jueves, 5 de abril de 2012

EL PRIMER AMOR - SEGUNDA PARTE-CAPITULO III- EL PRIMER CONTACTO

CAPÍTULO TERCERO.

EL PRIMER CONTACTO.

Era viernes. Justo el día antes del inicio de las vacaciones cuando el Sr. Doufeaux telefoneó. A Linda le habían ingresado de nuevo en el hospital hacía tan solo una hora y le acompañaba su hija Caterine. La joven se encontraba en la sala de espera para recibir el primer parte médico. Tenía más datos. Pero como José se desplazaba a New Ville, esa misma noche, acordaron verse en el hotel donde hacía unas semanas estuvo con su mujer. Allí personalmente le daría la información necesaria. Tras colgar se lo comunicó a Silvia. Conversaron sentados en el tresillo del salón mientras José abrazaba a su mujer. Silvia le propuso desplazarse solo él a New Ville, mientras ella acompañaba a sus hijos a la playa. Si la situación se prolongaba ella acudiría al siguiente fin de semana para reunirse.

Las gestiones para el alquiler de un reactor no se hicieron esperar. No hacía ni dos horas de su conversación con el investigador cuando volaba rumbo al aeropuerto de Lyon. El más cercano a la localidad del hospital. En el escaso tiempo del vuelo pensó en la estrategia. Debía contactar con ellas, pero sin revelar su identidad.

En el aeropuerto el Sr. Doufeaux esperaba pacientemente en un coche de alquiler, pues así lo acordaron cuando volvió a telefonear. Durante el trayecto le fue poniendo al corriente sobre lo investigado. Eran personas sin techo. Vivieron una temporada con Brisite, pero cuando perdió su casa de Anency, se fue con una compañera a un viejo apartamento. La historia se remontaba a unos diez años atrás, cuando sus hijas contaban, con tan solo, ocho años. El enfrentamiento en el matrimonio era total. Llegando a las manos. Su marido, con diferentes artimañas, consiguió pasar casi todas las propiedades a nombre de su amante y cuando llegó a darse cuenta se encontró con solo su piso como propiedad. Además dicho bien estaba hipotecado por una serie de créditos avalados por ella cuando introdujeron capital en el negocio. Cuando la entidad financiera reclamó dicho aval él se desentendió por completo. Encontrándose ella sin nada y con la expropiación del piso por falta de pago. Su hermana Brisite dependía del negocio de su hermana. Al enterarse su reacción fue violenta y Pierre aprovechó la circunstancia para despedirle sin indemnización. Trató de hacerse con la casa de Anency pero no consiguió engañar a Brisite. Desde el primer contacto caló a la perfección al marido de su hermana. Ella se casó el último verano compartido con José. Pero su matrimonio no duró ni un año. Desde entonces se mantuvo soltera. Endeudada al ayudar a Linda, cuando se enteró de su enfermedad, los préstamos solicitados le avocaron a perder sus propiedades incluida su casa de Anency. Vivía en un miserable apartamento en compañía de una amiga de trabajo y el dinero proporcionado por aquel precario empleo les daba para llegar a fin de mes, no sin pasar las mil penalidades. Mal comiendo, pasando frío ó un calor sofocante, según la época del año. Llegaron ante la puerta del hospital y José se despidió del Sr. Doufeaux, quedando en telefonearle más adelante.

Era tarde, la sala de espera estaba casi vacía. Solo una anciana aguardando impaciente el comunicado médico y Caterine, que con falta de higiene y las ropas rotas trataba de dormir un poco en aquellos incómodos sillones. Entró y se sentó cabizbajo junto a la joven. Le observaba. Barriendo de vez en cuando la sala con su mirada llegó a creer tener ante él a la joven de París, que tanto le impresionó. Siendo uno de los detonantes de encontrase allí en ese preciso instante. Su desnutrición se podía observar en aquel hermoso pero castigado rostro. La joven elevó su mirada y al cruzarla con aquel extraño esbozó una leve sonrisa. Al encontrar respuesta, no era muy frecuente esa reacción en la gente, pues su presencia invitaba más bien al rechazo. Volvió a sonreír mientras con dulzura y con le tono de voz muy bajo preguntó.

