
encontraba de espaldas, cara a la mesa de estudios, donde los libros se repartían
en aquella amplía mesa de trabajo. Permaneció unos segundos como una estatua
ante la entrada. Luego al no observar
ningún movimiento por parte de él fue aproximándose a la mesa a cámara lenta.
Al rozar la silla del despacho con su cuerpo tomó el reposabrazos de uno de los
lados y giró la silla para tenerle cara a ella. No pudo ni levantarse, se
abrazó a su cadera y colocó una mejilla en la pelvis de la joven para comenzar
a llorar como un chiquillo. Ella tampoco pudo evitar las lágrimas y acariciaba
su nuca con un cariño maternal. Aquel tejido donde descansaba su rostro era de
una suavidad increíble. Y le estaba empapando la falda, con aquel torrente de
lágrimas. No lo conocía mucho pero sabía muy bien que no debía abrir la boca.
Hasta que él no se dirigiera a ella permanecería muda, acariciando aquel
muchacho al que adoraba.
En los dos nació una relación extraña. Deseaban estar juntos, besarse,
acariciarse, mimarse, conversar, animarse, consolarse, pero ninguno de los dos
sintió el instinto primario del sexo. Se querían como hermanos, como la hermana
que nunca tuvo a pesar de convivir con ella cerca de catorce años. Ella
encontró en Julián a ese padre, a ese hermano que nunca pudo tener y ambos se
complementaban y disfrutaban de la compañía del otro. Todos se extrañaban,
incluso ellos mismos en más de una ocasión lo habían hablado. Su relación era
extraña y sin embargo maravillosa. Podían confiar uno en el otro y en pocos
días se conocían como si llevasen años conviviendo. Sabían sus gustos, sus manías,
sus pausas y sus silencios. Se comunicaban sin palabras, bastaban las
vibraciones de sus cuerpos o de sus mentes para saber lo que deseaba el otro.
Se sentó sobre sus rodillas y abarcó su cuello mientras, sus manos se
deslizaban por su rostro limpiando lágrimas, o dando calor, cariño y
comprensión a su amigo. Alzó su mirada y nada más cruzarse con la de ella sus
labios se aproximaban para morir en los de su pareja. Sin mediar palabra se
levantaron y abandonaron la finca para perderse por los aledaños. Las madres se miraron, sonrieron y no
comentaron nada hasta que los vieron perderse por los contornos de la finca.
Sin duda irían a la roca donde se pasaba horas y horas por las noches
contemplando el firmamento. La madre de Julián pudo
comprobar la expresión del rostro de su hijo y se congratulo de la idea de su
pequeña y su correspondiente reacción. No tardó en compartirlo con su invitada.
Mientras las personas adultas conversaban sobre lo sucedido ellos corrían como
desesperados por los prados de la finca. Se abrazaron y besaron en más de cinco
ocasiones antes de llegar a su destino. La roca. No habían intercambiado ni una
sola palabra. Lo último que sonó entre los dos fue la solicitud de permiso de
ella para entrar en la habitación. Luego toda la comunicación que mantuvieron
fue por medio del lenguaje corporal, el expresivo de sus rostros o el de sus
ondas flotando en el aire de un cerebro a otro. La comunicación no podía haber
sido mejor.
Las palabras en ocasiones no expresan los
sentimientos y esa comunicación que conseguían entre sí lo interpretaban a la
perfección. Cuantas cosas se dijeron sin el lenguaje verbal. Cuantos
sentimientos navegaban del uno al otro, cuanto cariño circulaba de una mano a
la otra, mientras permanecieron unidas y eso sucedió durante todo el recorrido.
Luego sus químicas comunicaron mucho mas, confesaban lo que serían capaces de
hacer el uno por el otro. Enfrentados
con sus manos unidas, se miraban, sonreían, pero seguían sin pronunciar
palabra. De pronto se quitó el vestido y comenzó a correr hacía la poza del
riachuelo que circulaba junto a la finca. En ropa interior se lanzó al agua. La reacción de su compañero no se hizo esperar. Se quitó los
pantalones, el polo y con tan solo el slip se zambulló en la poza.
Al juntarse comenzaron a reír, para
enmudecer de repente mientras sus cuerpos se abrazaban. En ese preciso momento
su hermana paseaba junto al arroyo, con el asombro en su expresión comenzó a
correr hacia la casa chillando que estaban bañándose desnudos. Se miraron ante
la reacción de su hermana para soltar la
carcajada, finalizando la escena con un tierno beso. Abandonaron la poza a
continuación, volvieron a cubrir sus cuerpos con la ropa que habían ido dejando
hasta alcanzar la poza y de la mano con la mayor naturalidad regresaron a casa. La pequeña aseguraba
a las madres el pecado que había observado en su hermano con la invitada.
Tranquilizaron a la niña al tiempo que aseveraban que hablarían con la pareja.
Al perderse la jovencita las mujeres sonrieron. La madre de Julián se
congratulaba al comprobar cómo su hijo regresaba a la vida social. Había sido
capaz de permanecer con otra persona más de tres horas, paseando, hablando y
hasta bañándose en el río. Al verlos llegar empapados la dueña de la casa
acompañó a Sara a su habitación para asearse y cambiarse de ropa, pues no
tardarían en ir a comer. Su madre ya había sido instalada en otra de las
habitaciones. Al bajar sola la anfitriona, tendió la
mano a su invitada para salir al jardín, junto a la piscina y degustar el
aperitivo servido por el servicio.
