martes, 30 de abril de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO CAPITULO XII-


- CAPITULO - XII -

                                   - LA PROMESA -

   José había tomado una determinación. Deseaba descansar. Al menos esa fue la excusa que les dio a su madre y a Bernard. Se iba a tomar algunas semanas de vacaciones y disfrutar de la climatología cálida de esa ciudad.
   Marie se alegró tal vez su estancia en Valencia le permitiría recordar su pasado. Y de una vez, por todas, la normalidad volviese a esa gran familia. Le dolía tener que perder la compañía de aquel encantador personaje pero sin duda se lo merecía. Tanto él como su encantadora esposa.
   Se había enamorado de aquella mujer. Sencilla, dulce, cariñosa, inteligente y de una mirada que dejaba desarmado a quien sé atreviese a cruzar con la suya. Durante la segunda noche que pasó en su casa tomó la determinación de investigar personalmente la desaparición de Paco, su esposo.
   Durante los primeros días fue recopilando datos e información sobre el asunto. Preguntó con discreción a los criados. No habían tenido el placer de conocer al señor y solo sabían de él por los comentarios que habían escuchado. Cuando se instalaron, en la mansión, él ya había desaparecido. Preguntó a sus hijas, pero éstas algo recelosas no le aclararon muchas cosas. El pequeño fue más duro que las jovencitas. Lo dejó helado cuando le hizo la primera pregunta sobre su padre.
   - No te voy a contestar. Jamás ocuparas el puesto de mi papá.
   Se fue al segundo piso llorando, dejando a José con la palabra en la boca y tan roto que le costó reaccionar. Deseaba ir tras él y disculparse si le había ofendido, pero recapacitó y comprendió que lo mejor era dejarle que se serenara y en la ocasión más propicia tratar de aclarar con el pequeño cuáles eran sus intenciones reales.
   Por fin alguien le aclaraba algo sobre lo que investigaba. Fue la sobrina de Amparo. En el despacho de la joven se sentaron, y conversaron mientras daban cuenta del aperitivo servido. Anterior-mente, él le había rogado poder hablar, previa aclaración del tema que deseaba tratar, ya que temía, que al igual que a sus primas no le agradara hablar de la cuestión. No le puso el menor inconveniente y en esas dos horas, de charla distendida, al fin había conseguido una posible vía de investigación. Se extrañó al comprobar que también se emocionaba al hablar del personaje. Ahora no tenía duda de que era una persona querida.
   - Mi tía lo pasó y lo esta pasando muy mal. Pero no creas que el resto de la familia esta mejor. Cada vez que sale el tema no puedo evitar las lágrimas. Con decirte que el día más feliz de mi vida, mi boda, lloré como una chiquilla al recordarlo y comprobar que no estaba presente en la ceremonia. Era y espero que siga siendo un hombre encantador.
    Fue pronunciar esas palabras y el llanto le impidió proseguir. José aguardó pacientemente a que se serenase. Lo de Amparo era totalmente lógico y comprensible. Pero a Elena le costó  recuperar la serenidad y la verdad resulto algo más extraño.
   Transcurridos unos quince minutos de absoluto silencio, él estuvo en un tris de abandonar el interrogatorio pero al darse cuenta ella de la situación consiguió controlarse y reanudó la conversación.
   - Ruego que me disculpes. Pero es superior a mí.
   El gesto de comprensión de su amigo le permitió continuar y le relató su vida. Su relación con su tío, al que consideraba como un padre y terminó diciéndole.
    - Gerardo le conocía bastante bien, pues junto con él idearon y pusieron en marcha la Ciudad del Deporte.
   José le agradeció de corazón su colaboración. Hasta esa charla no había conseguido información alguna sobre lo que le preocupaba. Telefoneo a Gerardo y quedó con él en Monte Picayo para almorzar juntos. A continuación se puso en contacto con Amparo y le avisó que no iría a comer.
