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CAPITULO - XII -
- LA PROMESA -
José había tomado una determinación. Deseaba
descansar. Al menos esa fue la excusa que les dio a su madre y a Bernard. Se
iba a tomar algunas semanas de vacaciones y disfrutar de la climatología cálida
de esa ciudad.
Marie se alegró tal vez su estancia en
Valencia le permitiría recordar su pasado. Y de una vez, por todas, la
normalidad volviese a esa gran familia. Le dolía tener que perder la compañía
de aquel encantador personaje pero sin duda se lo merecía. Tanto él como su
encantadora esposa.
Se había enamorado de aquella mujer. Sencilla,
dulce, cariñosa, inteligente y de una mirada que dejaba desarmado a quien sé
atreviese a cruzar con la suya. Durante la segunda noche que pasó en su casa
tomó la determinación de investigar personalmente la desaparición de Paco, su
esposo.
Durante los primeros días fue recopilando
datos e información sobre el asunto. Preguntó con discreción a los criados. No
habían tenido el placer de conocer al señor y solo sabían de él por los
comentarios que habían escuchado. Cuando se instalaron, en la mansión, él ya
había desaparecido. Preguntó a sus hijas, pero éstas algo recelosas no le
aclararon muchas cosas. El pequeño fue más duro que las jovencitas. Lo dejó
helado cuando le hizo la primera pregunta sobre su padre.
- No te voy a contestar. Jamás ocuparas el
puesto de mi papá.
Se fue al segundo piso llorando, dejando a
José con la palabra en la boca y tan roto que le costó reaccionar. Deseaba ir
tras él y disculparse si le había ofendido, pero recapacitó y comprendió que lo
mejor era dejarle que se serenara y en la ocasión más propicia tratar de
aclarar con el pequeño cuáles eran sus intenciones reales.
Por fin alguien le aclaraba algo sobre lo
que investigaba. Fue la sobrina de Amparo. En el despacho de la joven se
sentaron, y conversaron mientras daban cuenta del aperitivo servido.
Anterior-mente, él le había rogado poder hablar, previa aclaración del tema que
deseaba tratar, ya que temía, que al igual que a sus primas no le agradara
hablar de la cuestión. No le puso el menor inconveniente y en esas dos horas,
de charla distendida, al fin había conseguido una posible vía de investigación.
Se extrañó al comprobar que también se emocionaba al hablar del personaje.
Ahora no tenía duda de que era una persona querida.
- Mi tía lo pasó y lo esta pasando muy mal.
Pero no creas que el resto de la familia esta mejor. Cada vez que sale el tema
no puedo evitar las lágrimas. Con decirte que el día más feliz de mi vida, mi
boda, lloré como una chiquilla al recordarlo y comprobar que no estaba presente
en la ceremonia. Era y espero que siga siendo un hombre encantador.
Fue pronunciar esas palabras y el llanto le
impidió proseguir. José aguardó pacientemente a que se serenase. Lo de Amparo
era totalmente lógico y comprensible. Pero a Elena le costó recuperar la serenidad y la verdad resulto
algo más extraño.
Transcurridos unos quince minutos de
absoluto silencio, él estuvo en un tris de abandonar el interrogatorio pero al
darse cuenta ella de la situación consiguió controlarse y reanudó la conversación.
- Ruego que me disculpes. Pero es superior a
mí.
El gesto de comprensión de su amigo le
permitió continuar y le relató su vida. Su relación con su tío, al que
consideraba como un padre y terminó diciéndole.
- Gerardo le conocía bastante bien, pues
junto con él idearon y pusieron en marcha la Ciudad del Deporte.
José le agradeció de corazón su
colaboración. Hasta esa charla no había conseguido información alguna sobre lo
que le preocupaba. Telefoneo a Gerardo y quedó con él en Monte Picayo para
almorzar juntos. A continuación se puso en contacto con Amparo y le avisó que
no iría a comer.
