viernes, 23 de marzo de 2012

EL PRIMER AMOR -2ª PARTE CAPITULO I-LA INVESTIGACIÓN

- CAPÍTULO PRIMERO.

- LA INVESTIGACIÓN.

Los cimientos económicos de la familia se consolidaron definitivamente. Proporcionando a la familia estabilidad y garantía ante cualquier situación prevista o no.

El tiempo a la investigación aumento considerablemente en ese último trimestre del año. Pero esas horas a su pasión, la medicina de investigación, las pudo repartir atendiendo a su familia y especialmente a su esposa. Pues a pesar de estar trabajando esos veinte últimos años codo a codo no disfrutaron ni un solo fin de semana para dedicárselo a ellos. Ahora dejaban a sobrinos y contratados el trabajo de quirófano y recuperación. Dedicándose ellos a la investigación y dirección. Si bien, su horario era flexible, nunca andaba por bajo de las ocho horas. Eso si, ahora los fines de semana eran para descansar. Además tenían la posibilidad de ausentarse unos días sin el menor problema. Todo un lujo después de jornadas agotadoras.

Una noche mientras realizaban la sobremesa acordaron tomarse una semana al mes, para relajarse, realizar algún viaje o disponer de tiempo libre para disfrutarlo a solas. Durante la conversación pensaron en el momento más propicio para iniciar su proyecto de descanso. Sería tras la celebración de la boda de su mayor. Sus tres hijos, con la excepción de la cena, que era sagrada, hacían su vida. La mayor terminaba el MIR, especializándose en cirugía cardiaca. Y a principio del verano había fijado su enlace matrimonial. El pequeño cursaba primero de ingeniería superior de telecomunicaciones. Mientras la mediana, una autentica maquina para los estudios, era tan inteligente como su padre, compaginaba la abogacía con la economía. Estudiando segundo de derecho y tercero de económicas.

Por fin llegó esa deseada semana de descanso. Decidieron disfrutarla en Francia. Habían planificado realizar su estancia entre la capital y la bella localidad alpina, junto a "Le Lac Bleu", New Ville, próxima al Mont Blanc.

Fue Carlos, su yerno, en compañía de su esposa quien los llevó hasta el aeropuerto. Cuando facturaron el equipaje y se disponían a entrar por la puerta de embarque designada se despidieron.

Una vez acoplados en sus respectivos asientos, el vuelo fue tranquilo y sin incidentes. El descanso se iniciaba permitiendo al matrimonio cargar pilas después de tantos años de intenso trabajo. Los tramites de la aduana en el aeropuerto parisino transcurrió con normalidad y un taxis los llevó hasta su hotel, de gran lujo y confort, próximo a la Torre Eiffel.

José dominaba el francés y no encontró el menor problema para relacionarse. Su mujer, aunque no lo dominaba igual, si se entendía y cuando encontraba alguna dificultad lo hacía en ingles solucionando esos pequeños inconvenientes.

Ese primer baño en el hotel fue relajante. Hacía tiempo que no habían estado con esa tranquilidad y disfrutaron de sus cuerpos, de la paz y del silencio de aquella situación prolongándola hasta la hora del almuerzo. Comieron en un restaurante típico y por la tarde visitaron la ciudad con la ayuda de un coche con chofer alquilado para su desplazamiento. Cenaron en el Sena a bordo de uno de los numerosos restaurantes flotantes y asistieron al concierto de la orquesta de París.

Silvia se había ido haciendo poco a poco más espacio en su corazón. Su mujer, a pesar de los años se mantenía en una condición envidiable, poseía un cuerpo escultural, y le llenaba plenamente en todos los campos. La quería con verdadera devoción. Los avatares de la vida los había unido como a pocos matrimonios. Sus amistades envidiaban la maravillosa relación existente entre ambos. Y aunque, especialmente Silvia tuvo numerosos admiradores, los celos nunca surgieron en la pareja. Era tal la confianza mutua que en muchas ocasiones su familia y amigos no llegaban a comprender esa seguridad del uno en el otro.