    En la mesa del restaurante José preguntó por el personaje en cuestión. Cual fue su sorpresa al comunicarle que no le había conocido. Pero cuando le contó la última parte se quedó de piedra.
   - Fue Bernard por orden de Marie quien me encargó que me pusiese en contacto con esa familia, a la semana de su desaparición. Me expusieron el plan a seguir y cumplí, incondicionalmente, lo encargado. La verdad. Pensé que usted también estaba al corriente de todo el asunto.
   Las palabras de Gerardo, le desconcertaron y una multitud, de ¿Por qué?, inundaron su mente. Algo no encajaba en toda esa historia. ¿Cuál era el motivo, que llevo a decirle Elena que Paco conocía a Gerardo? Sin duda desconocía la verdad. ¿Por qué engañó a esa familia? Pero lo de su madre y Bernard era mucho más inquietante.
   Regresaba solo, en su coche, a casa, estaba desorientado, confuso. De pronto en su mente apareció un accidente, era él ó alguien que se parecía a él. Un coche lo recogía en plena calle y lo levantaba varios metros del suelo. Todo se oscurecía y el sonido de una sirena le permitió regresar a la escena. Era su cuerpo inerte, el que conducían a gran velocidad hasta el hospital. De repente se apagó todo, abrió los ojos como platos y pegó un frenazo que se pudo escuchar a centenares de metros de donde se detuvo. Una impresionante caravana en la autopista le había regresado al presente. Tuvo suerte, unos segundos más tarde y el accidente no lo hubiera podido evitar.
   Detenido en el atasco, sintió como su cuerpo se estremecía y comenzaba a temblar. Estaba asustado y no comprendía el motivo. Tenía miedo de recordar, miedo de descubrirse a sí mismo. Estaba jadeando y  desde luego no había hecho el mínimo esfuerzo físico. El corazón parecía que se le saldría del sitio de un momento a otro. El claxon del coche que tenía detrás le sacó de sus temores. Metió la marcha y reanudó viaje con destino a la mansión de Amparo.
   Sin saber muy bien como había llegado hasta allí, se quedó helado al comprobar que se encontraba en aquella estrecha y corta calle, junto a la farmacia y contemplaba aquel portal con marquesina. Había estado allí en su viaje con Bernard, tras escaparse del Parador para cenar con la sobrina de Amparo. De nuevo los interrogantes acudían desenfrenados a sus pensamientos. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué significado tenía todo aquello? Un sudor frío se apoderó de su cuerpo. Preso, de nuevo, por el miedo, se metió en su coche y encendió el acondicionador. Puso el coche en marcha y regresó a casa.
   La encontró en el salón, en su sitio preferido, recostada en el tresillo y con los pies en alto. Sonrió al verle entrar, se incorporó y le ofreció un sitio junto a ella. Dos besos en las mejillas fue el saludo de los dos amigos, para sentarse a continuación. Había tantas preguntas que hacer. Pero no se atrevía. Había comprobado que hablar del tema le afectaba profundamente, por ello, le abrazó, le recostó sobre su pecho y comenzó a acariciarla, con suavidad y cariño.
    Permanecieron aproximadamente dos horas recostados en el tresillo cuando irrumpió, “con su acostumbrada delicadeza”, el pequeño. Su rostro lo mostraba sonriente. Pero al ver a su madre con aquel intruso, cambió radicalmente su expresión y sin decir palabra abandonó la estancia.    
   - Creo que tu hijo te necesita.
   Con esa frase rompió el silencio reinante. Ella contestó sin palabras. Se levantó, al tiempo que mostraba esa sonrisa en su rostro que lo atenazaba de pasión y fue en busca de su pequeño.
   Permaneció por espacio de media hora contemplando la televisión. Por fin la presencia majestuosa de aquella madre le devolvió la felicidad.
   - Ya se ha tranquilizado. Perdónalo. Adoraba a su padre y lo esta pasando bastante mal. Piensa que vas a ocupar su puesto.