En la mesa del restaurante José preguntó
por el personaje en cuestión. Cual fue su sorpresa al comunicarle que no le
había conocido. Pero cuando le contó la última parte se quedó de piedra.
- Fue Bernard por orden de Marie quien me
encargó que me pusiese en contacto con esa familia, a la semana de su
desaparición. Me expusieron el plan a seguir y cumplí, incondicionalmente, lo
encargado. La verdad. Pensé que usted también estaba al corriente de todo el
asunto.
Las palabras de Gerardo, le desconcertaron y
una multitud, de ¿Por qué?, inundaron su mente. Algo no encajaba en toda esa
historia. ¿Cuál era el motivo, que llevo a decirle Elena que Paco conocía a
Gerardo? Sin duda desconocía la verdad. ¿Por qué engañó a esa familia? Pero lo
de su madre y Bernard era mucho más inquietante.
Regresaba solo, en su coche, a casa, estaba
desorientado, confuso. De pronto en su mente apareció un accidente, era él ó
alguien que se parecía a él. Un coche lo recogía en plena calle y lo levantaba
varios metros del suelo. Todo se oscurecía y el sonido de una sirena le
permitió regresar a la escena. Era su cuerpo inerte, el que conducían a gran
velocidad hasta el hospital. De repente se apagó todo, abrió los ojos como
platos y pegó un frenazo que se pudo escuchar a centenares de metros de donde
se detuvo. Una impresionante caravana en la autopista le había regresado al
presente. Tuvo suerte, unos segundos más tarde y el accidente no lo hubiera
podido evitar.
Detenido en el atasco, sintió como su cuerpo
se estremecía y comenzaba a temblar. Estaba asustado y no comprendía el motivo.
Tenía miedo de recordar, miedo de descubrirse a sí mismo. Estaba jadeando
y desde luego no había hecho el mínimo
esfuerzo físico. El corazón parecía que se le saldría del sitio de un momento a
otro. El claxon del coche que tenía detrás le sacó de sus temores. Metió la
marcha y reanudó viaje con destino a la mansión de Amparo.
Sin saber muy bien como había llegado hasta
allí, se quedó helado al comprobar que se encontraba en aquella estrecha y
corta calle, junto a la farmacia y contemplaba aquel portal con marquesina.
Había estado allí en su viaje con Bernard, tras escaparse del Parador para
cenar con la sobrina de Amparo. De nuevo los interrogantes acudían
desenfrenados a sus pensamientos. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué significado tenía
todo aquello? Un sudor frío se apoderó de su cuerpo. Preso, de nuevo, por el
miedo, se metió en su coche y encendió el acondicionador. Puso el coche en
marcha y regresó a casa.
La encontró en el salón, en su sitio
preferido, recostada en el tresillo y con los pies en alto. Sonrió al verle
entrar, se incorporó y le ofreció un sitio junto a ella. Dos besos en las
mejillas fue el saludo de los dos amigos, para sentarse a continuación. Había
tantas preguntas que hacer. Pero no se atrevía. Había comprobado que hablar del
tema le afectaba profundamente, por ello, le abrazó, le recostó sobre su pecho
y comenzó a acariciarla, con suavidad y cariño.
Permanecieron aproximadamente dos horas
recostados en el tresillo cuando irrumpió, “con su acostumbrada delicadeza”, el
pequeño. Su rostro lo mostraba sonriente. Pero al ver a su madre con aquel
intruso, cambió radicalmente su expresión y sin decir palabra abandonó la
estancia.
- Creo que tu hijo te necesita.
Con esa frase rompió el silencio reinante.
Ella contestó sin palabras. Se levantó, al tiempo que mostraba esa sonrisa en
su rostro que lo atenazaba de pasión y fue en busca de su pequeño.
Permaneció por espacio de media hora
contemplando la televisión. Por fin la presencia majestuosa de aquella madre le
devolvió la felicidad.
- Ya se ha tranquilizado. Perdónalo. Adoraba
a su padre y lo esta pasando bastante mal. Piensa que vas a ocupar su puesto.
- Creo sinceramente que mi presencia en esta
casa no es muy grata.