- ¿Algún familiar?

La pregunta le pilló fuera de juego. No la esperaba. Se rehizo y contestó con prontitud.

- Mi mujer... Un infarto.

La respuesta animó a la joven. Se aproximó sentándose junto a él y trató de animarle asegurándole haber visto muchas situaciones así y la mayoría salían bien. Entró en la conversación. No tardó mucho tiempo en confesarle el motivo de su presencia, si bien se cuidó de informarle del problema de su madre.

- ¿Te apetece tomar alguna cosa? Voy a la cafetería.

La joven no lo dudó, el hambre inundaba todo su cuerpo, se levantó del sillón y aceptó encantada la invitación. Aquel ofrecimiento le sonó a música celestial.

En la cafetería pidió un sándwich y un café con leche. Él dos platos combinados repletos de comida. Cuando les sirvieron, abonó la cantidad, dirigió su mirada a Caterine y le confesó no poder comer, pidiendo una tónica a continuación. Miró a José y éste le ofreció aquellos platos. Más que comer los devoró. Llevaba mucho tiempo sin premiar a su estomago y aunque la calidad no era la principal virtud de aquellos alimentos a ella le parecieron verdaderos manjares. Durante los primeros momentos el silencio fue sepulcral, pero conforme el hambre iba mitigando, la conversación se reanudó.

- ¿Si al menos dispusiera de un trabajo?

El comentario le dio pie para ofrecerle ayuda. Sabía perfectamente su historia. Sin pensarlo dos veces dejó caer lo siguiente.

- He venido a montar una casa de modas. ¿Si te animas?

Le tendió una tarjeta con su nombre, la dirección y teléfono de su hotel, mientras añadía.

- Se te ve una mujer inteligente y estoy seguro de encontrar algo para ti.

Los ojos de Caterine creyeron estar viendo la luz en aquel oscuro y prolongado túnel donde un día entró en compañía de su madre. Comenzó a contarle su ilusión por trabajar en ese campo asegurándole ser una enamorada de la moda. Regresaron a la sala de espera, mientras la conversación prosiguió, con mejor cara y con los ánimos por las nubes al encontrar algo donde poderse coger y salir de aquel agujero.

La entrada de un médico en la sala interrumpió la conversación.

- ¿Don José?

Era parte del plan trazado. Se despidió de la joven mientras añadía.

- Espero que te animes y podamos ver esa posibilidad de empleo.

Caterine estaba ilusionada. Pero al quedarse sola en la sala sus mecanismos de defensa comenzaron a funcionar y los primeros temores aparecieron. No conocía de nada a ese elegante y educado caballero. Pero aquellos pensamientos se interrumpieron cuando entró de nuevo y le comunicó que su mujer evolucionaba bien, dentro de la gravedad, debiendo permanecer unos días en observación. Estuvo tentado a darle dinero, incluso a invitarle a que le acompañara. Pues su mayor deseo era ayudarles lo más pronto posible. Pero las cosas se debían hacer sin precipitación.

Al instalarse en la habitación para descansar, el sueño se negó a entrar en su cuerpo. Se sentó en un sillón y se pasó la noche pensando. La claridad del nuevo día anunciaba la hora del desayuno, se duchó, se vistió y bajó al comedor del hotel. Al pasar junto a recepción pudo ver como dos empleados trataban de tirar a Caterine del local. Se acercó y con un enfado, fuera de lo común en él, les recriminó.

- Lo primero, antes de actuar, es informarse si yo deseaba atender a la señorita. Si no recuerdo mal lleva una tarjeta mía.

