jueves, 17 de enero de 2013

EL PRIMER AMOR - TERCERA PARTE - CAPITULO-XXIV - EL NACIMIENTO


                                               - EL NACIMIENTO -

   Desde la primera intervención con éxito el trabajo se acumulaba. Era necesario descubrir el porqué un accidentado cuando llegaba al quirofano con más de dos horas desde el accidente no se recuperaba al cien por cien y darle una solución. A los ciento ochenta minutos la eficacia de recuperarlo perfectamente era del cincuenta por ciento, el otro cincuenta aunque recobraba la movilidad padecía alguna dificultad importante, principalmente en la coordinación. Sesenta minutos más tarde el éxito se reducía a un veinticinco y cada hora la progresión era casi idéntica. Se hacía imprescindible volcar todo el esfuerzo en esa línea de investigación para solucionar el nuevo reto. Pero en los principales hospitales del mundo, gracias a los resultados del equipo del doctor Carbonell consiguieron evitar que muchas personas se vieran relegadas a la cama o a la silla de ruedas.
   Caterine comenzaba a sentirse pesada, necesitaba mimo, cariño, pero sobre todo atención por parte de su esposo. José, tras sus últimos éxitos decidió trabajar media jornada y dedicarle la otra a su mujer.
   Faltaban dos semanas para salir de cuentas, cuando recibió una llamada de un investigador, totalmente novel, para él, y para el mundo de la medicina. Pertenecía a un estado donde la dictadura controlaba a sus ciudadanos. Trabajaba en la universidad de la capital. Había, o creía haber encontrado una solución para poder intervenir a cualquier  accidentado, incluidos aquellos cuya inmovilidad venía de accidentes ocurridos varios años atrás. Pero le resultaba imposible salir del país y mucho menos sacar información de cualquier investigación llevada a cabo en su universidad. Había estudiado al milímetro todas las publicaciones del doctor Carbonell, siguiendo las pautas marcadas y tomando una de las vías de investigación sugeridas en el artículo, aunque su método no estaba perfeccionado del todo, logró devolver la movilidad a tres de las diez personas intervenidas. La mayoría llevaban años desde el accidente, Interesándose José precisamente por ello. Deseaba encontrarse con él y decidió por medio de la embajada ser invitado a dar una conferencia en la capital del país en cuestión. No encontrando ningún impedimento. Es más todo fueron facilidades
   Caterine no estaba para viajar y menos a un país con pocas garantías de ser respetados sus derechos. Optando por quedarse y el doctor en compañía de sus colaboradores se desplazó un fin de semana. Esa misma noche del viernes visitaron al personaje en cuestión en su laboratorio de la facultad. José le había llevado varios dossiers de sus investigaciones solicitadas por teléfono.
   Repasaron minuciosamente los estudios sobre los éxitos asegurados por el científico. Quedaron gratamente impresionados. Precisamente Joel estaba esos últimos días iniciando una serie de investigaciones con una línea muy similar.  Desde el primer instantes aquellas investigaciones despertaron el interés del equipo del doctor pero especialmente el de él. No durmieron, pasaron la noche en el laboratorio. Si bien tuvieron dificultades de movimiento y especialmente de luz. Si los descubrían el régimen del país los podía incluso acusar de espionaje, como les advirtió Jung. En esas horas de trabajo codo a codo José comprendió estar ante otro genio de la investigación. Con medios rudimentarios y sin la mínima motivación logró, resultados impensables, incluso con un buen equipo. Jung se encontraba solo, no tenía familiares ni conocidos con vida, la guerra civil vivida recientemente se encargó de borrar del mundo a sus seres queridos. Odiaba aquel régimen y así se lo confesó a lo largo de la velada. La respuesta de José fue inmediata, le brindó ayuda y  al observar la reacción emocionada de su colega, no perdió el tiempo, prepararon una estrategia para conseguir abandonar el país e instalarle en Francia como refugiado político.