Amparo iba a intervenir, pero él no se lo
permitió y cortando la palabra añadió.
- Su actitud es totalmente normal y desde luego no tengo que perdonar a nadie.
Más bien sois vosotros los que me debéis perdonar, por irrumpir en vuestras
vidas de esta forma.
Paró para tomar aliento y fuerzas para decir
lo que sentía, sin el menor temor y continuó.
- Estoy seguro que te quiero, como no he
querido a ninguna mujer. Estos días en tu compañía me has hecho sentir la
necesidad de vivir y compartir la vida con alguien. Os voy a dejar y volveré
cuando encuentre a tu marido, para traértelo. Ese es mi juramento.
Ella intentó de nuevo tomar la palabra, pero
en esta ocasión los labios de José se habían depositado en los suyos. No se
negó se fundieron los dos en un abrazo y sin mediar una sola palabra, salió del
salón y abandonó aquel hogar.
Se instaló en el Parador Nacional Luis Vives
del Saler. Debía resolver demasiados interrogantes como para regresar a
Bordeaux. Una vez instalado en la habitación, salió a la terraza que daba al
mar y a los hoyos nueve y dieciocho del campo de Golf. Estar en Valencia y no
poder ver a Amparo iba a ser muy duro. Estaba que saltaba, sin pensarlo dos
veces se equipo con la vestimenta y el calzado para jugar a Golf y se acercó al
campo para descargar toda la agresividad y tensión que había acumulado dándole
golpes a la pelota.
Más tranquilo decidió regresar. Darse una
buena ducha caliente, para relajar su cuerpo, y reponer fuerzas con una
suculenta comida. Entraba por el
vestíbulo cuando se topó con el portero del Valencia, sobrino de Amparo. El
joven se quedó un poco parado ante él, lo conocía de algo pero estaba claro que
no lo había reconocido. Se saludaron y al confesar su nombre lo recordó de
inmediato.
Estaban concentrados para el partido del día
siguiente y como tenían dos horas libres, José le propuso conversar. Aceptó
encantado. Era consciente de la amabilidad de ese personaje con sus familiares
y de la generosidad con su tía. Además, era un tío agradable, culto, divertido
y con gran clase. No tenía otra cosa que hacer y la propuesta de conversar le
pareció una de las mejores formas de emplear ese tiempo libre.
Entraron en la cafetería y de inmediato el
tema Paco salió a relucir. Conversaron durante todo el tiempo libre del
portero y cuando abandonó su compañía para incorporarse al grupo para la
charla técnica, José se preguntaba, sí se cruzaría con alguien que hablara mal
del personaje en cuestión.
Las investigaciones que había realizado
hasta la fecha, apuntaban a que Gerardo debía tener más información al
respecto. Sin duda su madre y especialmente Bernard eran las claves del enigma
que atenazaba muchas de sus preocupaciones e interrogantes.
Se había tumbado a dormir la siesta. No
había cerrado los ojos cuando de un sobresalto se incorporó. La imagen de los
dos niños con el uniforme de porterode fútbol volvía a su mente con la
claridad de una pantalla de cine. Pero ahora las dos caras tenían un rostro
concreto. Comenzó a sentir frío y desde luego la habitación estaba bien
acondicionada, un temblor se apoderó de todos sus músculos y un sudor helado le
hizo estremecer. El rostro que no había identificado, anteriormente, pertenecía
a José, el hijo de Amparo. ¿Que relación podía tener esas imágenes? ¿Se estaba
volviendo loco, o su obsesión por esa encantadora mujer le estaba llevando a
atener alucinaciones? Se levantó precipitadamente se preparó una bolsa de
deportes, subió al coche y decidió acercarse a la Ciudad del Deporte. Fue
directo a las piscinas, le hubiera gustado ir a casa de Amparo y nadar allí,
pero le había prometido que no regresaría hasta resolver el enigma de su
marido.