Caterine se sintió halagada, tras el mal trato recibido por los empleados de aquel local. Ahora se veía protegida por aquel hombre y cuando se disculparon todo su ser se llenó de una grata sensación no experimentada desde hacía muchos años. La situación le había llevado a sentirse rechazada constantemente por la gente y ahora aquel hombre, aquel ángel del cielo le defendía y protegía hasta conseguir disculpas por el trato recibido.

- Señorita. Mis más sinceras disculpas. Paliare en parte la falta de tacto y delicadeza mostrada por el personal del establecimiento.

Pidió una habitación. Entraron en la tienda de moda del hotel. Habló con la encargada para comunicar el deseo de ser ella personalmente quien atendiera a la señorita. Facilitándole cuanto le fuera preciso sin escatimar en gastos.

Cuando se encontró sola en la habitación, con aquel lujo, se restregó los ojos. ¿Estaría soñando? No podía recordar cuando fue la última vez en darse una ducha como mandan los cánones. Ni mucho menos aquel baño refrescando y relajando su cuerpo. Tardó más de dos horas en bajar a uno de los salones, donde quedó con José. El cambio de imagen no daba pie a sospechar que ese monumento de mujer fuese la joven que trataron de expulsar del hotel. Al hacer la entrada en el salón José se levantó y tras besarle la mano, con la cortesía que requiere la etiqueta, le invitó a sentarse a la mesa. Ante ella servían, en esos momentos, un suculento almuerzo. Había de todo y ante la insistencia de su compañero comió. En esta ocasión lo hizo con moderación. No estaba acostumbrada a comer dos veces en menos de doce horas y le podía sentar mal. Por otro lado el hambre no era tan agobiante como la noche pasada y podía mantener la compostura como requería la situación. Ese desayuno si que era un verdadero manjar. La calidad y la preparación de los alimentos no tenían nada que ver con los platos combinados ingeridos la noche anterior. Al elevar su mirada y ver como aquel maduro y elegante personaje le observaba se ruborizó e intentó apartar su mirada de la de él. Tal vez producto de ese nerviosismo se le ocurrió preguntar.

- ¿Solo pretende de mí, proporcionarme un trabajo? Yo....

No le permitió seguir. Mandó avisar a sus asesores, dos hombres y una mujer, y pronto todos los temores e inquietud desaparecieron. Uno, el que parecía dirigir a los otros y a su vez estar a las órdenes de aquel apuesto hombre maduro, comenzó a explicar las intenciones del grupo empresarial que representaba para poner en funcionamiento el negocio en aquella localidad.

- El nombre de la empresa será. Modas Revaud.

José comprobó el cambio de expresión en Caterine y sonrió cuando la encantadora señorita interrumpió.

- Así se llamaba la empresa de modas regentada y dirigida por mamá.

José fue quien le sacó de su asombro.

- Sabemos de la existencia años atrás de una firma con dicho nombre y por el prestigio conseguido nuestros socios han pensado que sería ideal volver con ese nombre. Compramos los derechos de la firma. Pero menuda casualidad. Ignoraba que la regentara su madre.

Matizó a lo expresado. Estaba atónita, no podía creer que aquello le estuviese pasando a ella. Cuando los asesores abandonaron el salón y se quedó a solas con José se encontraba mucho más relajada. La felicidad se le escapaba por cada poro de su piel. Se levantó del sillón y tras besarle cariñosamente en la mejilla comentó.

- No tengo palabras para agradecerle lo que está haciendo por mí.

- Por favor tutéame, me haces sentirme más viejo.

Sonrieron y reanudaron la conversación.

- Como te decía.

Nueva sonrisa al darse cuenta del tuteo.

- Espero poder compensarte con hechos la confianza depositada en mí. De siempre me ha gustado mucho el diseño y en el momento que cuente con los medios necesarios podré ofrecerte algunos que tengo en mente.

Caterine iba cogiendo confianza en sí misma. Los primeros temores y desconfianza hacia aquel educado personaje desaparecieron. Se iban a despedir, cuando José le pidió la dirección y el teléfono. Dudó, iba a mentir, cuando le interrumpió.

