martes, 10 de septiembre de 2013

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- PRIMERA PARTE- ANKI - CAPITULO V -PARIS LA CIUDAD DE LA LUZ

    CAPITULO V 

 

                          PARIS LA CIUDAD DE LA LUZ



   Su padre no puso ninguna pega y esa misma tarde salía con su madre a una agencia de viajes para comprar el billete de ida y vuelta a París. Lo consiguió  en el vuelo de las diez de la mañana del día siguiente y su regreso seria el treinta de Septiembre sobre las veinte horas. Nada más llegar a casa contactó con Sara y le confirmó su llegada. Como era sábado su madre no tendría problema en ir con ella a esperarle al aeropuerto, quedando en verse para comer juntos por Paris. Esa noche al llegar su padre le dio una cantidad en francos para el viaje, junto con dos paquetes que había adquirido. En concreto eran dos relojes de señora muy de moda en esos días que solía regalar a empresarios, concejales y demás personal que colaboraban con él en la concesión de terrenos para la construcción de sus edificios.

   Le apetecía salir de Madrid. De no haberle llamado Sara se hubiera ido a Donostia al palacete. Ahí se podía aislar y relajarse un poco de los últimos acontecimientos pero la idea de compartir con Sara unas semanas le pareció mucho más atrayente, teniendo en cuenta que ese curso no la vería por la capital. 

   Con ella se encontraba seguro, era de las pocas mujeres que no le agradaban en exceso hablar y por el contrario se comunicaba perfectamente con él. Era una joven muy bella pero especialmente su imagen femenina cien por cien le llenaba completamente. Espontánea, pero al mismo tiempo con un tacto poco común en una adolescente. En ese terreno se parecía mucho a Julián. No era agobiante, pero por el contrario muy cariñosa y dulce. Siempre tenía la sonrisa a flor de labios, y sus besos le tenían fascinado, era como una droga para él. Consciente que había sido el artífice de superar mucho mejor de lo que pensaba esos últimos meses. Le encantaba pasear con ella aunque las calles estuviesen abarrotadas de gente, cosa que si iba solo odiaba profundamente y prefería quedarse en casa o esconderse en cualquier cafetería antes de circular dándose codazos con todo el mundo. Pero era ir con ella de la mano y el resto del mundo desaparecía para él. Solo escuchaba su voz cuando de vez en cuando sus cuerdas vocales rasgaban en ambiente. Solo la luz que daba forma a su silueta la captaba con claridad, borrando cualquier otra imagen. Centrándose todos sus sentidos en ella, el resto del mundo no existía. Esa soledad incluso inmerso en una masa de gente era lo que más le fascinaba de aquella francesa. A ella, se lo contó en más de una ocasión, le sucedía exactamente lo mismo.

   Al verle salir por la puerta de llegadas se sorprendió, había crecido varios centímetros desde que no se veían y su cuerpo era atlético cien por cien. La tonificación de toda su figura se manifestaba a través de su ropa veraniega. Se separó de su madre para correr hacia él y lanzarse en sus brazos. Con la maleta en una mano y una bolsa en la otra portaba aquella increíble señorita cogida a su cuello y descansando sus labios en los de él. Su vestido exageradamente corto mostraba unos perfectos muslos que en el balanceo de los pasos de Julián permitían airear la prenda interior, que dibujaban las formas de sus glúteos. Al llegar junto a su madre ella soltó su presa para que pudiera saludar a su progenitora y tras las correspondientes muestras de bienvenida fueron al aparcamiento del aeropuerto y en el vehículo pusieron rumbo a casa.

   La madre de Sara contemplaba la encantadora imagen de los dos adolescentes recostados en los asientos traseros. Ella acurrucada en unos potentes pectorales, mientras sus brazos la abarcaban con una ternura sobrecogedora. Con una mano acariciaba sus cabellos y de vez en cuando dejaba sus labios sobre la frente o el cabello de su hija. Cuanta ternura había en ese joven, cuanto romanticismo, cuanta sensibilidad. Sin duda un buen partido para su niña, pero sabía, porque lo habían hablado que en ese terreno la relación de su hija con aquel joven no se desenvolvía. Cuando Julián percibió como aquella madre los observaba sonrió y el gesto de su rostro le comunicó todo lo que ya sabía.