   Ese sábado la conferencia realizada por el equipo del doctor Carbonell fue un éxito y el gobierno se apuntó un tanto al conseguir lo que otros países de mayor prestigio y peso específico no lograron. Al finalizar la misma y durante el ágape en honor de los conferenciantes, José logró del ministro de sanidad la promesa de enviar a Francia al curso, que se iniciaba esa misma semana, sobre medicina del movimiento y de rehabilitación, a un equipo de científicos del país. Consiguiendo, con su habilidad de negociador, la entrada de Jung en la lista de científicos a desplazarse a Paris. Al notificárselo el propio ministro, su rostro se transformó, la tristeza, tensión y preocupación desaparecieron. Buscó con su mirada a José sabía que el ministro había ido a su encuentro para notificárselo. Le guiñó el ojo y en esos momentos le hubiera gustado explotar de felicidad, pero consiguió controlarla.
   - Mañana mismo, partirá con dos colegas a París como invitados del doctor Carbonell.
   Con estas palabras le comunicaba el ministro a Jung la noticia. Inició sus pasos hacía José, pero con una indicación significativa cambió de rumbo y se encontró con los otros compatriotas compañeros de viaje para quedar en el ministerio y de ahí partir, hacía el aeropuerto.
   José y su equipo salieron unas horas antes. Deseaba llegar a París con tiempo. Habló previamente por teléfono con el secretario del ministro de asuntos exteriores sobre el asunto, quien le confirmó entrevistarse a su llegada en el aeropuerto parisino.
   Cuando el avión de líneas regulares despegaba del país Jung sintió como todo su ser se inundaba de felicidad. Por fin libre para trabajar, para salir, para hablar. Pero más que esa libertad ansiaba, desde lo más profundo de su corazón, poder pertenecer al mejor equipo del mundo en investigación sobre rehabilitación y trastornos del movimiento. Además, esas escasas horas de relación con José le había llenado plenamente. No podía dar crédito a lo vivido en esas horas. Tal vez, pensaba, al tratarlo tan poco y en esas circunstancias, unido al deseo de salir de allí y comprobar que tenía posibilidades de ser libre, lo había magnificado. Era un hombre de una sencillez deslumbrante. De una inteligencia difícil de igualar. Las palabras intercambiadas con sus dos colaboradores, le aseguraban que era fácil agradar en unas horas a cualquier persona. Pero Joel le confesó  llevar años trabajando con él y cada día le sorprendía aquel genio de La Naturaleza.
    Nada más aterrizar y a punto de pasar el control aduanero, dos agentes de inmigración se aproximaron y uno solicitó a Jung acompañarle. Obedeció. Al cruzar el umbral de la  puerta de un despacho vio a José abrazándose y agradeciendo  su colaboración. Los trámites burocráticos se aceleraron, pues no en balde José se movió con antelación y aunque perdieron unas horas mereció la pena. Era libre, le proporcionaron la documentación de refugiado político y su correspondiente permiso de trabajo y de residencia en el país.
   Los otros dos científicos se instalaron en un hotel parisino, una azafata había ido a recogerlos y sería su anfitriona durante los días de estancia en la capital. Preguntaron a la bella señorita por su compañero y tras las aclaraciones oportunas, se prepararon para asistir esa tarde al congreso.
   El equipo del doctor Carbonell, junto a su nueva incorporación, tomó el jet de la familia y volaron con destino Lyón. Durante el corto trayecto aéreo recibió la llamada de Caterine, estaba atascada en la autopista que unía Lyón con su aeropuerto. Trazas de descongestionarse no había. Es más iba en aumento, por ser hora punto. Quedó en desviarse por el primer cambio de sentido y regresar a casa para esperarle allí. Comieron todos en casa de los Carbonell. Tras la sobremesa instalaron, por el momento, a Jung en el dúplex de Caterine. Esa misma tarde noche los tres ayudantes de José se encontraban trabajando en el laboratorio. Mientras el matrimonio se desplazó a París para relajarse, cenar y asistir a la opera.