- ¿No tienes donde ir?

Las lágrimas le saltaron en esos momentos y comenzó a relatarle todo lo vivido y pasado junto a su madre. En especial cuando hablaba de su madre sus palabras se entrecortaban. Cuando consiguió calmarse, José, le aseguró resolver de inmediato su situación personal. Con respecto a su madre se comprometió, con ella, a consultar con los médicos y buscar la mejor solución.

Partieron del hotel en el lujoso automóvil. Se acercaron a una inmobiliaria y lo primero en solucionar fue la vivienda. Él le tranquilizó asegurándole correr todo a cargo de la empresa. Pero no era menos cierto que esperaba ver los resultados pronto.

Antes de ir a visitar unos cuantos apartamentos próximos al hotel se acercaron al hospital. Su madre seguía en un estado muy delicado. Cuando le preguntó por su esposa, respondió de inmediato.

- Va muy bien. Gracias a Dios, si todo marcha como hasta ahora le darán el alta a finales de la próxima semana.

Estuvieron en infinidad de pisos. Caterine desde el primero que visitaron estaba conforme. Todos le parecían maravillosos pero José le recomendó un espléndido dúplex de gran lujo y confort. Donde podía tener la vivienda en el piso inferior y un estudio para trabajar en el de arriba. Los de la inmobiliaria se comprometieron a tenerlo listo para esa misma tarde, siguiendo las pautas y sugerencias realizadas entre los dos. No había la menor duda. Aquel atractivo hombre entendía de inmuebles. Con toda seguridad aunque recorrieran toda la ciudad de New Ville no encontraría otro más apropiado. Con anterioridad Jose se había encargado por medio de sus asesores de localizar un piso próximo al establecimiento adquirido para instalar la tienda y en las proximidades de los talleres.

Salieron del dúplex y tras subir al automóvil decidieron almorzar en uno de los restaurantes junto al lago. Caterine se sentía llena de felicidad y esta se reflejaba en su rostro. Comenzó a relatarle su vida e intercambiaba constantes sonrisa con él. Ella misma en el transcurso de la conversación se extrañaba de la seguridad y confianza proporcionada por aquel maravilloso hombre. Por fin, cuando la tarde comenzaba a dar paso a la noche, los de la inmobiliaria les comunicaron tener todo listo. Se presentaron y quedaron admirados al observar la transformación de aquel dúplex vacío y frío dejado esa mañana. Ahora mostraba la imagen de un autentico hogar. Era evidente. La persona encargada de la transformación era un gran profesional.

Instalada en su casa, aquel encantador personaje, le adelantó el primer sueldo, despidiéndose de la joven para proseguir su trabajo.

Al quedarse a sola en aquella vivienda. Que era suya. Y con su primer sueldo, pensó que soñaba, se dejó caer sobre la cama y comenzó a llorar. En esos momentos sólo pensaba en su madre, en traerle cuanto antes a casa y cuidarle con todo su cariño y amor. Se acordó de su tía y tras solicitar información le comunicaron haberse dado de baja y no tenía ya contrato con la compañía de comunicaciones. Se metió en el baño y permaneció en aquel refrescante lugar por espacio de varias horas. El timbre de la puerta sonó. Salió del baño envuelta en unas toallas y cual fue su sorpresa al ver invadida su casa por cajas llenas de ropa de todo tipo. Podía elegir todo el vestuario que deseara y guardarlo en los armarios. El lunes pasarían a recoger lo desechado. No se quedó mucha ropa, pues le daba reparo abusar de aquel maravilloso hombre al que le deseaba todo lo mejor.

Se encontraba probándose ropa cuando el teléfono sonó.

- Señorita. ¿En su agenda hay un hueco para un amigo?