Su último día en París, ella entró en una tienda de modas, para adquirir unos modelos, para obsequiar a sus hijas y de paso ver algo para ella. Mientras su querida esposa seleccionaba los regalos, José se sentó en una cafetería al aire libre, de las numerosas terrazas de la gran avenida. Una joven pasó junto a su mesa donde esperaba, cuando tropezó con su silla y fue a caer al suelo. De inmediato se levantó y ayudó a la joven a incorporarse. Cuando sus miradas se cruzaron, tenía ante sí a Linda, se quedó inmóvil. Fue la joven quien le sacó del trance.

- Ya estoy segura en la silla, si lo desea puede soltarme.

¡OH maravilla de voz! ¡Era ella! Pero si en la actualidad, contaba con la misma edad que él. Y aquella aparición no pasaría de los dieciocho.

Le costó reaccionar, pues su mente en esos momentos no estaba ni en ese instante ni en ese lugar. Había viajado a cientos de kilómetros, a la friolera de casi treinta años atrás. Cuando consiguió volver, se disculpó interesándose por su estado. Ante la afirmación “Todo marchaba bien” le invitó a tomar algo mientras trataba de aclara las circunstancias que le llevaron a quedarse bloqueado. Con la sonrisa a flor de labios escuchó atentamente las explicaciones de aquel maduro y apuesto hombre. En repetidas ocasiones sus miradas y sonrisas se intercambiaron, a lo largo de aquella leve conversación. No podía dar crédito a sus ojos. La enorme coincidencia física de aquella mujer, con la imagen en el recuerdo de su primer amor, era sorprendente. Pero cuando se despidieron, solo se quedó con el relato. Ni siquiera se presentaron. Fue tan rápido, tan fugaz que cuando se quedó solo no sabía ni su nombre.

Aquella joven y el incidente le habían recordado a Linda. Por ello cuando se volvió a sentar la tranquilidad y sosiego de esos momentos, permitieron a su mente recordar viejos tiempos. La figura de Linda se le hizo presente y esos años compartidos durante los veranos los repasaba con perfecta claridad. Sintió como aquel primer amor, profundo y sincero, ocupaba, a pesar de los años, un gran hueco en su corazón. Sus recuerdos fueron, en concreto, a la friolera de treinta años atrás, cuando él y Linda paseaban por la playa, o movían sus esqueletos en alguna discoteca.

Al colocar con la dulzura de siempre sus labios en los de él. Silvia consiguió devolverlo a la realidad presente.

- Ya tenemos un detalle para las pequeñas.

Comentó, tras el beso a su marido. Se sentó junto a él y escuchó lo sucedido con la joven y su enorme parecido con Linda.

- ¿Te acuerdas de ella? Hemos hablado varias veces de esa época.

La respuesta fue afirmativa. Era el primer amor de su marido y ese nunca se olvida. Según dice la gente. Se conocieron en un verano y fue el amor de adolescencia de su esposo. Reflexionó un poco y se dijo para sí. "Pues lo cierto es que yo tampoco he olvidado a mi primer amor". Sonrío. Volvió a besar a su marido y prosiguió la conversación.

Al llegar al hotel él seguía dándole vueltas a la cabeza. A las vivencias de aquellos veranos con Linda. Le hizo irse tan lejos que en varias ocasiones su mujer le llamó la atención para recibir una respuesta o simplemente para acompañarle. Por fin con la dulzura, sencillez y delicadeza. Comentó.

- Mi amor. ¿Te preocupa algo?

Sin darle tiempo a responderle y siguiendo la intuición femenina comentó.

- ¿Tiene la culpa Linda?

José se quedó sorprendido, como cuando pillan in fraganti a un niño con el bote de los caramelos, o la pastilla de chocolate. Balbuceó, unas palabras inteligibles, y por fin ella con cariño. Añadió.

- Vida mía, contrata a profesionales para informarte. Creo sinceramente que lo necesitas. Es más estoy convencida de la necesidad de encontrarte con ella. Sabes que si algo te hace feliz también lo siento yo.

