martes, 2 de abril de 2013

TRES AÑOS EN EL LABERINTO CAPITULO VIII- EL MUNDO DEL DEPORTE



                                            - El MUNDO DEL DEPORTE -

    A los dos años de la llegada del “hijo prodigo”. El holding funcionaba como nunca. Los tíos de José fueron juzgados y encarcelados y se les expropiaron sus bienes para sufragar todos los daños que habían ocasionado a Marie y su hijo.
   Michel y Carolina se casaron y José fue el padrino. Ni los más viejos del lugar recordaban una boda de la categoría, la elegancia y la cantidad de invitados como la que apadrino, “El rey del vino”, en Bordeaux.
   José se había integrado en aquella vida con increíble facilidad. Seguía sin recordar su vida anterior a su retorno a Bordeaux. Pero se identificó plenamente con esas gentes, con la ciudad, su cultura, y se encontraba a punto de involucrase en su deporte. La sociedad deportiva Bordeaux, y en especial su sección de fútbol sé encontraba en una situación muy delicada, la falta de solvencia le podría costar la perdida de la categoría. Michel formaba parte del consejo de administración de esa sociedad desde que su padre falleció. Antes lo había sido su abuelo. En una reunión de trabajo lo comentó con José y sin dudarlo se comprometió a tenderles la mano. Esa misma semana la entrada en el consejo de administración de José Bordeaux se hacía público en la prensa nacional y local, especialmente en la deportiva. La familia Bordeaux invertía importantes cantidades de dinero a cambió de patrocinar el equipo.
   José era una persona que le gustaba patear todos los sectores en los que se metía y comprobar personalmente como se trabajaba. Uno de los días que visitó las instalaciones. Al entrar, en la ciudad deportiva, la imagen de niños a su alrededor se le presentó como en una cinta cinematográfica. Pero aunque se quedó unos minutos pensativos, el griterío de los equipos inferiores que entrenaban en esos momentos le hizo regresar al presente. Conversó con los empleados, los entrenadores, los utileros y con todo el que se cruzó en su camino. Aquel ambiente le entusiasmó, hasta tal punto que no dejó un solo día sin presentarse en los terrenos de juego. Especialmente le gustaba observar a los equipos de categorías inferiores. Le resultaba gracioso ver a los pequeños pelear por el balón y había unos cuantos que no lo hacían nada mal. Una tarde, sentado en el banquillo de los visitantes del terreno de fútbol siete, donde entrenaba un equipo de niños de diez y once años. Le hizo mucha gracia un pequeño que estaba más pendiente de jugar con las piedras del terreno, o los bichos que podían circular por allí que del juego mismo, se trataba de su guardameta. De pronto se quedó parado, aquello le resultaba familiar esa escena la había vivido antes. ¿Pero cuando? ¿Dónde? Al regresar a la realidad, los niños abandonaban el terreno, su entrenamiento había concluido por ese día. Se acercó al pequeño en cuestión y le preguntó su nombre.
   - Paul, Señor. Me llamo Paul.
   De nuevo la sonrisa en su rostro, dio paso a otra pregunta.
   - ¿Te gusta el fútbol?
   El pequeño le miró con el rostro inmerso en la extrañeza. ¿A que santo le preguntaba eso? Pero, aunque se quedó pensativo y le costó reaccionar, al final contestó.
   - Sí, señor. De lo contrario no estaría jugando en un equipo tan importante como el Bordeaux.
   Casi sin dejarle terminar volvió a plantear un nuevo interrogante con cierto grado de recriminación.
   - ¿Si es cierto que te gusta el fútbol porqué estabas tan fuera del entrenamiento jugando con la arena y los bichos del campo mientras tus compañeros se esforzaban por recuperar la pelota y atacar sin desmayo?.    
   Con desparpajo contestó al desconocido.
   - Tengo la mejor defensa del mundo y me aburro como no se lo puede usted imaginar. Por eso tengo que matar el tiempo.
