viernes, 4 de noviembre de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 22 - EL BAUTIZO

- CAPITULO - XXII -

- EL BAUTIZO -

Tres meses contaban las pequeñas cuando en compañía de sus padres esperaban la llegada del abuelo y los padrinos. Acordaron con antelación que Negrita sería la madrina de Guadalupe, mientras, El Negro apadrinaba a Ana. La otra pareja la completaba Marta, la “hija adoptiva” de Gonzalo y Alberto.

Al salir por la puerta designada al vuelo procedente de San José Ana se lanzó en brazos de su padre. Lo besaba le abrazaba y volvía a besarlo mientras Negrita le advertía.

- No me lo altere, Anita, que se me emociona enseguida y no le conviene.

Ana dejó a su padre para fundirse fuertemente en un abrazo con la jovencita que le recriminaba. Abrazada aproximó su voz al oído de la viajera y susurró.

- Ya me han contado que se ha vuelto su sombra y no le permite salirse de lo estipulado por el médico. Tengo tanto que agradecerle Negrita.

Descansó sus labios en la mejilla de la viajera y mientras la muestra de cariño moría en aquel cutis perfecto percibió como sus ojos se humedecían.

Al separarse le tomó la mano para conducirle hasta las pequeñas. Estaban preciosas y al ver a Negrita comenzaron a sonreírle. Fue un momento emotivo y Negrita se sintió enormemente feliz al ver a las pequeñas tan rebosantes de salud y arropadas por aquella pareja. Esas criaturas estaban a salvo de la maldición familiar.

Las secuelas de la enfermedad, en Gonzalo, eran patentes y un nudo difícil de deshacer se le formó en la garganta. Pero al comprobar el cariño y la atención que Negrita le dedicaba consiguió paliar su preocupación.

De nuevo unas lágrimas, de un amor profundo en compañía de todo el agradecimiento que uno se pueda imaginar hacia aquella joven, se deslizaban de nuevo por su cara.

Las habitaciones de invitados estaban listas, pero Negrita no iba a consentir que le alejaran de Su Viejito. Como la de Gonzalo disponía de una cama y la asignada a Ella era doble rogó instalarse los dos en esta última.

- No quiero que se me desmadre por aquí, horita que parece que va haciendo un poco de caso.

A Ana le extrañó mucho que Negrita no prestara mas atención a las pequeñas. En cambio pudo comprobar como cada segundo, desde que aterrizaron, toda la atención se la dedicaba a su padre, hasta tal punto que deseosa de que estuviera con las pequeñas, pensaba que sería algo que le agradaría por encima de todo, le pedía que atendiera a una o a otra. Encontrándose siempre con la misma contestación.

- El Negro le ayudará señora, su padre me necesita.

Estaba convencida que adoraba a las pequeñas. Pero desde el mismo momento de tomar la decisión de renunciar fue consciente que aquellas criaturas no le pertenecían. Ahora comprobaba como todo el amor, la atención, el cariño, la preocupación se volcaba con su padre y la verdad aunque le extrañaba se lo agradecía profundamente. Su papuchi, como solía llamarle, necesitaba atención y por encima de todo cariño.

La fiesta estaba montada.

La presencia de los amigos de Galicia la completaron Ángela, Marta y su esposo y los tres recién llegados de Costa Rica. Fue una cena distendida, en familia. Recordando multitud de anécdotas. Negrita fue la más callada de la noche. Su interés se centró en Su Viejito y a una hora prudencial se retiró interrumpiendo la reunión familiar.

- Estamos pasando una velada encantadora pero a este señor ya se le hizo muy tarde. Creo que nos debemos recoger. Buenas noches y gracias por todo.

A Gonzalo le apetecía seguir en la tertulia, pero su Negrita no se lo consintió. Las reglas marcadas por el doctor se habían excedido ya esa noche y no estaba dispuesta a que se sobrepasaran mas. Tras despedirse abandonaron el salón para recogerse en la habitación. Una vez arropado y dentro de la cama Negrita se inclinó para besarle en la frente mientras comentaba.

- Que tenga los más lindos sueños. Mi Viejito. No dude en avisarme para cualquier cosa que le sea menester.