No sabía como responder a su mujer. Su seguridad, el amor que le profesaba y su comprensión le provocaron un escalofrío agradable por todo el cuerpo. Se abrazaron, besaron, acariciaron y salieron de la habitación para ir a cenar. Era su última noche en París, a la mañana siguiente iría a New Ville para pasar el resto de la semana. Al cruzar la puerta se quedó parado. New Ville era la ciudad donde vivía Linda la última vez que contactó con ella por carta. Y la había elegido inconscientemente para disfrutar esa semana de descanso. Se lo comentó a Silvia en el ascensor y de inmediato le propuso de nuevo la idea de buscar a un buen investigador para tratar de localizarle.

- Que mejor ocasión, que en New Ville, para contratarlo.

José estaba indeciso, pero tampoco se explicaba el porqué. Lo comentó y de nuevo insistió en su idea. Era la mejor forma para quedarse tranquilo. Cenaron en uno de los restaurantes de la Torre Eiffel y allí comenzaron a recordar detalles de Linda. Era imprescindible, recoger la mayor información posible, para facilitar al máximo la investigación del detective.

El avión les llevó hasta Lyón y de allí, en coche alquilado, a New Ville. Aquello era verdaderamente un paraíso. Junto al lago se extendía la población rodeada por la majestuosidad de Los Alpes, brindando un bello paisaje a sus visitantes. Fueron al hotel, se lo recomendaron en París, sin lugar a dudas el mejor de la localidad. Ciudad turística de invierno por excelencia. Si bien en el verano también se acercaba la gente, pues había animación. A pocos kilómetros se podía ir a las principales estaciones de esquí. En las de mayor altitud sus pistas estaban abiertas para poder seguir practicando el deporte de invierno.

Terminaban de instalarse en la habitación, cuando de recepción les comunicaron la presencia del señor Doufeaux esperándoles en la cafetería. José se sorprendió, pero cuando consultó con su mujer todo quedó aclarado.

- Cariño, no te lo he comentado pero al llegar solicité en recepción la localización, con urgencia, de un investigador privado. Con toda seguridad debe ser él.

Sonrió, tenía una mujer fuera de lo común, y a él no se le ocurrió otra cosa que pensar en Linda. Intentó dejar el asunto, pero ella conocía muy bien a su marido. Debía afrontar y solucionar cuanto le inquietaba. Siempre estaría a su lado para lo que fuera. Bajaron a la cafetería, las presentaciones de rigor y mientras pedían unas copas conversaron con el detective.

Les expuso las condiciones del contrato. No hubo la menor pega y lo firmaron sin reparo. El señor Doufeaux solicitó toda la información disponible. No era mucho pero aquel profesional aseguró ser suficiente. Los datos proporcionados fueron los siguientes. Se llamaba Linda Revaud. Nacida en Penot, donde vivió hasta los dieciséis años. Trasladándose con esa edad a New Ville donde vivió hasta los veinte. El verano, de su veinte aniversario, fueron las últimas noticias de ella. Era estudiante de filología española. Vivía con sus padres y una hermana llamada Brisite. Su dirección en Penot creía recordar que era Rue de la Paix, del número. No lo recordaba. En New Ville vivía en la Avenue du chateau d´eau, edificio los cisnes, o algo así. No había más datos, con eso debía descubrir si vivía, donde y cual era su situación actual. Rogó encarecidamente, no revelarle ningún dato en caso de localizarle. Su misión consistía en saber su situación actual.

El matrimonio se despidió de Sr. Doufaux, que tras recibir parte de sus honorarios, como estaba estipulado en el contrato, se puso de inmediato en marcha para cumplir su trabajo.

José y Silvia salieron del hotel camino de la estación de esquí "Las cumbres". Según la recepción del hotel las pistas en mejor estado por esas fechas. Pasaron el día en la montaña, donde comieron y practicaron el bello deporte blanco. Cuando la tarde iba dando paso a la noche, circulaban en coche de regreso al hotel.

El oportuno aseo y cambio de ropa, para irse a cenar a un bello restaurante a orillas del lago. A Silvia le apetecía bailar. No se acordaba de la última vez que pisó una discoteca o una pista para mover el esqueleto, pero consciente de no ser una actividad de la devoción de su esposo, al iniciar la frase se quedó sin terminarla.