   Aquella respuesta le hizo tanta gracia que rompió a reír. Pues estaba en lo cierto el pobre chico no tocaba pelota y en algo tenía que entretenerse. Le acompañó, mientras prosiguieron su conversación, hasta los vestuarios y allí al saludar a sus padres, José se presentó y entabló conversación con ellos.
   No reconoció al padre del pequeño, pero su empleado supo, desde el primer cruce de mirada, quien era el personaje en cuestión.
   - Don José, posiblemente no se acuerde de mí. Trabajo en los viñedos del término de Signone. Soy el capataz de los viñedos que su familia tiene en esa zona.
   De inmediato se entabló una amena conversación. Aquel empleado no podía creer la sencillez del personaje. Dueño de medio Bordeaux y no tenía el menor reparo en conversar con un don nadie. Se decía para sí aquel buen hombre mientras proseguía la conversación con su jefe.
   Les invitó a cenar, en un principio rechazaron la invitación, pero ante la insistencia se vieron en la obligación de aceptar. Fueron al caserón donde cenaron en compañía de Marie. Inicialmente sé sintieron algo tensos, con la excepción del pequeño que con su desparpajo comentaba lo que en ese momento le venía a la mente. Pero poco a poco y al observar la naturalidad y sencillez de José fueron tomando un poco de confianza. En la sobremesa estaban más relajados.    
   Otro día José acudió a comer a casa de los padres de Paul. Antes de la comida el pequeño estaba con el balón en un pequeño llano junto a la casa y al ver a José le pidió que le lanzara el balón. Estuvieron jugando con la pelota y sin saber muy bien el porqué sé encontraba haciéndole indicaciones de cómo tenía que colocarse, como debía aguantar el mayor tiempo posible la entrada de un delantero cuando encaraba al portero. Las manos como se debían poner si el balón venía por alto o por bajo. El padre de Paul llevaba varios minutos observando a su jefe con su pequeño y se sorprendió al comprobar lo acertadas que eran esas indicaciones hechas a su hijo. Él había sido portero y cuando comenzaba a triunfar una grave lesión le retiró de los campos de juego. De ahí que supiera, de que iba el tema. Pudo comprobar que aquel hombre entendía del asunto. Se aproximó y le preguntó.
   - ¿Ha jugado al fútbol?
   La pregunta le dejó bloqueado, de nuevo las imágenes de dos niños jugando con él. Ambos guardametas se colocaban bajo una portería mientras les lanzaba trallazos a diestro y siniestro.
   El padre de Paul no sabía como reaccionar, su jefe estaba bloqueado, como ido del lugar. Lo llamó en repetidas ocasiones pero parecía ausente. Un balonazo en la cara le volvió a la realidad del presente. De inmediato Paul, temeroso y preocupado se aproximó solicitando su perdón. Pero fue él el que rogó que le disculparan por su ausencia. Limitándose a disculparse, sin aclarar ninguno de los interrogantes que le planteaba el padre de Paul. Tampoco éste volvió a formularle ningún otro.
   Volvieron a coincidir en reiteradas ocasiones. Él se entretenía con el pequeño enseñándole los secretos de la portería, mientras el niño seguía con interés sus indicaciones, pues era consciente de la mejoría que había experimentado bajo los palos.
   En varias de sus visitas coincidió con otros niños que iban a jugar con Paul y en uno de sus encuentros les propuso formar un equipo, comprometiéndose a ser su entrenador. Sin más preparativos se vieron entrenando dos veces a la semana, siguiendo con increíble disciplina las indicaciones de su entrenador. Los fines de semana los padres de los pequeños los acercaban al antiguo caserón de los Bordeaux donde mientras esperaban a sus hijos el servicio les preparaba un suculento aperitivo.
   Aquellos niños comenzaron a comportarse como un equipo y los primeros torneos los empezaron a disputar con éxito. José sabía llevar a los pequeños, convirtiéndose en su hoobie y disfrutando como nunca enseñando a esos niños los secretos del balón. Organizaron encuentros con los equipos del Bordeaux y los resultados fueron sorprendentes.
