martes, 31 de enero de 2012

EL PRIMER AMOR - CAPITULO X - LA GRAN RIADA

- CAPITULO X -

- LA GRAN RIADA -

La familia aumentó en cuatro miembros, Fernando, Federico, Alberto y Ernesto. Total catorce hermanos. Pepe superó con mención especial el cuarto y su correspondiente revalida. En su expediente, el quinto de bachiller, figuraba con todo matriculas y con el mismo resultado finalizo el sexto. Obteniendo en el control extra de la revalida mención especial. Contaba con once años cuando inició el curso de selectividad.

Llevaba dos días en el internado cuando ante la negativa de irse al seminario, no tenía la mínima vocación sacerdotal, le comunicaron la perdida de su beca. Si deseaba seguir debía abonar la correspondiente matricula y las consiguientes mensualidades. Aquello fue como un jarro de agua fría. Sabía que no podía pagar. Fue a ver al padre Andrés y comenzó a llorar. No recordaba cuando fue la última vez que derramó unas lágrimas pero aquello le dolió en lo más profundo de sus entrañas. Andrés le propuso aceptar ir al seminario y al finalizar su carrera les diera una patada en el culo y se fuera. Pero Pepe tenía principios. Jamás engañaría a nadie, aunque le costara quedarse sin ser médico. Las palabras del niño emocionaron al anciano. No podía explicarse tanta madurez en un chico de su edad. Pero esos años habían sido bastante duros para él.

- También tienes razón un día de estos los dejó plantados. ¿Tú me harías un hueco en la alquería?

Las lágrimas desaparecieron de los ojos del niño, aquello sería maravilloso, ayudaría a su hermana a ser ingeniero y a él le echaría una mano para afrontar la selectividad por libre. Recogió sus efectos personales y cogió el tranvía para regresar a casa. La noticia la desconocían en la alquería, pues solo la dirección y el padre Andrés estaban al corriente. Por ello cuando lo vieron llegar, se quedaron asombrados. Su madre y Rita acudieron asustadas. Cuando les explicó el motivo, escuchó por segunda vez en su vida soltar un taco a su madre. La rabia le inundaba. Serían capaces de impedir a su pequeño conseguir el sueño de ser médico. Al oír a su esposa, el Coeter, comenzó a lanzar sus típicos alegatos.

- Mujer mal hablada quien te ha enseñado a comportarte como una cualquiera.

Aclarada la situación, comenzó a cagarse en los curas, en la Iglesia y no cuento más por respeto a la gente. Su padre estaba ilusionado con tener un hijo médico. Las cosas por la huerta funcionaban bastante bien, especialmente el campo del solar, era increíble su productividad. Tenía cosecha todos los meses del año y había proporcionado a la economía de la casa unos ingresos extras de gran valor.

Corrían malos tiempos y las dificultades para los huertanos eran grandes. Pero esa primera quincena de Octubre iba a dar más disgustos a las familias de la huerta. La riada inundó Valencia, los campos empantanados y la cosecha perdida por completo. En especial los naranjos. Con toda probabilidad, más de las tres cuartas partes de los campos deberían arrancarse. La escasez, de alimentos y de agua, pronto se hizo patente en toda la ciudad. Familias enteras perdieron cuanto tenían. La miseria, las epidemias, se apoderaban de la gran ciudad y no menos ocurría en la huerta. Solo el campo del solar, ubicado a una altura superior al resto, se salvó. Los invernaderos construidos por los tres hijos mayores del Coeter habían resistido y la cosecha estaba en plena producción. Aquel campo objeto de burla por todos los huertanos, suponía ahora la salvación de las familias. El Coeter repartía los alimentos entre todas las familias de la huerta. Unas quince. Gracias a ello lograron resistir los primeros meses tras la riada.

El trabajo iba a ser duro. En primer lugar se valoraron los daños, no se salvaba ni un solo campo. Todos se unieron y arrimaron el hombro para sacar adelante aquellos terrenos que tantos sudores les habían costado mantener y producir para vivir. Los heredaron de sus padres y ahora parecía irse todo al traste.