- Ahora me gusta...

Esperaba con impaciencia el final de la frase, pero se encontró con sus labios. Disfrutó de la muestra de cariño y concluida le interrogó.

- Pero bueno. ¿Que es lo que le apetece a mi dueña?

Se resistía a confesar. Deseaba pasar una semana junto a él, sin la necesidad de verse forzados a realizar algo que no fuera de su gusto. Pero fue tanta la insistencia que al final claudicó.

- Pues te parecerá mentira, a mí también me encantaría.

Sabía a ciencia cierta que no era verdad. Pero se encontró en el coche y camino de una discoteca. Entraron, el ruido era infernal y el ritmo de aquella música, no se compuso precisamente para ellos y mucho menos para su adorado marido. Aun así, salieron a la pista y se pusieron a moverse. Él parecía un oso recién levantado de su periodo invernal pero aguantó el tipo y bailó hasta que a su encantadora esposa le apeteció. Se disponían a tomar asiento, cuando el ritmo de la música se hizo lento. Se miraron, como dos recién casados y abrazándose siguieron aquella romántica y dulce melodía.

De regreso al hotel Silvia abrazaba a su esposo, le agradecía la encantadora velada vivida. Estaba tan orgullosa y satisfecha de su compañero, que le compensó con muestras cariñosas no muy comunes entre los dos. Pero sabedora que a él le agradaban. Ambos recordarían aquella noche de "recién casados".

Al levantarse de aquella apasionada noche las muestras de cariño, de pasión y de entrega prosiguieron en la bañera con hidromasaje. Salieron envueltos en toallas al salón. El desayuno servido y listo para tomar. Junto al mismo una carta del señor Doufeaux. Silvia, tomándola de la bandeja, se la ofreció. Él se la devolvió invitándole a desenvolverla, para informarle de su contenido.

Muy Sr. Mío”.

Su contenido era escaso, pero aquel profesional les prometió enviarles puntualmente toda la información recogida día a día. Ciertamente estaba cumpliendo lo hablado el día anterior. Ya no vivía en la dirección proporcionada. Consiguió localizar el edificio en cuestión y pudo conversar con el conserje. Aclarándole varios detalles. Hacía diez años que no residían en el piso. Estaba casada y con dos hijas gemelas de dieciocho años en esos momento. El matrimonio se separó cuando las pequeñas contaban con ocho años. Repartiéndose la custodia de las niñas por decisión judicial. Bety se fue con su padre y Caterine con su madre. Tuvieron una posición económica excelente. Linda era propietaria de una firma de modas muy importante de la localidad. Pero tras la separación las cosas se complicaron. Llegó a una situación extrema perdiendo el piso. De su hermana Brisite desconocía su paradero. Pero iba a investigar en Anency, población cercana a New Ville, donde residía en un chalet. Al morir sus padres les dejaron a una el piso y a la otra un chalet.

La nota se despedía con los más cordiales saludos prometiendo nuevas noticias lo antes posible.

- Ya estas más cerca.

Comentó su mujer. Él se abrazó y tras besarle replicó.

- La estoy abrazando en estos momentos.

Sonrieron y repusieron fuerzas con el desayuno.

Ese día fueron al lago. Alquilaron una lancha y pasaron la mañana practicando esquí acuático. Recorrieron parte del lago y se bañaron en sus cristalinas aguas. Con la embarcación se aproximaron a uno de los restaurantes con embarcadero y después de la comida reanudaron su excursión. La siesta era sagrada en los días de descanso, por ello se adentraron en el centro del lago. Fijaron la embarcación dispuestos a reposar la comida y de terciarse dar alguna cabezadita.