   Consiguieron un grupo humano muy unido pero especialmente disciplinado. Adoraban a su entrenador y creían fielmente en todo lo que les decía o indicaba.
   La temporada iba a comenzar y decidieron inscribirse en el campeonato de liga. Discutieron el nombre del equipo y por fin acordaron  llamarle como la zona donde vivían. Signone CF.
   En una de las zonas más pobres de aquella zona José compró unas grandes extensiones de terreno y decidió instalar allí un complejo deportivo, dedicándolo especialmente al fútbol. Sabía que mama tenía un negocio deportivo en Valencia y habló con Bernard para que le informara. Pensaba ir a esas instalaciones y observar como se había montado todo aquello. Bernard palideció cuando su jefe le contó lo que pretendía. Regresar, a sus orígenes podría despertar la mente de aquella persona y ellos le necesitaban en el holding. Lo había salvado con su inteligencia y saber afrontar con serenidad todos los momentos difíciles. Pero estaba claro que no podía negarse, aquel negocio en Valencia le pertenecía y era normal que se desplazase para ver como marchaban las cosas. Si bien su principal preocupación era informarse lo mejor posible para montar un complejo deportivo de similares características en Signone.
   Bernard no se durmió, consiguió que Amparo estuviese de vacaciones cuando José se presentara en la Ciudad del Deporte y procuró que sus hijos le acompañaran en ese merecido descanso. El propósito estaba claro. Tenerlos alejados del complejo deportivo cuando su patrón se dejase caer por allí.
   Ese viernes al medio día volaba junto a Bernard a Valencia.  Se instalaron en el Parador Nacional Luis Vives del Saler. Uno de los coches oficiales de la Ciudad del Deporte fue al encuentro de los dos empresarios al aeropuerto. De allí los trasladaron al Parador. Cuando el vehículo se detuvo ante las puertas de recepción, José se quedó bloqueado, aquel edificio lo recordaba de algo. Pero al acordarse que había estado con Marie hacía tiempo no le dio mayor importancia. Al asomarse al balcón de su habitación, la panorámica de la playa y el campo de Golf atrajo recuerdos a su mente. Pero los golpes en la puerta de Bernard, advirtiéndole que habían quedado en ir a comer a la Ciudad del Deporte, lo devolvieron al momento presente. Fueron directamente al restaurante de las instalaciones, donde les estaba esperando Gerardo y tras reponer fuerzas comenzó la visita al complejo deportivo. Una sobrina de Amparo fue la anfitriona de los accionistas. Cuando sé la presentaron, de nuevo José se quedó pensativo, aquella cara le resultaba familiar. La sonrisa de la joven, que por cierto estaba bastante nerviosa, volvió a traerle nuevas imágenes a su bloqueada  mente. Conocía a esa joven con toda seguridad, pero al igual que casi siempre, no recordaba donde la había visto, ni cuando. Gracias a la naturalidad de José la joven fue cogiendo confianza en sí misma y se le notaba algo más suelta. Aquel hombre era divertido, sencillo pero sobre todo le hacía sentirse, a una, bien. Bromeó y las dos horas que duró la visita al recinto se les paso volando. Al separarse, para proseguir con sus ocupaciones, quedaron al día siguiente para comer juntos en el complejo y seguir visitando aquellas instalaciones modélicas en Europa.
   José se extrañó al comprobar a Bernard tenso e inmensamente preocupado por todos sus movimientos. Por eso al llegar al Parador deseaba aislarse, desprenderse de la compañía, de su amigo y empleado. Se sentía excesivamente controlado por aquel hombre y asegurándole que se iba directo a la cama sin cenar, logró deshacerse de su agobiante control. El hombre de confianza de la familia Bordeaux descansó. Había sido demasiado tenso ese día y la propuesta de su jefe la recibió como una bendición de los cielos.