Gonzalo le miraba con ese cariño paternal que a ella le hubiera gustado que fuera de otra índole. Pero que a pesar de ello le estremecía al percibirlo. Lo adoraba y en su corazón su persona ocupaba hasta el último rincón. Tomó su mano y antes de retirarse la besó con ternura. Salió de la habitación para acercarse a la cocina y recoger un vaso junto a una botella con agua por si precisaba esa noche. Al regresar la habitación de Ana y Carlos estaba abierta y las pequeñas dormían plácidamente.

No pudo resistirse y entró a contemplarlas. La respiración se aceleraba al mismo ritmo que su corazón. El oxigeno del ambiente parecía ser insuficiente para la demanda que su organismo precisaba. Estaban increíblemente bonitas, y la felicidad de los dos bebes se manifestaba en su forma de dormir. Sus cachetes redondeados y con un tono rojizo fiel reflejo de su buena alimentación. Unas lágrimas correteaban por sus mejillas pero no se percató de ello hasta que una cayó en la cuna de una de las pequeñas.

Con el dorso de la mano enjugó las lágrimas para evitar que volvieran a salpicarles. En los pocos minutos que permaneció observándolas, su vida hizo un rápido recorrido por su mente. Durante ese periodo de desconexión Anita fue a ver como andaban sus pequeñas y al ver la imagen permaneció inmóvil en la entrada sin molestar. A ella también le saltaron las lágrimas y durante unos instantes se puso en el lugar de aquella criatura.

Como el sofoco iba en aumento se giró con rapidez y abandonó la escena para dirigirse al servicio de la entrada y desahogarse con un llanto desconsolador. El servicio se dio cuenta del estado de su señora. Con discreción se aproximó al señor para ponerle al corriente sobre lo sucedido. Carlos se disculpó con la sonrisa en el rostro pero con preocupación manifiesta en su interior. Fue abandonar la sala y dirigirse corriendo hacia el servicio.

- ¿Mi vida te encuentras bien? ¿Puedo entrar?

El temor, los nervios, pero especialmente la precipitación no le permitieron escuchar las palabras entrecortadas por el sofoco de su esposa. Y cuando se disponía a entrar, al no escuchar respuesta, se encontró con ella que abría la puerta, alargaba su mano para que entrara. Cerró a continuación para abrazarse a él mientras descargaba toda la tensión acumulada en soledad. Permaneció durante unos minutos con un llanto de desahogo. Abrazaba a su esposo con fuerza, sintiendo toda su ternura.

Carlos no pronunció palabra. Se limitó a acogerla en su regazo y mientras besaba sus cabellos le acariciaba con todo su amor. Por fin Ana se decidió a desvelar lo sucedido.

- Estaba llorando. Las miraba y estaba llorando. He sentido que el corazón se me encogía y la llorera se ha presentado sin poderla evitar.

Carlos continuaba fuera de juego, pero las palabras de su esposa, aunque pronunciadas entre pucheros le dieron opción a preguntar.

- ¿Mi vida quien estaba llorando?

Unos segundos de absoluto silencio para retirar su rostro bañado por las lágrimas del pecho de su esposo y con una dulce sonrisa aclararle las circunstancias.

- Negrita. Estaba junto a la cuna de las pequeñas y lloraba. He sentido un nudo en la garganta y no he podido permanecer allí por más tiempo. Me he refugiado aquí. No he podido resistir y he comenzado a llorar. Carlos. Creo que sufre mucho. Cuando por fin consiguió aclarárselo se tranquilizó.

Hasta ese momento un mar de dudas y suposiciones habían invadido su mente y ahora podía comprender su reacción. Ana volvió a buscar el calor de su esposo que le abrazaba de nuevo y esperó a que el silencio fuera el protagonista. Cuando pensó que era el momento más oportuno comentó.

- Cariño sabes que ese asunto lo hemos hablado muchas veces, tanto con Negrita, como con papá y entre nosotros. Y estoy convencido que las lagrimas de Negrita eran de felicidad. Sabes perfectamente la historia.

Al igual que ella aceptó proseguir el embarazo con el único objetivo que aquel cabrón no siguiera haciéndole mas daño. Sabes porque nos lo ha contado infinidad de veces, que desde ese mismo momento de saber que estaba embarazada fue consciente que no podría tenerlas. Vivir sabiendo que ese hijo de puta podía hacerles algo no la hubiera dejado vivir. No es que lo diga yo, pero nuestras pequeñas no han podido caer en mejores manos y eso lo sabe muy bien Negrita.