   José pasó toda la representación observando a su esposa, estaba encantadora, su rostro reflejaba la felicidad de ese primer embarazo inundando su cuerpo. En varias ocasiones llamó, con el gesto y la mirada, la atención de su esposo. Pero él hizo caso omiso a las gesticulaciones y mirada de su encantadora esposa y prosiguió contemplándole. Mientras abandonaban el teatro le recriminó por su actitud en la representación. Había sido excepcional y él no había prestado la mínima atención.
   - Mi amor, en ese teatro el único espectáculo, lo verdaderamente embriagador en ese local repleto de personas, eras tú. Y tras casi dos días sin poderte contemplar. ¿Crees que estaba dispuesto a no disfrutar de tu mirada, de tu expresión, de tu encanto? Pues no. Mi querida mama. No estaba dispuesto a distraer mi atención con otras personas.
   Las palabras de su esposo le llenaban de felicidad, ella se veía enorme, aquel vientre donde albergaba su primer hijo había deformado su perfecto cuerpo y cuando se atrevió a asegurar estar hecha un adefesio, gorda y... no le permitió terminar se abrazó con dulzura y comenzó a mimarle, acariciarle y a decirle mil y un cumplido que envolvieron y elevaron su moral.
   Una mañana, había salido de cuentas, encontrándose en el laboratorio trabajando, el servicio entró precipitadamente para advertir al señor el inicio de la dilatación. Dejó de inmediato a sus ayudantes y salió como una flecha al encuentro de su mujer. Estaba bastante avanzada, unos seis centímetros y los dolores se espaciaban cada vez menos. El nuevo ser estaba a punto de irrumpir en el mundo. No se separó de su esposa ni un solo minuto. Tras unas eternas horas al fin descansó la parturienta al lanzar a su hijo al exterior. Al mirar a su esposo se le nublaron los ojos de felicidad. Estaba entusiasmado, contemplaba a la pequeña, había sido niña, con tal amor, que llegó a sentirlo. Tenía su mano entrelazada a la suya, se la aproximó a sus labios y los posó con esa dulzura y cariño que enloquecía de pasión a su media naranja.
    Todo se había desarrollado sin la menor complicación. Cuando salían del quirofano Brisite se encontraba aguardando. Besó a su sobrina y recordó a su hermana Linda. Se habría sentido tan orgullosa de su hija y nieta, que esos recuerdos aflojaron sus lagrimales y unas gotas de felicidad recorrieron sus mejillas. El recuerdo de su hermana le había emocionado. Caterine le tendió sus manos y de nuevo se fundieron en un abrazo.
    En la habitación llegó el primer momento de acercar a su niña al pecho. Para estimular las glándulas de la madre y al mismo tiempo la pequeña siguiera sintiendo el calor y el latido del corazón de su progenitora. José a su lado no paraba de lánzarle cumplidos y mostrar la felicidad que esa hija había traído a sus vidas. La habitación se pobló de ramos de flores, de detalles para la madre y la niña. Desfilaron infinidad de personajes, familiares, amigos, políticos y demás conocidos del matrimonio.
-          ¿Cómo te gustaría llamarla?
   Sorprendió a su esposo. Se quedó pensativo. El nombre lo tenía en mente desde hacía tiempo, pero en esos instantes dudaba.
   - ¿Habías pensado en alguno en concreto?
   - ¿Mi vida prefiero que lo elijas tú?
   José dejó transcurrir unos minutos y por fin se decidió a confesarle el que tenía en mente.
   - Creo que a tu madre le hubiera hecho mucha ilusión conocer a su nieta. A mí particularmente me gustaría ponerle Linda.
   Caterine sonrió. Precisamente ella también pensó en le mismo nombre para su pequeña. Abrazó a su esposo, era capaz de leerle hasta el pensamiento, le besó y confirmó el nombre. 
   Al fin llegó la hora de volver a casa. Se había recuperado maravillosamente bien y salió por su propio pie mientras en sus brazos acurrucaba al bebe.
   Durante esa semana José no piso prácticamente el laboratorio, pero sus colaboradores le tenían informado puntualmente. Por regla general coincidía cuando se dignaban a realizar alguna de las comidas, pues normalmente el servicio les llevaba unas bandejas y reponía fuerzas mientras seguían enfrascados en su trabajo.


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