La joven permaneció en la sierra en compañía de la familia hasta que
tuvo que partir a Francia. Invitaron al muchacho, pero lo pospusieron a la
conclusión del verano, tras los exámenes de septiembre.
La estancia de Sara había obrado milagros. Seguía reacio a salir de
casa, pero ya participaba en las tertulias de sobremesa, cosa que hasta la
llegada de su amiga había sido imposible. Se levantaba muy temprano, corría una
media hora por el linde de la playa para darse un baño y regresar a casa,
desayunar y sumergirse en los libros. En un par de ocasiones obligaron a la
pequeña a que invitara a su hermano para salir con el grupo de amigas y amigos
pues sus edades eran similares. Tan solo se llevaban un año escaso. Pero Julián
aborrecía los compañeros y amigas de su hermana. Niños de papá, pijos hasta la
medula y que solo sabían hablar de consumo, consumo y consumo. En el mundo había cosas de más valor.
Por
medio de su padre consiguió un pequeño pasatiempo remunerado. Consistía en
animar a unos grupos de turistas de la tercera edad. Le llevaba unas tres
horas al atardecer, durante un periodo de dos semanas y en la segunda esas
horas se convirtieron en cinco y seis. Aquel muchacho tenía una gran capacidad
para conectar con las personas y los turistas felicitaron a la dirección del
hotel por las actividades que montaba aquel muchacho. Más de un viudo o viuda
volvieron a encontrar pareja, pasando un poco mas acompañados los años que les
restaban. Su hermana llegó a criticar a Julián por rebajarse hasta esos
límites. Su madre en un principio no quería, pero al ver el bien que le hizo a
su hijo aquella actividad aplaudió la decisión de su esposo.
Primero Sara y luego esa ocupación habían
devuelto a Julián un poco a la vida social.
Llegó Septiembre, todo había cambiado mucho. Las miradas se clavaban en
él mostrando el resto del alumnado como si fuera el culpable de lo sucedido. Era el único
de esa promoción que no era nuevo. Le observaban al tiempo que comentaban algo
entre ellos. Al regresar a casa tras el examen de latín su madre palideció al
comprobar el estado en el que regresaba. En esta ocasión rompió el protocolo
que mantenía con él y fue directamente a conversar.
En
un principio no quería hablar pero luego se derrumbó y comenzó a llorar como un
chiquillo. Estaba claro que su hijo no volvería a
matricularse en aquel colegio, por muy prestigioso que fuese. Durante esa
conversación le comunicó a su madre su intención de realizar el resto del
bachiller hasta la universidad en la escuela pública. En concreto en el
instituto de Majadahonda. La idea no entusiasmó a su progenitora pero acordó
hablarlo con su padre para tomar una decisión. Concluida la charla se encerró
en su cuarto para preparar la reválida.
La discusión sobre el destino de estudio de su hijo se inició nada más
poner los pies en la vivienda. No estaba muy por la labor, era demasiado
joven y por tanto influenciable, si añadíamos las circunstancias que rodeaban a
su hijo, la escuela pública se podía convertir en un verdadero problema. Pero
su marido conocía bien a su hijo. Sabía que tenía unos principios y valores muy
arraigados para su edad y no creía que pudieran cambiar, amén de ser una
petición expresa de él. Eso le daba mayor fuerza para tratar de convencer a su
esposa que era la mejor solución. Hablarían con él y pactarían unos
condicionantes para su continuidad en la enseñanza pública.
La nota de la reválida en Septiembre obtenida por aquel
muchacho no se recordaba en ningún otro septiembre. En los tres grupos figuraba
la máxima nota.
No tuvo el menor problema para inscribirse y matricularse en el
instituto. Le quedaban tres semanas de vacaciones y deseaba pasarlas aislado,
de todo el mundo. De su antiguo colegio telefonearon en varias ocasiones debían
cubrir las bajas que sufrieron. Pero no se dignó a ponerse ni una sola vez.
Pedía al servicio que les comunicara que ya tenía centro para cursar el resto
del bachiller. No
debían molestarle más.
Iba
a preparar sus maletas para perderse en la finca de la sierra esas tres semanas
cuando le telefonearon. Al ponerse al aparato se sorprendió, era Sara.
Regresaba de nuevo a Paris. Su madre había conseguido un importante puesto en
la empresa que trabajaba y debía desarrollar su labor en la capital francesa.
Al pedirle que si deseaba pasar alguna semana con ella le esperaba con los
brazos abiertos. No llegó a colgar el teléfono cuando
corrió hacia su madre para solicitar permiso. Siempre lo consultaba con su
esposo. Pero lo vio tan entusiasmado y había comprobado el gran beneficio que
le proporcionó aquella joven, que no lo dudó. El viaje a Paris, para pasar esas
dos semanas, se lo autorizaba su madre. Ya convencería ella a su padre de la
decisión. Volvió como una flecha al teléfono y le comunicó que se encontrarían
en Paris. Le rogó que en el momento de tener el billete le telefoneara y en
compañía de su madre, de su abuelo, o de algún tío iría al aeropuerto a
esperarle.
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