- El MUNDO DEL DEPORTE -
A los dos años de la llegada
del “hijo prodigo”. El holding funcionaba como nunca. Los tíos de José fueron
juzgados y encarcelados y se les expropiaron sus bienes para sufragar todos los
daños que habían ocasionado a Marie y su hijo.
Michel y Carolina se casaron y
José fue el padrino. Ni los más viejos del lugar recordaban una boda de la
categoría, la elegancia y la cantidad de invitados como la que apadrino, “El
rey del vino”, en Bordeaux.
José se había integrado en
aquella vida con increíble facilidad. Seguía sin recordar su vida anterior a su
retorno a Bordeaux. Pero se identificó plenamente con esas gentes, con la
ciudad, su cultura, y se encontraba a punto de involucrase en su deporte. La
sociedad deportiva Bordeaux, y en especial su sección de fútbol sé encontraba
en una situación muy delicada, la falta de solvencia le podría costar la
perdida de la categoría. Michel formaba parte del consejo de administración de
esa sociedad desde que su padre falleció. Antes lo había sido su abuelo. En una
reunión de trabajo lo comentó con José y sin dudarlo se comprometió a tenderles
la mano. Esa misma semana la entrada en el consejo de administración de José
Bordeaux se hacía público en la prensa nacional y local, especialmente en la
deportiva. La familia Bordeaux invertía importantes cantidades de dinero a
cambió de patrocinar el equipo.
José era una persona que le
gustaba patear todos los sectores en los que se metía y comprobar personalmente
como se trabajaba. Uno de los días que visitó las instalaciones. Al entrar, en
la ciudad deportiva, la imagen de niños a su alrededor se le presentó como en
una cinta cinematográfica. Pero aunque se quedó unos minutos pensativos, el
griterío de los equipos inferiores que entrenaban en esos momentos le hizo
regresar al presente. Conversó con los empleados, los entrenadores, los
utileros y con todo el que se cruzó en su camino. Aquel ambiente le entusiasmó,
hasta tal punto que no dejó un solo día sin presentarse en los terrenos de
juego. Especialmente le gustaba observar a los equipos de categorías
inferiores. Le resultaba gracioso ver a los pequeños pelear por el balón y
había unos cuantos que no lo hacían nada mal. Una tarde, sentado en el
banquillo de los visitantes del terreno de fútbol siete, donde entrenaba un
equipo de niños de diez y once años. Le hizo mucha gracia un pequeño que estaba
más pendiente de jugar con las piedras del terreno, o los bichos que podían
circular por allí que del juego mismo, se trataba de su guardameta. De pronto
se quedó parado, aquello le resultaba familiar esa escena la había vivido
antes. ¿Pero cuando? ¿Dónde? Al regresar a la realidad, los niños abandonaban
el terreno, su entrenamiento había concluido por ese día. Se acercó al pequeño
en cuestión y le preguntó su nombre.
- Paul, Señor. Me llamo Paul.
De nuevo la sonrisa en su
rostro, dio paso a otra pregunta.
- ¿Te gusta el fútbol?
El pequeño le miró con el
rostro inmerso en la extrañeza. ¿A que santo le preguntaba eso? Pero, aunque se
quedó pensativo y le costó reaccionar, al final contestó.
- Sí, señor. De lo contrario
no estaría jugando en un equipo tan importante como el Bordeaux.
Casi sin dejarle terminar
volvió a plantear un nuevo interrogante con cierto grado de recriminación.
- ¿Si es cierto que te gusta
el fútbol porqué estabas tan fuera del entrenamiento jugando con la arena y los
bichos del campo mientras tus compañeros se esforzaban por recuperar la pelota
y atacar sin desmayo?.
Con desparpajo contestó al
desconocido.
- Tengo la mejor defensa del
mundo y me aburro como no se lo puede usted imaginar. Por eso tengo que matar
el tiempo.
Aquella respuesta le hizo
tanta gracia que rompió a reír. Pues estaba en lo cierto el pobre chico no
tocaba pelota y en algo tenía que entretenerse. Le acompañó, mientras
prosiguieron su conversación, hasta los vestuarios y allí al saludar a sus
padres, José se presentó y entabló conversación con ellos.