Al regresar, por la noche al hotel estaban rotos. Fue una jornada agotadora. Pues salvo una hora reposando la comida no dejaron de esquiar sobre esa balsa de agua. Pidieron la cena en la habitación, pero prácticamente ni la tocaron. Picotearon algo antes de meterse en la ducha. Al salir del cuarto de aseo se dejaron caer, enrollados con las toallas, sobre la cama. Se abrazaron y a los pocos minutos estaban profundamente dormidos. La cena servida, sus cuerpos completamente desnudos sobre las toallas que yacían sobre la cama bajo sus cuerpos. Permaneciendo en esa posición hasta el día siguiente.

José llamó al servicio de habitaciones para retirar la cena y solicitar el desayuno. Como se les quedó corto, no en balde sus cuerpos no se reponían desde la comida del día anterior. Volvió a llamar y solicitó unas cuantas cosas más que les apetecían en esos momentos.

En recepción preguntaron por la localidad de Anency. Tras la información subieron al vehículo y decidieron visitar aquella localidad. Quedaron gratamente impresionados. Principalmente al recorrer la parte antigua de la ciudad. Se enteraron que en Francia le llamaban la Venecia francesa. Al llegar la noche, como junto al pequeño puerto deportivo se encontraban unos restaurantes flotantes, decidieron quedarse a cenar en uno de ellos y mientras llenaban sus cuerpos pudieron disfrutar de una visita nocturna a esa parte del lago.

En su última noche, a la mañana siguiente partían hacia Lyón para subir al avión y regresar de nuevo a casa con los suyos, decidieron visitar un café bar. Se trataba de un local donde se reunía gente madura y mientras tomaban una copa podían escuchar e incluso bailar en una pequeña pista. El principal atractivo era su música. De dos décadas atrás, de ahí la presencia principalmente de parejas de nostálgicos. Aunque se sorprendieron al ver algunos grupos de gente de la edad de sus hijos. Cuando comenzó a sonar una canción el matrimonio, como si los hubieran pinchado, al unísono, se levantaron y saliendo a la pista se pusieron a bailar. Era una canción de especial recuerdo. La primera que bailaron juntos años atrás. Cuantos recuerdos les traía aquella melodía. Muy abrazados y siguiendo con exagerada lentitud aquel ritmo comenzaron a recordar casi las mismas cosas. Su encuentro, sus inquietudes, su fugaz noviazgo, su matrimonio, sus hijos, sus dificultades, sus alegrías. En fin hasta aquel instante tan agradable que estaban viviendo en aquel momento. Regresaron al hotel muy tarde. José miró el reloj, cuando vio al señor Doufeaux esperándoles en los sillones de recepción del hotel, eran las cuatro de la madrugada. En ese momento se acordaron de su cita con él. Debía informarle sobre las investigaciones y recibir instrucciones de como y donde debía mandar las nuevas pesquisas que fuera descubriendo. El matrimonio partía al día siguiente para España y sé hacía necesario aclarar esos últimos puntos. Se disculparon con aquel gran profesional y sentándose junto al él comenzaron a solucionarlo todo.

No había mucho pero le informó que Linda tenía problemas de salud, si bien, no consiguió averiguar, de que se trataba. En el hospital estatal del cual consiguió la información, como norma de la instalación sanitaria, no se la proporcionaron. Tan solo consiguió sacarles que pasaba algunas épocas ingresada. También fue informado que siempre le acompañaba una joven. Sin lugar a dudas su hija y en ocasiones le visitaba su hermana. Con certeza se trataba de Brisite. Pensó de inmediato José.

- Creo que estamos cerca.

Comentó el investigador, al tiempo que añadía.

- Si hay suerte por medio de esta información podremos dar con todo lo que ustedes desean.

El matrimonio dejó, teléfonos y dirección, al eficiente profesional rogándole que cuando tuviera más noticias se la mandara con prontitud, por teléfono, por correo, por fax o medio informático. Pues tenía todas las posibilidades para realizarlo.

Cuando José se despedía del señor Doufeaux le entregó un billete. Aquel profesional con exquisita educación lo rechazó alegando que todo estaba cubierto en el contrato firmado. Insistió, pero de nuevo y con una cortesía fuera de lo común lo rechazó de nuevo. Se despidieron cordialmente y la pareja subió a su habitación para descansar unas horas antes de emprender el regreso.

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