Se encontraba en las taquillas para sacar su
entrada y darse un buen baño cuando coincidió que entraba en ese preciso
instante la sobrina de Amparo, que se incorporaba a su despacho.
- Hola José. ¿Qué haces por aquí?
Se dieron dos besos en las mejillas y al
contestarle que iba a darse un baño le regañó con cariño.
- Las puertas de la Ciudad del deporte están
abiertas para ti, en todo momento. Si en alguna llegaras a tener problema pide
que te pongan en contacto inmediatamente conmigo, con mi tía o con mi esposo.
Solo faltaría que os cobrásemos la entrada a cualquier miembro de tu familia.
Charlaron unos minutos y antes de separarse
ella comentó.
- Cuando termines pásate por mi despacho y
hablaremos un rato. No siempre se tiene la oportunidad de dialogar con una
persona tan encantadora como tú.
Con la aceptación de la propuesta fue a
vestuarios se puso el bañador, las chanclas, el gorro, metió las gafas en el
bolsillo de su albornoz y una vez arropado entró en la pileta dispuesto a
quemar unas cuantas calorías. No nado a ritmo muy elevado, eso si no paró, ni
para ajustase las gafas. Por espacio de ochenta minutos nadó muy suave,
estirando mucho la brazada y relajando en el recobro todo lo que le permitía el
tiempo del mismo. Llegó a contar, ochenta piscinas, cuatro mil metros justos.
Al llamar a la puerta del despacho, ella se
levantó para atenderle personalmente, intuía que era él y al verlo se abrazó
mientras depositaba sus labios en sus mejillas.
- Me alegra que aceptaras mi invitación.
Deseaba hablar contigo.
Se sentaron en el tresillo del despacho,
preparó unas copas de la mejor reserva de un Bordeaux, que por cierto se las
había regalado él. Le encantaba dialogar con ese personaje, se había
identificado desde su primer encuentro y adoraba de forma especial aquel ángel
de cielo.
Hablaron de muchos temas, pero especialmente
el tema central fue Paco. Le confesó que sabía la promesa que le había hecho a
su tía y también, confidencialmente le contó que su tía también sentía algo
especial por él. Aunque debía comprender, su situación era desesperante. José
le confesó que había hablado con Gerardo pero no quiso desvelar lo que había
descubierto. Ella volvió a darle información de gran valor.
- Gerardo me confesó que cuando estuviste
aquí por primera vez con tu madre y Bernard al regresar a Bordeaux, antes de ir
a casa pasasteis unos días en Suiza.
José se quedó pensativo. Era cierto. Lo
recordaba. Fueron a una clínica de cirugía plástica. En esos momentos su mente
sé iluminaba. Precisamente el paciente de esa clínica fue él. De nuevo un sudor
frío penetró por su cuerpo. La imagen de un accidente, elevando del suelo
varios metros y la ambulancia a toda velocidad haciendo sonar la sirena regresó
de su subconsciente con una claridad digital. Ella, se asustó, le vio que
comenzaba a temblar e inmediatamente le preguntó.
- ¿Te
ocurre algo José? ¿Por favor dime algo?
Las palabras de suplica le sacaron del
trance. Tranquilizó a su amiga y comenzó a relatar todo lo que le estaba
sucediendo. La confesión de aquel hombre le dejó perpleja. No podía creer que
no recordara nada de su niñez, juventud e incluso gran parte de su madurez. De
los cuarenta y cinco años que tenía en la actualidad, cinco menos de los que
tendría en esos momentos su tío, no recordaba nada de esos años. Por el
contrario esos dos años y algún mes más, desde que abandonó Valencia con Marie
y Bernard los recordaba perfectamente. Casi segundo a segundo.
Aquella fructífera conversación finalizó
invitándole ella a cenar.
- Mi marido esta de viaje. Iba a cenar sola
y si te apetece será un placer compartir la velada contigo.
Al aceptar encantado, le regaló una de sus
picaras sonrisas y la felicidad volvió a su persona. Cenaron en un acogedor
restaurante del centro de la ciudad y compartieron unas horas de conversación.
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