Era la voz de José invitándole a cenar. La extrañeza reflejada en su rostro al descolgar el teléfono se convertía en toda una expresión de felicidad. Si alguien deseaba ver en esos momentos, a parte de su madre, era precisamente a él. Tras colgar fue como una loca al armario y buscó algo que ponerse. Lo elegido, aunque le agradaba no era lo adecuado para salir con aquel hombre. Por ello volvió a desempaquetar varias cajas y cuando encontró lo que buscaba se lo puso. Al mirarse al espejo se quedó sorprendida ella misma del cambio. Estaba verdaderamente maravillosa y al invadir su cuerpo todas aquellas sensaciones de felicidad notó como por sus mejillas resbalaban dos lágrimas de felicidad.

El timbre de la puerta volvió a sacarle del sueño. Se precipitó hacia la entrada y al ver a José se lanzó a sus brazos, mientras sus ojos se enturbiaban por unas lágrimas, de felicidad, de gratitud, de desahogo..., al tiempo que balbuceaba unas palabras.

- Gracias, muchas gracias.

José, no sin esfuerzo, consiguió deshacerse de esa maraña de brazos rodeando su cuello, besó con suma delicadeza y cortesía la mano de la joven y ofreciéndole su brazo entraron en el ascensor.

Cenaron en uno de los restaurantes flotantes. No hacía ni un mes que había estado con Silvia. Al observar el rostro de su compañera se estremecía al comprobar el enorme parecido con la imagen de Linda. Durante la cena le confesó la enfermedad que consumía a su madre. Las lágrimas hacían acto de presencia en el rostro de aquella criatura mientras iba relatándole los últimos tiempos sufridos juntas. Al comenzar a sofocarse, José, le tranquilizó.

- Señorita. Esta noche si es preciso pondré los medios necesarios para atender lo mejor posible a tu madre.

Prosiguieron cenando y disfrutando de aquella embriagadora velada. Ni tan siquiera una mínima insinuación de ningún tipo por parte de aquel hombre. Caterine se encontraba tranquila y segura. Aunque no conocía a José, la seguridad experimentada junto a él era sorprendente. Pero le costaba creer esos últimos acontecimientos. No hacía ni veinticuatro horas que estaba mendigando por las calles y ahora su imagen era la de todas esas veraneantes en sus lujosos coches. Fue una de esas noches que toda mujer le gustaría vivir en algún momento. Inolvidable.

Al llegar a los apartamentos, con una dulzura y una expresividad, que le recordaron a Linda, le invitó a subir al piso para tomar una copa. Una agradable sensación recorría todo su cuerpo, la armonía de aquella voz, su figura, la dulzura de los gestos de la hija de su primer amor eran idénticos a los que recordaba de su madre. Con suma educación y evitando cualquiera mala interpretación rechazó la oferta.

- El lunes nos veremos para trabajar.

Tomó su mano y depositó, con suma dulzura, sus labios. "OH Dios cuanta ternura y cariño hay en este hombre”. Eran los pensamientos que en esos momentos ocupaban la mente de Caterine. Estuvo en un tras de lanzarse a sus brazos y abandonarse en el regazo de aquel hombre, pero él ya se había metido en el coche. Aquel personaje había entrado en su corazón. Educado, buena presencia, dulce, cariñoso y respetuoso hasta límites poco comprensibles. Pero lo cierto es que estaba casado y su mujer no lo estaba pasando nada bien. "Como me gustaría poseer a ese hombre”. Pensaba mientras se quitaba la ropa para refrescarse y relajarse con su tercer baño del día.

José tomó rumbo al hospital. Consiguió hablar con el médico de guardia, quien le puso al corriente de la situación de Linda. La solución no era fácil. Estaba muy debilitada y sus defensas le iban abandonando por momentos. Había un hospital privado en París que había tenido algunos éxitos en esos casos, casi desahuciados, pero era una verdadera fortuna lo que costaba diariamente. Le advirtieron la necesidad de tener el permiso de sus familiares para el traslado. Rogó poder verle. Fue formular la petición y el facultativo le aseguró que en esos momentos la paciente tenía visita.