   - Creo sinceramente que mi presencia en esta casa no es muy grata.
   Amparo iba a intervenir, pero él no se lo permitió y cortando la palabra añadió.
   - Su actitud es totalmente normal  y desde luego no tengo que perdonar a nadie. Más bien sois vosotros los que me debéis perdonar, por irrumpir en vuestras vidas de esta forma.
   Paró para tomar aliento y fuerzas para decir lo que sentía, sin el menor temor y continuó.
   - Estoy seguro que te quiero, como no he querido a ninguna mujer. Estos días en tu compañía me has hecho sentir la necesidad de vivir y compartir la vida con alguien. Os voy a dejar y volveré cuando encuentre a tu marido, para traértelo. Ese es mi juramento.
   Ella intentó de nuevo tomar la palabra, pero en esta ocasión los labios de José se habían depositado en los suyos. No se negó se fundieron los dos en un abrazo y sin mediar una sola palabra, salió del salón y abandonó aquel hogar.   
   Se instaló en el Parador Nacional Luis Vives del Saler. Debía resolver demasiados interrogantes como para regresar a Bordeaux. Una vez instalado en la habitación, salió a la terraza que daba al mar y a los hoyos nueve y dieciocho del campo de Golf. Estar en Valencia y no poder ver a Amparo iba a ser muy duro. Estaba que saltaba, sin pensarlo dos veces se equipo con la vestimenta y el calzado para jugar a Golf y se acercó al campo para descargar toda la agresividad y tensión que había acumulado dándole golpes a la pelota.
   Más tranquilo decidió regresar. Darse una buena ducha caliente, para relajar su cuerpo, y reponer fuerzas con una suculenta  comida. Entraba por el vestíbulo cuando se topó con el portero del Valencia, sobrino de Amparo. El joven se quedó un poco parado ante él, lo conocía de algo pero estaba claro que no lo había reconocido. Se saludaron y al confesar su nombre lo recordó de inmediato.
   Estaban concentrados para el partido del día siguiente y como tenían dos horas libres, José le propuso conversar. Aceptó encantado. Era consciente de la amabilidad de ese personaje con sus familiares y de la generosidad con su tía. Además, era un tío agradable, culto, divertido y con gran clase. No tenía otra cosa que hacer y la propuesta de conversar le pareció una de las mejores formas de emplear ese tiempo libre.
   Entraron en la cafetería y de inmediato el tema Paco salió a relucir. Conversaron durante todo el tiempo libre del portero y cuando abandonó su compañía para incorporarse al grupo para la charla técnica, José se preguntaba, sí se cruzaría con alguien que hablara mal del personaje en cuestión.  
   Las investigaciones que había realizado hasta la fecha, apuntaban a que Gerardo debía tener más información al respecto. Sin duda su madre y especialmente Bernard eran las claves del enigma que atenazaba muchas de sus preocupaciones e interrogantes.
    Se había tumbado a dormir la siesta. No había cerrado los ojos cuando de un sobresalto se incorporó. La imagen de los dos niños con el uniforme de porterode fútbol volvía a su mente con la claridad de una pantalla de cine. Pero ahora las dos caras tenían un rostro concreto. Comenzó a sentir frío y desde luego la habitación estaba bien acondicionada, un temblor se apoderó de todos sus músculos y un sudor helado le hizo estremecer. El rostro que no había identificado, anteriormente, pertenecía a José, el hijo de Amparo. ¿Que relación podía tener esas imágenes? ¿Se estaba volviendo loco, o su obsesión por esa encantadora mujer le estaba llevando a atener alucinaciones? Se levantó precipitadamente se preparó una bolsa de deportes, subió al coche y decidió acercarse a la Ciudad del Deporte. Fue directo a las piscinas, le hubiera gustado ir a casa de Amparo y nadar allí, pero le había prometido que no regresaría hasta resolver el enigma de su marido.