No reconoció al padre del
pequeño, pero su empleado supo, desde el primer cruce de mirada, quien era el
personaje en cuestión.
- Don José, posiblemente no se
acuerde de mí. Trabajo en los viñedos del término de Signone. Soy el capataz de
los viñedos que su familia tiene en esa zona.
De inmediato se entabló una
amena conversación. Aquel empleado no podía creer la sencillez del personaje.
Dueño de medio Bordeaux y no tenía el menor reparo en conversar con un don
nadie. Se decía para sí aquel buen hombre mientras proseguía la conversación
con su jefe.
Les invitó a cenar, en un
principio rechazaron la invitación, pero ante la insistencia se vieron en la
obligación de aceptar. Fueron al caserón donde cenaron en compañía de Marie.
Inicialmente sé sintieron algo tensos, con la excepción del pequeño que con su
desparpajo comentaba lo que en ese momento le venía a la mente. Pero poco a
poco y al observar la naturalidad y sencillez de José fueron tomando un poco de
confianza. En la sobremesa estaban más relajados.
Otro día José acudió a comer a
casa de los padres de Paul. Antes de la comida el pequeño estaba con el balón
en un pequeño llano junto a la casa y al ver a José le pidió que le lanzara el
balón. Estuvieron jugando con la pelota y sin saber muy bien el porqué sé
encontraba haciéndole indicaciones de cómo tenía que colocarse, como debía
aguantar el mayor tiempo posible la entrada de un delantero cuando encaraba al
portero. Las manos como se debían poner si el balón venía por alto o por bajo.
El padre de Paul llevaba varios minutos observando a su jefe con su pequeño y
se sorprendió al comprobar lo acertadas que eran esas indicaciones hechas a su
hijo. Él había sido portero y cuando comenzaba a triunfar una grave lesión le
retiró de los campos de juego. De ahí que supiera, de que iba el tema. Pudo
comprobar que aquel hombre entendía del asunto. Se aproximó y le preguntó.
- ¿Ha jugado al fútbol?
La pregunta le dejó bloqueado,
de nuevo las imágenes de dos niños jugando con él. Ambos guardametas se
colocaban bajo una portería mientras les lanzaba trallazos a diestro y
siniestro.
El padre de Paul no sabía como
reaccionar, su jefe estaba bloqueado, como ido del lugar. Lo llamó en repetidas
ocasiones pero parecía ausente. Un balonazo en la cara le volvió a la realidad
del presente. De inmediato Paul, temeroso y preocupado se aproximó solicitando
su perdón. Pero fue él el que rogó que le disculparan por su ausencia.
Limitándose a disculparse, sin aclarar ninguno de los interrogantes que le
planteaba el padre de Paul. Tampoco éste volvió a formularle ningún otro.
Volvieron a coincidir en
reiteradas ocasiones. Él se entretenía con el pequeño enseñándole los secretos
de la portería, mientras el niño seguía con interés sus indicaciones, pues era
consciente de la mejoría que había experimentado bajo los palos.
En varias de sus visitas
coincidió con otros niños que iban a jugar con Paul y en uno de sus encuentros
les propuso formar un equipo, comprometiéndose a ser su entrenador. Sin más
preparativos se vieron entrenando dos veces a la semana, siguiendo con
increíble disciplina las indicaciones de su entrenador. Los fines de semana los
padres de los pequeños los acercaban al antiguo caserón de los Bordeaux donde
mientras esperaban a sus hijos el servicio les preparaba un suculento
aperitivo.
Aquellos niños comenzaron a
comportarse como un equipo y los primeros torneos los empezaron a disputar con
éxito. José sabía llevar a los pequeños, convirtiéndose en su hoobie y
disfrutando como nunca enseñando a esos niños los secretos del balón.
Organizaron encuentros con los equipos del Bordeaux y los resultados fueron
sorprendentes.
Consiguieron un grupo humano
muy unido pero especialmente disciplinado. Adoraban a su entrenador y creían
fielmente en todo lo que les decía o indicaba.