   A los veinte minutos de separarse de Bernard, José tras solicitar taxis abandonaba el Parador para perderse por la ciudad. En los pocos sitios que había estado se quedó bloqueado con imágenes que con toda seguridad pertenecían a su pasado y él deseaba con todas sus fuerzas recordar todos esos años que por mucho que deseaba atraer a su mente, ésta los tenía completamente bloqueados. Rogó al taxista que le llevara al centro de la ciudad y a los treinta minutos se encontraba en plena plaza del ayuntamiento. Se dio una vuelta y dejó que sus pasos le condujeran. Se dirigió hacía la estación y continuó en dirección a las grandes vías. Se extrañó al verse dentro de una calle estrecha, miró el letrero y pudo leer “Calle de Cuba”. ¿Por qué no había tomado la gran avenida y se había adentrado en aquella calle? Con esos pensamientos continuó, procurando que sus pasos lo llevaran.
   Al alzar, de nuevo, su vista al letrero de la calle donde sé encontraba le impactó. “Tirant lo Blanch”. Era corta, por lo que optó por recorrerla. En la farmacia, del final de la calle, se detuvo. En el portal con marquesina, que pertenecía a la finca donde sé encontraba la botica, se volvió a bloquear. La imagen de un niño de la edad de los jugadores de su equipo se le presentó con claridad en su mente. Vestía uniforme de guardameta de fútbol, pero aunque quiso retener la imagen de aquel muchacho volvió al presente y desapareció. Buscó un lugar donde sentarse, tomar algo y serenar sus ideas. Lo hizo en una avenida cercana junto a un kiosco. Unas sillas en plena calle con unas mesas fueron su lugar de descanso y de meditación. Cuando alzó la mirada, de nuevo el bloqueo. Ante él podía ver la iglesia junto a un colegio. Aquel edificio también le recordaba algo. Él había estado anteriormente en ese lugar. De eso no había la menor duda. ¿Pero donde podría encontrar respuesta a todos esos interrogantes? Mientras permanecía bloqueado su mente le mostraba unas imágenes con una claridad casi cinematográficas. Él, con chándal y rodeado de varios centenares de niños y niñas. 
   La camarera del local le sacó de su trance.
   - ¿Que desea el señor? 
   Se pidió un Martini y algo para picar. Intentó de nuevo recuperar esas imágenes perdidas pero no lo consiguió. Al observar que entraban y salía gente del colegio se levantó, pagó lo que había tomado y decidió entrar. Unas tenues luces iluminaban el inmenso patio del colegio. En diferentes instalaciones entrenaban a sus deportes favoritos diferentes chicos y chicas. Sonrió y algo temeroso se adentró en las instalaciones. Cuando se dio cuenta de ese temor, se detuvo, cerró los ojos y trató de recuperar imágenes pero de nuevo estas se negaron a acudir.
   Abandonó el colegio enfadado consigo mismo y tras detener el primer taxis le pidió que lo llevara al Parador. Al pasar junto a la ciudad de los deportes, rogó al chofer que lo llevara al restaurante del recinto. Entró en la cafetería y preguntó por la señora, que esa tarde le había atendido, pues estaba casada, pero no se enteró de ello hasta que de camino al Parador Bernard le sacó de su error. Los del restaurante reconocieron de inmediato al personaje en cuestión y se desvivieron por localizarla. A los pocos minutos se presentaba en compañía de su esposo. Estaban a punto de marchar a casa y descansar de la agotadora jornada.
   - ¿Desea algo don José?
   Se levantó de la silla y saludó a su anfitriona. Ésta le presentó a continuación a su marido.
   - ¿Os marchabais a casa?
   Contestó afirmativamente, pero de inmediato restó importancia. No tenían prisa y estaban para atenderle en lo que deseara. Él les preguntó si habían cenado. Ante la negativa les propuso ir a cenar los tres y charlar de la marcha del complejo deportivo. No pusieron el menor impedimento. Le invitaron a subir en su coche y mientras lo hacía  propuso.
  - Elegir el mejor restaurante, para cenar y poder mantener una conversación con tranquilidad.
  Se quedaron un poco pensativos, para reaccionar y conducir el vehículo a Monte Picayo.