   Se encontraba en las taquillas para sacar su entrada y darse un buen baño cuando coincidió que entraba en ese preciso instante la sobrina de Amparo, que se incorporaba a su despacho.
   - Hola José. ¿Qué haces por aquí?
   Se dieron dos besos en las mejillas y al contestarle que iba a darse un baño le regañó con cariño.
   - Las puertas de la Ciudad del deporte están abiertas para ti, en todo momento. Si en alguna llegaras a tener problema pide que te pongan en contacto inmediatamente conmigo, con mi tía o con mi esposo. Solo faltaría que os cobrásemos la entrada a cualquier miembro de tu familia.
   Charlaron unos minutos y antes de separarse ella comentó.
   - Cuando termines pásate por mi despacho y hablaremos un rato. No siempre se tiene la oportunidad de dialogar con una persona tan encantadora como tú.
   Con la aceptación de la propuesta fue a vestuarios se puso el bañador, las chanclas, el gorro, metió las gafas en el bolsillo de su albornoz y una vez arropado entró en la pileta dispuesto a quemar unas cuantas calorías. No nado a ritmo muy elevado, eso si no paró, ni para ajustase las gafas. Por espacio de ochenta minutos nadó muy suave, estirando mucho la brazada y relajando en el recobro todo lo que le permitía el tiempo del mismo. Llegó a contar, ochenta piscinas, cuatro mil metros justos.
   Al llamar a la puerta del despacho, ella se levantó para atenderle personalmente, intuía que era él y al verlo se abrazó mientras depositaba sus labios en sus mejillas.
   - Me alegra que aceptaras mi invitación. Deseaba hablar contigo.
   Se sentaron en el tresillo del despacho, preparó unas copas de la mejor reserva de un Bordeaux, que por cierto se las había regalado él. Le encantaba dialogar con ese personaje, se había identificado desde su primer encuentro y adoraba de forma especial aquel ángel de cielo.
   Hablaron de muchos temas, pero especialmente el tema central fue Paco. Le confesó que sabía la promesa que le había hecho a su tía y también, confidencialmente le contó que su tía también sentía algo especial por él. Aunque debía comprender, su situación era desesperante. José le confesó que había hablado con Gerardo pero no quiso desvelar lo que había descubierto. Ella volvió a darle información de gran valor.
   - Gerardo me confesó que cuando estuviste aquí por primera vez con tu madre y Bernard al regresar a Bordeaux, antes de ir a casa  pasasteis unos días en Suiza.
   José se quedó pensativo. Era cierto. Lo recordaba. Fueron a una clínica de cirugía plástica. En esos momentos su mente sé iluminaba. Precisamente el paciente de esa clínica fue él. De nuevo un sudor frío penetró por su cuerpo. La imagen de un accidente, elevando del suelo varios metros y la ambulancia a toda velocidad haciendo sonar la sirena regresó de su subconsciente con una claridad digital. Ella, se asustó, le vio que comenzaba a temblar e inmediatamente le preguntó.
   -  ¿Te ocurre algo José? ¿Por favor dime algo?
   Las palabras de suplica le sacaron del trance. Tranquilizó a su amiga y comenzó a relatar todo lo que le estaba sucediendo. La confesión de aquel hombre le dejó perpleja. No podía creer que no recordara nada de su niñez, juventud e incluso gran parte de su madurez. De los cuarenta y cinco años que tenía en la actualidad, cinco menos de los que tendría en esos momentos su tío, no recordaba nada de esos años. Por el contrario esos dos años y algún mes más, desde que abandonó Valencia con Marie y Bernard los recordaba perfectamente. Casi segundo a segundo.
   Aquella fructífera conversación finalizó invitándole ella a cenar.
    - Mi marido esta de viaje. Iba a cenar sola y si te apetece será un placer compartir la velada contigo.
   Al aceptar encantado, le regaló una de sus picaras sonrisas y la felicidad volvió a su persona. Cenaron en un acogedor restaurante del centro de la ciudad y compartieron unas horas de conversación.
 

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