La temporada iba a comenzar y
decidieron inscribirse en el campeonato de liga. Discutieron el nombre del
equipo y por fin acordaron llamarle como
la zona donde vivían. Signone CF.
En una de las zonas más pobres
de aquella zona José compró unas grandes extensiones de terreno y decidió
instalar allí un complejo deportivo, dedicándolo especialmente al fútbol. Sabía
que mama tenía un negocio deportivo en Valencia y habló con Bernard para que le
informara. Pensaba ir a esas instalaciones y observar como se había montado
todo aquello. Bernard palideció cuando su jefe le contó lo que pretendía.
Regresar, a sus orígenes podría despertar la mente de aquella persona y ellos
le necesitaban en el holding. Lo había salvado con su inteligencia y saber
afrontar con serenidad todos los momentos difíciles. Pero estaba claro que no
podía negarse, aquel negocio en Valencia le pertenecía y era normal que se
desplazase para ver como marchaban las cosas. Si bien su principal preocupación
era informarse lo mejor posible para montar un complejo deportivo de similares
características en Signone.
Bernard no se durmió,
consiguió que Amparo estuviese de vacaciones cuando José se presentara en la Ciudad del Deporte y
procuró que sus hijos le acompañaran en ese merecido descanso. El propósito
estaba claro. Tenerlos alejados del complejo deportivo cuando su patrón se
dejase caer por allí.
Ese viernes al medio día
volaba junto a Bernard a Valencia. Se
instalaron en el Parador Nacional Luis Vives del Saler. Uno de los coches
oficiales de la Ciudad
del Deporte fue al encuentro de los dos empresarios al aeropuerto. De allí los
trasladaron al Parador. Cuando el vehículo se detuvo ante las puertas de
recepción, José se quedó bloqueado, aquel edificio lo recordaba de algo. Pero
al acordarse que había estado con Marie hacía tiempo no le dio mayor
importancia. Al asomarse al balcón de su habitación, la panorámica de la playa
y el campo de Golf atrajo recuerdos a su mente. Pero los golpes en la puerta de
Bernard, advirtiéndole que habían quedado en ir a comer a la Ciudad del Deporte, lo
devolvieron al momento presente. Fueron directamente al restaurante de las
instalaciones, donde les estaba esperando Gerardo y tras reponer fuerzas
comenzó la visita al complejo deportivo. Una sobrina de Amparo fue la
anfitriona de los accionistas. Cuando sé la presentaron, de nuevo José se quedó
pensativo, aquella cara le resultaba familiar. La sonrisa de la joven, que por
cierto estaba bastante nerviosa, volvió a traerle nuevas imágenes a su
bloqueada mente. Conocía a esa joven con
toda seguridad, pero al igual que casi siempre, no recordaba donde la había
visto, ni cuando. Gracias a la naturalidad de José la joven fue cogiendo
confianza en sí misma y se le notaba algo más suelta. Aquel hombre era
divertido, sencillo pero sobre todo le hacía sentirse, a una, bien. Bromeó y
las dos horas que duró la visita al recinto se les paso volando. Al separarse,
para proseguir con sus ocupaciones, quedaron al día siguiente para comer juntos
en el complejo y seguir visitando aquellas instalaciones modélicas en Europa.
José se extrañó al comprobar a
Bernard tenso e inmensamente preocupado por todos sus movimientos. Por eso al
llegar al Parador deseaba aislarse, desprenderse de la compañía, de su amigo y
empleado. Se sentía excesivamente controlado por aquel hombre y asegurándole
que se iba directo a la cama sin cenar, logró deshacerse de su agobiante
control. El hombre de confianza de la familia Bordeaux descansó. Había sido
demasiado tenso ese día y la propuesta de su jefe la recibió como una bendición
de los cielos.