A la semana del desastre natural, se presentaba en la alquería Don Andrés, cargado de libros y dispuesto a colaborar con aquella familia. Había dejado el sacerdocio, pues tras los incidentes con José no se sentía con ánimos de seguir con aquel grupo humano. Su fe permanecía intacta, sabía que era un problema humano, pero se negaba a convivir con ellos. En un principio el Coeter no estaba muy de acuerdo en acogerlo, pero José insistió, alegando que el campo del solar había salido a flote gracias al cura. Lo instalaron en el granero, y pronto se dieron cuenta que aquel hombre no iba a ser una carga sino todo lo contrario. Ideo un sistema para recuperar el agua de los pozos y a las dos semanas la zona de la huerta era la única que disponía de agua para beber sin problemas y para el uso que se le quisiera dar. Arrimó el hombro como el que más en la recomposición de los campos y de los canales para el regadío. Con las ayudas recibidas de la administración convirtió toda aquella extensa huerta en el mayor invernadero del mundo y pionero en España. Los resultados no tardaron en verse y las familias comenzaron a trabajar cada uno sus tierras. Todos estaban en deuda con el Coeter y con aquel ex cura que había sido una bendición para la huerta. Rita fue una de las que más se alegró por la presencia de Don Andrés. Estudiaba con él y se interesaba por todos los temas relacionados con el campo. El Coeter había cedido. Rita podía estudiar, siempre y cuando llevara todo su trabajo con orden y prontitud.

Los dos primeros meses los huertanos lo pasaron muy mal. Estuvieron en un trís de vender sus terrenos a especuladores por cuatro reales, pero el tesón de Don Andrés y José asegurándoles salir de aquel bache en poco tiempo impidió el robo de aquellos buitres.

Al año de la riada Marta trajo al mundo a Antonio el decimoquinto hijo, y comenzaban a permitirse algunos lujos en la huerta. La electricidad entró en la mayoría de los hogares, así como el agua corriente. Los primeros cuartos de baño se iban construyendo y las casas se acondicionaban con los avances de los tiempos. En la alquería se instalaron cuatro aseos, dos en la casa, uno en el corral y el último en el granero, junto con una habitación. La de Don Andrés. Los primeros electrodomésticos tomaban su espacio en la alquería. Primero el frigorífico, luego la cocina a gas, la lavadora y por último la televisión.

Fue un año muy duro. José no pudo estudiar con la asiduidad de siempre aun así salvo la selectividad, con mención especial y se disponía a comenzar la facultad.

Iba todos los días a clase, con la pequeña moto, regalo de Don Andrés. Era la atracción de la universidad, pues aunque tenía una buena altura y un atlético cuerpo, la cara era la de un niño, no en balde contaba con tan solo doce años. Le llamaban el niño Pepe. Había hecho amistad con Juan, hijo de médico, y solía estudiar en su casa.

José siempre que el tiempo se lo permitía iba a la alquería a echar una mano. Padre se convenció de la importancia del estudio y cuando tenían la edad de ir a la escuela los enviaba con Elisa. Tan solo siguieron en el campo trabajando los dos mayores y Andrés.

Las quince familias de la huerta se unieron en cooperativa, por consejo de Don Andrés que junto al Coeter la dirigían. Pudieron adquirir la primera maquinaria para el campo. José se quejaba de la gran dependencia de los mayoristas y planteo a los directores de la cooperativa la necesidad de crear una empresa para la distribución y evitar intermediarios. Nuevamente Don Andrés se preocupó del tema y trabajó sobre aquella idea.

El tiempo transcurría y la familia se completó con el último hijo, Roberto. Así se lo aseguró don Fulgencio al Coeter y a Marta. Había tenido que operarle por las complicaciones surgidas y no podría tener más hijos. Aquella buena mujer al oír al doctor se puso a llorar como si no le bastaran los dieciséis traídos al mundo. José estaba terminando el segundo curso de medicina ante la admiración de compañeros y catedráticos. En Todas las asignaturas obtuvo matricula de honor con mención especial. Se presentó a las milicias universitarias y las aprobó, pasado al primer campamento. Ese verano le tocaba realizar el último antes de acceder a oficial o suboficial. La verdad, todos le auguraban el numero uno de su promoción. Dominaba los temas castrenses como un auténtico profesional de las armas. Pero las milicias no le atraían.

Cuando el periodo militar finalizó José logró el deseado puesto de la promoción. Sus jefes y oficiales estaban orgullosos de aquel muchacho de catorce años.

Su hermano Andrés destacaba entre todos los jugadores de su categoría y pronto el Valencia C. F. se hizo con sus servicios.

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