- Tal vez tengas razón Carlos. Pero si estuviera en su lugar me volvería loca.

Carlos le acariciaba con una dulzura sobrecogedora y se decidió a contarle una parte de la historia que ella desconocía. Le habló de la obsesión del “gringo” por realizar la canallesca acción de someter a sus caprichos sexuales a tres generaciones. De la misma forma que había hecho don Julián con la abuela la madre y la misma Negrita. De ahí el interés de Ana Guadalupe de ocultar al “gringo” su embarazo y su empeño de entregar a su bebé a alguien de confianza. Ana se retiró de sus brazos para mirarle a los ojos con expresión de asombro.

Inmediatamente volvió a su regazo para sentirse protegida. Solo oír el nombre de ese personaje le ponía los pelos de punta y tras el relato llegó a pensar que podría estar ahí en su casa e inconscientemente buscaba protección en su marido. Carlos sacó el pañuelo del bolsillo y secándole las lágrimas comentó.

- Voy con la familia. Deben estar preocupados. Ve a la habitación, después de lavarte un poco la cara, te retocas. Las lágrimas han malogrado tu maquillaje.

Sonrieron y antes de salir unieron sus labios llenos de pasión y ternura. Ana salió al minuto escaso y fue directa a su habitación. El servicio le vio pasar pero como iba con prisas no quisieron ser indiscretos y se reprimieron. Al pasar por la alcoba designada a su padre y Negrita, ésta se extrañó al verla en tal estado. Su rostro reflejaba el llanto que había liberado en compañía de su esposo. No se lo pensó y fue a interesarse por la hija de Su Viejito. Al llegar a la habitación Ana cerraba en esos momentos la puerta, pero no se detuvo.

Golpeo con cierta intensidad y aguardó. Ana se giró al escuchar los golpes con sobresalto, el temor del “gringo” aun lo tenía en el cuerpo, pero cuando consiguió reaccionar se sonrió y con esa expresión le sorprendió Negrita atendiendo la puerta.

- ¿Le ocurre algo mi niña?

En realidad Ana podía ser su madre pero era la forma que solía dirigirse a ella. La emoción le embargó al ver como aquella criatura se preocupaba por todo el mundo. Mientras se le encogió el corazón las lágrimas brotaban de nuevo de sus ojos y se abrazó fuertemente a Negrita.

Permanecieron varios minutos abrazadas, sin pronunciar una sola palabra. En ese cálido contacto se transmitían todo el cariño y afecto que sentían la una por la otra. Por fin Ana le dio la mano y sin soltarle se sentaron en los sillones del dormitorio. Relatándole lo sucedido esa noche. Negrita con la sonrisa en sus labios respondió.

- Mi niña, su marido tiene toda la razón del mundo. Lloraba de felicidad. Ver a sus hijas con esa paz, esa felicidad, pero especialmente pensar en los padres que tienen pudo con mi sensibilidad y esa felicidad ha sido la causa de las lágrimas.

Fue pronunciar la frase e inundársele los ojos al tiempo que se levantaba para abrazarse a Ana.

- Muchas gracias mi niña. Muchas gracias. El Señor ha tenido misericordia de esas dos criaturitas y le ha proporcionado los mejores padres que se podían encontrar. Y no se me preocupe. Ni en la situación en la que me encuentro ahora las niñas podían estar mejor que con ustedes. Y le voy a contar un secreto “mi niña” muchas veces me gustaría prestarles mas atención pero por temor a que ustedes se sientan mal no lo hago.

Creo sinceramente que el tenerlas ustedes es la recompensa que el Señor me ha dado. Y le aseguro que no ha podido acertar más.

Ana volvió a liberar sus lagrimales mientras se abrazaba con fuerza. Aquella mujer le hacía estremecer por su sencillez, su bondad, pero especialmente por como se dedicaba por entero a su padre. Al separarse comentó.

- Ana Guadalupe.

Inmediatamente fue interrumpida por su interlocutora quien le recriminó cariñosamente por no llamarle Negrita.