   Una vez instalado en su habitación y tras una rápida ducha y cambio de ropa volvieron al vehículo para perderse por el barrio de los artistas y comer en un pequeño bar de un encanto especial. Se palpaba la tranquilidad, la serenidad, el recogimiento. Las palabras de los diferentes filósofos, literatos, poetas, científicos que solían dejarse caer por ahí flotaban en el ambiente. Allí se respiraba libertad, cultura, sabiduría, pero especialmente Julián noto esa sensación de encontrarse solo a pesar de estar completamente lleno el local. Y a pesar de ello solo se escuchaban los cubiertos que se desenvolvían sobre los platos para hacerse con los alimentos. Alguna palabra se escapaba con una mayor velocidad y llegaba a sus oídos, pero esa paz, esa serenidad, encantó al joven. La madre de Sara era consciente que ese ambiente le iba a gustar al muchacho y por eso se movió con varios contactos para que le consiguieran mesa para esa comida, hazaña que no era nada fácil y menos con un espacio de tiempo tan corto.

   Ya en la sobremesa, ella se levantó y se despidió de la pareja pues había quedado con unos empresarios a tomar café en ese mismo local. En unas cuantas mesas más allá se sentó para la sobremesa con las personas con las que había quedado. Ellos se mantuvieron unos minutos más, pero pronto abandonaron la mesa y el local para perderse por el barrio y pasear.

  Cruzaron la plaza del teatro, donde la arboleda, en su centro, estaba copada por mesas de las diferentes cafeterías y restaurantes de la plaza. Hacía calor y Sara desplegó una elegante sombrilla, mientras abarcaba con un brazo la cintura de Julián, la otra mantenía el artilugio contra el sol. Él con su acostumbrada caballerosidad solicitó portar la sombrilla, le miró y desde las comisuras de sus labios esbozó una sonrisa al más puro estilo fashion. Nunca llegaría a explicarse cómo no se enamoró profundamente de aquel joven. Pero lo mismo le ocurrió a él. Jamás había creído en la amistad entre un hombre y una mujer. Ahora esa convicción se desmoronaba pues tenía una, ella. A Juan, Rafa y Nacho los había perdido para siempre y no sentía la menor intención de entablar nuevas amistades. Aquella criatura que caminaba junto a él, portaba belleza, felicidad, sencillez, pero por encima de todo silencio. Como adoraba las personas solitarias, esas que sin pronunciar palabra, se dicen todo. Posiblemente el lenguaje de las ondas cerebrales o el corporal  funcionaba mucho mejor entre ciertas personas y sin duda Sara tenía esa capacidad. Siempre había pensado que todo el mundo la poseía pero que unos eran capaces de interpretarlo y otros no.  Prosiguieron por la rue Norvins, para descender por la rue de Saules. La vegetación y sus casas de dos o tres plantas a lo sumo protegían del sol. Cerró la sombrilla y acopló mejor su cuerpo al de ella. Cómo había necesitado algo así. A pesar de la multitud que circulaba se sentía aislado, junto a ella y solo veía su imagen y percibía el sonido de sus ondas cerebrales, o las producidas por el contorneo de su cuerpo, que por otro lado no pasaba desapercibido para los transeúntes, especialmente del género masculino.

   Llegaron hasta el Sena y en una de sus múltiples cafeterías se sentaron a degustar unos helados italianos en unas copas repletas de bolas de distintos sabores. No tardaron en recogerse en casa. Era consciente que estaría cansado. Preparó una cena fría y sobre las diecinueve horas en ambas bandejas apoyadas en la mesita del salón consumían sus calorías mientras contemplaban un documental de National Geogragrahic. Trataba de las tribus de centro América y concretamente sobre los indios de Costa Rica. Aquellas selvas, aquellos ríos, aquellas cascadas encandilaron a los dos jóvenes pero especialmente a Julián, le impactó profundamente aquel país. Tras la cena y el fin del documental se abrazaron, intercambiaron sus químicas, como si necesitaran combustible para pasar la noche y con la sonrisa en sus labios se perdieron en sus respectivas habitaciones.  