   Durante la velada conversaron de multitud de cosas, tanto personales como de la empresa. La pareja se había casado hacía tan solo un año y ella le confesó que lo que más sintió el día de su boda fue el no poder contar con la presencia de su tío, el marido de Amparo y directora de la instalación. José observaba a la joven, sus gestos, expresiones y sonrisas. Se sentía a gusto en su compañía y estaba convencido de haber estado con ella antes de ese viaje. Le confesó el acierto que habían tenido contratando a su tía. Sin duda había sido determinante para la empresa. Al preguntarle, el motivo por el que no se encontraba al frente de las instalaciones esos días, le confesó que Gerardo le había ordenado tomarse unas vacaciones esa semana. La expresión de sorpresa de su jefe le puso en guardia y de inmediato se lamentó. Sin duda, había metido la pata. Quiso arreglarlo pero como se dio cuenta que era incapaz de mentir, se sinceró con aquel personaje con naturalidad
   - Seguramente le han dicho otra cosa. Me hubiera gustado no meter la gamba y aunque iba a tratar de enmendarlo. Lo cierto es que no sé mentir. Le ruego que no se enfade con nadie por mi indiscreción. 
   José sonrió. Una de las cosas que más apreciaba en esta vida, le confesó, era precisamente la sinceridad. Tomó la mano de aquella joven con tal ternura que al observar la expresión de su esposo las retiró rápidamente.
    Al despedirse, él iba a pedir un taxis pero no lo consintieron le acercaron personalmente con el coche hasta la misma puerta del Parador. 
    Cuando esa mañana se levantaron para desayunar, durante el mismo José aseguró a Bernard que ya tenía toda la información que necesitaba y que regresaba a Bordeaux en el primer vuelo. Bernard se quedó sorprendido y al preguntar a que se debía el cambio se encontró con una inesperada respuesta.
   - Es la primera vez, que me he dado cuenta, que me has mentido. Me imagino que tendrás tus motivos. Quiero que sepas que no suelo ser una persona que se deje engañar. Pero no quiero volver sobre el tema. Estas perdonado y ya lo he olvidado.
   Bernard conocía perfectamente a ese hombre, durante esos años lo había estudiado meticulosamente y sabía que hablaba en serio, al igual que era consciente que le había sentado mal el engaño. Aunque le hubiera gustado aclarar la situación con su jefe. Estaba también convencido que no debía volver sobre el asunto. Consecuentemente si trataba de dar una explicación, principalmente para disculparse, tendría que volver a mentir. Desde ese mismo instante se prometió no volverlo a hacer. Adoraba al personaje como jamás podía imaginar que apreciara a una persona. Sencillo, inteligente y de una prudencia incluso exagerada. En muchas ocasiones, cuando él no se encontraba en casa había hablado de él con Marie y  los dos terminaban felicitándose por la suerte que habían tenido al dar con dicho personaje. Todo cuanto tenían holding, propiedades, campos etc, habría pasado a manos de sus cuñados, pues así lo reflejaba un documento que firmó su esposo. La maniobra les había permitido conservar la mayor parte de sus propiedades. Eran conscientes que, el artífice de la nueva situación, se lo debían a él. Ahora, con la paciencia de unas hormigas, estaban consiguiendo que poco a poco la recuperación de todo aquel impresionante holding, fuera una realidad. La nueva estrategia llevada a cabo por su hijo permitía que aquellos papeles firmados por su padre no tuvieran valor, pues en realidad aquellas propiedades habían pasado a manos de la empresa española. En el caso que “su hijo” recobrase su identidad los tíos no podrían hacer nada. Marie y Bernard habían hablado del tema y estaban preparando un documento para conseguir que todo quedara, atado y bien atado legalmente. Aquellos buitres de familiares que tenían no consiguieran ni una sola botella de sus bodegas. Pero la llamada de su jefe para subir al coche y emprender el regreso le volvió a la realidad, contestó y se dijo para sí. “Esta hecho y punto”.


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