A los veinte minutos de
separarse de Bernard, José tras solicitar taxis abandonaba el Parador para
perderse por la ciudad. En los pocos sitios que había estado se quedó bloqueado
con imágenes que con toda seguridad pertenecían a su pasado y él deseaba con
todas sus fuerzas recordar todos esos años que por mucho que deseaba atraer a
su mente, ésta los tenía completamente bloqueados. Rogó al taxista que le
llevara al centro de la ciudad y a los treinta minutos se encontraba en plena
plaza del ayuntamiento. Se dio una vuelta y dejó que sus pasos le condujeran.
Se dirigió hacía la estación y continuó en dirección a las grandes vías. Se
extrañó al verse dentro de una calle estrecha, miró el letrero y pudo leer
“Calle de Cuba”. ¿Por qué no había tomado la gran avenida y se había adentrado
en aquella calle? Con esos pensamientos continuó, procurando que sus pasos lo
llevaran.
Al alzar, de nuevo, su vista
al letrero de la calle donde sé encontraba le impactó. “Tirant lo Blanch”. Era
corta, por lo que optó por recorrerla. En la farmacia, del final de la calle,
se detuvo. En el portal con marquesina, que pertenecía a la finca donde sé
encontraba la botica, se volvió a bloquear. La imagen de un niño de la edad de
los jugadores de su equipo se le presentó con claridad en su mente. Vestía
uniforme de guardameta de fútbol, pero aunque quiso retener la imagen de aquel
muchacho volvió al presente y desapareció. Buscó un lugar donde sentarse, tomar
algo y serenar sus ideas. Lo hizo en una avenida cercana junto a un kiosco.
Unas sillas en plena calle con unas mesas fueron su lugar de descanso y de
meditación. Cuando alzó la mirada, de nuevo el bloqueo. Ante él podía ver la
iglesia junto a un colegio. Aquel edificio también le recordaba algo. Él había
estado anteriormente en ese lugar. De eso no había la menor duda. ¿Pero donde
podría encontrar respuesta a todos esos interrogantes? Mientras permanecía
bloqueado su mente le mostraba unas imágenes con una claridad casi
cinematográficas. Él, con chándal y rodeado de varios centenares de niños y
niñas.
La camarera del local le sacó
de su trance.
- ¿Que desea el señor?
Se pidió un Martini y algo
para picar. Intentó de nuevo recuperar esas imágenes perdidas pero no lo
consiguió. Al observar que entraban y salía gente del colegio se levantó, pagó
lo que había tomado y decidió entrar. Unas tenues luces iluminaban el inmenso
patio del colegio. En diferentes instalaciones entrenaban a sus deportes favoritos
diferentes chicos y chicas. Sonrió y algo temeroso se adentró en las
instalaciones. Cuando se dio cuenta de ese temor, se detuvo, cerró los ojos y
trató de recuperar imágenes pero de nuevo estas se negaron a acudir.
Abandonó el colegio enfadado
consigo mismo y tras detener el primer taxis le pidió que lo llevara al
Parador. Al pasar junto a la ciudad de los deportes, rogó al chofer que lo
llevara al restaurante del recinto. Entró en la cafetería y preguntó por la
señora, que esa tarde le había atendido, pues estaba casada, pero no se enteró
de ello hasta que de camino al Parador Bernard le sacó de su error. Los del
restaurante reconocieron de inmediato al personaje en cuestión y se desvivieron
por localizarla. A los pocos minutos se presentaba en compañía de su esposo.
Estaban a punto de marchar a casa y descansar de la agotadora jornada.
- ¿Desea algo don José?
Se levantó de la silla y
saludó a su anfitriona. Ésta le presentó a continuación a su marido.
- ¿Os marchabais a casa?
Contestó afirmativamente, pero
de inmediato restó importancia. No tenían prisa y estaban para atenderle en lo
que deseara. Él les preguntó si habían cenado. Ante la negativa les propuso ir
a cenar los tres y charlar de la marcha del complejo deportivo. No pusieron el
menor impedimento. Le invitaron a subir en su coche y mientras lo hacía propuso.
- Elegir el mejor restaurante,
para cenar y poder mantener una conversación con tranquilidad.
Se quedaron un poco pensativos,
para reaccionar y conducir el vehículo a Monte Picayo.