   Faltándole una semana para regresar a España e iniciar el curso Sara se incorporó al liceo, sus clases comenzaban una semana antes que Julián. Todas las mañanas se levantaba temprano para acompañar a su amiga hasta la misma puerta del liceo y luego al llegar el fin de la jornada volvía para acompañarla y perderse por Paris y recuperarse de esas horas de estudio. Sus compañeras se interesaron por la presencia de aquel apuesto español y tonteaban con él cuando Sara tardaba en salir. Julián siguió el juego de aquellas jovencitas y valiéndose de su gran facilidad de palabra, pero especialmente de esa chispa que le caracterizaba les hacía pasar unos minutos increíbles. Mientras Sara permanecía en clase, se dedicó a leer y seguir con las asignaturas que impartiría ese quinto de bachiller de ciencias que iniciaría en el instituto. Por fin llegó el día de su partida. Al ser sábado no hubo el menor problema para que la madre de Sara, en compañía de su pequeña, le llevara al aeropuerto. Abrazada a su amigo le confesó que ese curso había conocido a un muchacho que le hacía gracia. Sentía algo muy especial y tal vez fuera ese amor designado por la providencia, que a todos nos corresponde desde el comienzo de la creación y que perdura hasta el fin de los siglos, eternamente. Aquella frase de Julián la había hecho propia. Creía que ese estudiante del liceo, un inglés recién aterrizado en Francia, era ese amor. Llegó con su padre recién  trasladado a Paris por cuestiones laborales. Julián le expresó su alegría y esperaba que por medio de carta o del teléfono pudieran contactar para comentarle como le iba tratando la vida. Un beso lleno de amistad, cariño y cercanía selló la despedida de los dos amigos.

   En Madrid llovía torrencialmente, la familia al completo aguardaba a el hijo pródigo, convencidos que volvía repleto de energías. Aquella chica era capaz de levantar el ánimo de su hijo. Efectivamente su rostro no reflejaba la tristeza de cuando partió. Estaba serio pero era su estado natural. Cuando Julián comentó a su madre que Sara creía haber encontrado al amor de su vida, su expresión se trucó de tal forma que Julián interpretó de inmediato los sentimientos de su madre. El convivir durante tres semanas con Sara le había llevado a practicar el lenguaje de los gestos y las ondas cerebrales.

   Mamá entre Sara y yo nunca hubo nada más que una amistad, que sinceramente no me explico, pero era simplemente una amistad. Y no te puedes imaginar lo feliz que soy por ella, espero que ese inglés sea capaz de captar lo que tiene y no lo pierda por nada, porque sería un autentico idiota.

 

   No estaba muy convencida de las palabras de su hijo y desde luego no sabía interpretar el lenguaje corporal. Le escuchó decirlo con tal convicción que aunque con sus reparos su preocupación bajaron bastantes enteros. Mientras que su hermana, tan oportuna como siempre, se mofaba de su hermano al estar convencida que Sara le había dado calabazas.

 

   “Al guapo, al bueno de la casa”,

 

 Pensó aquella criatura que los celos se la comían.

   Nada más llegar y antes de llevar su equipaje a la habitación solicitó permiso para llamar por teléfono a Francia. No le pusieron ninguna pega, salvo por supuesto su querida hermanita que se quejaba que a ella le restringían las llamadas y a su hermano le permitían poner conferencia con Francia. Madre e hijo sonrieron ante la actitud de la pequeña, la conocían demasiado bien como para tomarle en serio sus palabras. Contactó con Sara confirmando un viaje apacible, tranquilo encontrándose en casa para comenzar con fuerza el nuevo curso. Le mandó un beso por teléfono, aunque ella sintió su cuerpo junto al de él mientras su envergadura la abarcaba con una delicadeza poco común en un joven de su corpulencia. Luego sintió sus labios en los suyos y los líquidos se mezclaban en esas reacciones químicas que se encargaban de transmitir al cerebro todo el cariño y amistad que había entre esos dos seres humanos.

   Dirigiéndose a su pequeña el comentario de la madre no se hizo esperar.

 

    Una llamada local tuya nos cuesta diez veces más que la realizada por Julián.

 

   No cerró la boca, los celos le podían y en tono irónico abandonó el salón para encerrarse en su habitación.

 

“El chico de la casa el nene, el….”

 

   Ninguno de los dos dio más importancia a las palabras y actitudes de la joven y mientras él se perdía en su habitación para ordenar el equipaje, bajar la ropa sucia, muy poca por cierto, ya que la madre de Sara procuró que no se llevara nada sin lavar. Entró en la ducha para asearse antes de ir a cenar. La madre se adentró en la cocina y aceleró al servicio para cuando el Señor, que estaba a punto de llegar, y su niño terminara de ducharse tuvieran todo preparado para cenar en familia.

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