- Precisamente ahora está su hermana.

José cortó la frase del facultativo y le rogó poder conversar con ella. A los pocos minutos regresó con Brisite. El aspecto de aquella mujer era deplorable, sus ropas muy castigadas por los numerosos lavados. Su rostro reflejaba las penalidades vividas. José se presentó, explicó a Brisite como había conocido a Caterine, al tiempo que iniciaba una tímida conversación. Durante la misma invitó a su interlocutor a entrar a ver a su hermana.

Cuando vio ante él a Linda el alma se le encogió, de tal forma, que temía no poderla recuperar. Aunque hubiera sido otra persona. Alguien desconocido. Le hubiese ocurrido lo mismo. Sin pelo, solo huesos y piel. Daba la sensación de estar viendo un cadáver. ¡Que digo un cadáver! Un esqueleto. No pudo contener las lágrimas. Tomó la mano de aquel esqueleto viviente y al contacto con su piel su cuerpo se embriagó de una dulce sensación. Cerró por unos instantes los ojos y recordó aquellos momentos lejanos junto a ella. Pudo escuchar su voz, muy débil, pero con la misma dulzura de unas cuantas décadas atrás.

- Bon soir.

Fueron las únicas palabras percibidas por su sistema auditivo. Pero sonaron como la más dulce melodía. Aproximó aquella mano a sus labios. Besó con extremada dulzura el manojo de huesos y abandonó la habitación en compañía de Brisite emocionado hasta tal punto que dos ríos de lágrimas bañaban sus mejillas. Las emociones contenidas hasta ese momento explotaron y por muchos esfuerzos que hizo fue incapaz de controlarse. Secó aquel diluvio con su pañuelo mientras la mano de Brisite, emocionada tanto o más que él, apretaba su hombro tratando de tranquilizarlo.

Se disculpó por su reacción. Confesó que era una persona muy sensible y tras los relatos de Caterine la situación le había podido. En una de las salas conversó con Brisite y el médico. Debían trasladarle cuanto antes al hospital de París. El permiso y las gestiones para el traslado de la paciente se iniciaron de inmediato. No se podía perder ni un solo segundo y deseaba poder auxiliar lo antes posible a su primer amor.

En el transcurso del diálogo le comunicó que Caterine le estaba buscando. Ella se había extrañado al no verle pero al solicitar el médico su presencia para presentarle a José se le olvidó preguntar por ella.

Junto con aquel extraño, pero maravilloso personaje, abandonó el hospital para ir al encuentro de su sobrina. Cuando subió en aquel lujoso coche, le vivieron a la mente toda clase de pensamientos y preguntas. ¿Porque hacía todo aquello aquel desconocido? ¿Que interés tenía en ayudar a Linda? ¿Porque le había ofrecido un trabajo? ¿Porque le había proporcionado a su sobrina un empleo? ¿Porque le había comprado una casa? ¿A que santo se emocionaba de esa forma al ver a su hermana? Durante el trayecto no hablaron mucho. Él intentó iniciar la conversación pero al verle tan fuera de lugar prefirió mantener el silencio y llegar a su destino.

Brisite no podía comprender como aquel hombre de gran posición, sin lugar a dudas, se preocupaba por tres pordioseras. Tenía que haber algún interés o alguna explicación. Pero la llegada, al bloque de apartamentos, le obligó a dejar sus cavilaciones. José bajó del coche y no permitió que el chofer le abriera, fue él mismo quien esperaba con la mano en la puerta. Es más, le ofreció su mano para ayudarle a descender del automóvil. Al cruzar sus miradas sonrieron. El vigilante de los apartamentos al verlos acercarse se extrañó, pero al ver a José, ya lo había visto esa noche cuando dejó a Caterine, les abrió la puerta e invitó a entrar. El trayecto en el ascensor fue tenso. No se atrevieron a romper aquel cortante silencio y la apertura de las puertas al llegar a su destino aliviaron aquel amplio pero agobiante espacio vital. Llamaron a la puerta. Caterine estaba durmiendo y el timbre le sobresaltó. De inmediato pensó en José. Se levantó de un salto, miró por la mirilla y al ver a su tía en compañía de aquel hombre abrió lanzándose a sus brazos. No tenía tiempo para contar todo lo sucedido. Llevaban unos minutos de pie en la entrada sin invitarlos cuando se dio cuenta de su grosería. Disculpándose les rogó que pasaran, podrían seguir conversando con tranquilidad, pero especialmente con más intimidad en el salón.