Durante la velada conversaron
de multitud de cosas, tanto personales como de la empresa. La pareja se había
casado hacía tan solo un año y ella le confesó que lo que más sintió el día de
su boda fue el no poder contar con la presencia de su tío, el marido de Amparo
y directora de la instalación. José observaba a la joven, sus gestos,
expresiones y sonrisas. Se sentía a gusto en su compañía y estaba convencido de
haber estado con ella antes de ese viaje. Le confesó el acierto que habían tenido
contratando a su tía. Sin duda había sido determinante para la empresa. Al
preguntarle, el motivo por el que no se encontraba al frente de las
instalaciones esos días, le confesó que Gerardo le había ordenado tomarse unas
vacaciones esa semana. La expresión de sorpresa de su jefe le puso en guardia y
de inmediato se lamentó. Sin duda, había metido la pata. Quiso arreglarlo pero
como se dio cuenta que era incapaz de mentir, se sinceró con aquel personaje
con naturalidad
- Seguramente le han dicho
otra cosa. Me hubiera gustado no meter la gamba y aunque iba a tratar de
enmendarlo. Lo cierto es que no sé mentir. Le ruego que no se enfade con nadie
por mi indiscreción.
José sonrió. Una de las cosas
que más apreciaba en esta vida, le confesó, era precisamente la sinceridad.
Tomó la mano de aquella joven con tal ternura que al observar la expresión de
su esposo las retiró rápidamente.
Al despedirse, él iba a pedir
un taxis pero no lo consintieron le acercaron personalmente con el coche hasta
la misma puerta del Parador.
Cuando esa mañana se
levantaron para desayunar, durante el mismo José aseguró a Bernard que ya tenía
toda la información que necesitaba y que regresaba a Bordeaux en el primer
vuelo. Bernard se quedó sorprendido y al preguntar a que se debía el cambio se
encontró con una inesperada respuesta.
- Es la primera vez, que me he
dado cuenta, que me has mentido. Me imagino que tendrás tus motivos. Quiero que
sepas que no suelo ser una persona que se deje engañar. Pero no quiero volver
sobre el tema. Estas perdonado y ya lo he olvidado.
Bernard conocía perfectamente
a ese hombre, durante esos años lo había estudiado meticulosamente y sabía que
hablaba en serio, al igual que era consciente que le había sentado mal el
engaño. Aunque le hubiera gustado aclarar la situación con su jefe. Estaba
también convencido que no debía volver sobre el asunto. Consecuentemente si
trataba de dar una explicación, principalmente para disculparse, tendría que
volver a mentir. Desde ese mismo instante se prometió no volverlo a hacer.
Adoraba al personaje como jamás podía imaginar que apreciara a una persona.
Sencillo, inteligente y de una prudencia incluso exagerada. En muchas
ocasiones, cuando él no se encontraba en casa había hablado de él con Marie y los dos terminaban felicitándose por la
suerte que habían tenido al dar con dicho personaje. Todo cuanto tenían
holding, propiedades, campos etc, habría pasado a manos de sus cuñados, pues
así lo reflejaba un documento que firmó su esposo. La maniobra les había
permitido conservar la mayor parte de sus propiedades. Eran conscientes que, el
artífice de la nueva situación, se lo debían a él. Ahora, con la paciencia de
unas hormigas, estaban consiguiendo que poco a poco la recuperación de todo
aquel impresionante holding, fuera una realidad. La nueva estrategia llevada a
cabo por su hijo permitía que aquellos papeles firmados por su padre no
tuvieran valor, pues en realidad aquellas propiedades habían pasado a manos de
la empresa española. En el caso que “su hijo” recobrase su identidad los tíos
no podrían hacer nada. Marie y Bernard habían hablado del tema y estaban
preparando un documento para conseguir que todo quedara, atado y bien atado
legalmente. Aquellos buitres de familiares que tenían no consiguieran ni una
sola botella de sus bodegas. Pero la llamada de su jefe para subir al coche y
emprender el regreso le volvió a la realidad, contestó y se dijo para sí. “Esta
hecho y punto”.
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