Se disponía a arrancar de nuevo cuando la voz serena, varonil y agradable de su amigo le interrumpió.

- Supongo que tu tía querrá darse una ducha y cambiarse de ropa.

De nuevo pidió perdón, rogó a Brisite que le acompañará. Fueron directamente al aseo, de inmediato la joven abandonó a su tía para entrar en su habitación, coger ropa limpia, regresar de nuevo y conversar mientras ésta se aseaba y relajaba con un buen baño. José permaneció en el salón por espacio de más de media hora, mientras Caterine contaba a su tía hasta el mínimo detalle de lo sucedido desde su encuentro con José. Gran parte de lo relatado lo escuchó de boca de aquel hombre en el hospital.

Caterine interrumpió la conversación.

- Hemos dejado a José solo en el salón.

Se disculpó ante su tía, mientras le demandaba aligerar. Entró mendigando perdón por su falta de delicadeza y sirviéndose una copa se sentó junto a él para conversar. Una leve sonrisa se dibujo en su rostro invitándole si lo deseaba a seguir con su tía. Se había tomado la libertad de servirse una copa y comprendía perfectamente la situación. La alegría y la emoción de aquel momento no le permitieron percatarse de su vestimenta. Iba con un camisón transparente de seda azul, ofreciendo al espectador todo el esplendor de aquel cuerpo. Cuando se dio cuenta, se ruborizó, entró en su habitación y salió con una bata cubriendo algo más aquella débil pero encantadora figura. Al cruzar su mirada, él le sonrío y ella con una dulzura sobrecogedora ocultó su ruborizado rostro. Pero la voz de José, contándole la visita a su madre y de acuerdo con su tía había puesto en marcha el traslado a una clínica privada de París donde había alguna esperanza, liberó a la joven de su rubor y se interesó por lo comentado. Mientras exponía a la joven la situación Brisite salió arreglada, limpia, vestida y peinada del aseo. El cambio había sido espectacular. Ellas mismas se sentían orgullosas de poderse ver como años atrás. Durante la conversación Caterine rogó a su tía quedarse a vivir con ella y mamá. Les había ayudado mucho y ahora mientras encontraba un trabajo más estable se trasladara a vivir con ellas. José le interrumpió

- Amiga mía. Tu tía trabajara con nosotros. Me ha confesado que regentaba, una de las tiendas de moda. Por tanto, la primera que abramos aquí en New Ville la dirigirá ella.

Caterine no pudo contenerse se lanzó a los brazos de José y le besó con entusiasmo. Con sumo tacto comentó a su nueva amiga.

- Te recuerdo que estoy casado y es muy celosa.

Sonrieron y prosiguieron conversando durante el resto de la noche.

Cuando abandonaba los apartamentos el sol comenzaba a despuntar entre las montañas. Ellas continuaban conversando en el salón. Ese día era domingo y hasta el día siguiente no tenían que presentarse a su nuevo jefe. Brisite al igual que su sobrina estaba en una nube, le había adelantado el primer sueldo. Incrédula por lo vivido ese día. Habló en voz alta.

- Lo primero que haré, será mandar a freír espárragos ese maldito trabajo de fregona y a continuación me voy a pasar el día en la bañera relajando el cuerpo.

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