- Está bien. Negrita has de saber que una de las cosas que mas feliz me hacen es verte con las niñas. Muchas veces cuando las contemplo, principalmente cuando duermen la expresión de sus rostros reflejan tu alma. Ese corazoncito que es capaz de portar todo el amor y ternura de un ser humano.

Permanecieron varios minutos con sus manos entrelazadas y conversando hasta que por fin Negrita regresó junto a Su Viejito y Ana tras asearse un poco volvió al salón. Las preguntas a la que fue sometida, nada más incorporarse, las salvó confesando que las pequeñas precisaban su atención.

Tras la breve pausa para aclarar la ausencia de la anfitriona la conversación prosiguió. Ana pronto se incorporó a la misma. Iba en torno a Negrita y “el gringo” y Ana no pudo evitar entrar en la misma para sorprenderse por la actitud de aquella Tica.

- No me cabe en la cabeza como Negrita nunca habla mal de ese animal del “gringo”. Con las perrerías que ese mal nacido le ha infringido.

El Negro intervino para aclararlo.

- Ustedes no pueden comprender al negro. Nuestro pueblo no tiene las mismas pautas de conducta que ustedes. Ni siquiera de las personas nativas de Costa Rica. El Negro de Puerto Viejo es otro mundo.

Procedemos de los negros jamaicanos y estos a su vez son de origen africano traídos durante el siglo XVII y XVIII, como esclavos para compensar la falta de mano de obra por la desaparición de un gran número de nativos de la isla. Somos un pueblo sumiso, con muchos siglos de sometimiento al blanco, y algo desencantados por el discurrir de la historia que nos ha rodeado. Yo que pertenezco al pueblo de Negrita también me he planteado en ocasiones la pregunta.

Se tomó una pausa, para beber un trago de su vaso, y prosiguió con el tema. Sabedor que no serían capaces de comprender al negro. Les contó como Negrita jamás se había planteado en su vida luchar contra su situación. Había formado parte de su vida desde su nacimiento. La situación, aunque de fuera se podía juzgar de criminal, era la que mamaban desde que rompieron con el primer llanto. Y no solo eso. Venía de varias generaciones anteriores. Formando parte del reparto de los papeles de la vida cotidiana.

- Como usted bien ha dicho y yo lo corroboro. Nunca he escuchado, de boca de Negrita, una sola palabra contra el “gringo”.

Se sembró unos minutos de silencio aprovechados por los presentes para reflexionar sobre las últimas palabras del Negro. Y llegaron a sorprenderse al comprobar la veracidad de la afirmación. Ana sentía la tensión en todos sus músculos. Habían sido unas horas agrias, de rabia, de amor profundo, de agradecimiento sin límites. Negrita era de esas personas extraordinarias.

De esas personas, como su padre, que era una bendición haberse cruzado con ellas y disfrutar de su compañía. Sin duda era difícil que alguien se pudiera cruzar con uno de esos regalos que la Naturaleza nos brinda, pero disfrutar de dos personas de esas características, Ana llegó a pensar que no era merecedora de aquel don. La conversación prosiguió durante varias horas hasta que la anfitriona tuvo que abandonar la reunión para atender a las pequeñas, y proporcionarles no solo el alimento diario sino el calor y el cariño.

Sus pensamientos rondaban buscando el agradecimiento hacía aquella amiga. Aun prosiguió la conversación cuando Ana abandonó el salón pero fue menguando y poco a poco la gente fue retirándose a sus habitaciones.

Era cerca del medio día cuando de nuevo las pequeñas se encontraban en brazos de su madre reponiendo fuerzas. Carlos había salido y Ana trataba de darle a las dos con las consiguientes dificultades.

Al pasar Negrita y observar la situación entró sin vacilar y tomando a una de las pequeñas en sus brazos se dispuso a darle el biberón. Las dos mujeres se miraron mientras las comisuras de sus labios se rasgaban para dar paso a una tierna sonrisa cargada de amistad, cariño, aprecio y mil calificativos más de la una con la otra. Entretenidas en su labor de madres Ana rompió el silencio retomando la conversación que mantuvieron por la noche con El Negro.

- Ayer caímos en la cuenta. Nunca le hemos escuchado palabras de rechazo contra ese maldito gringo.

Iba a proseguir cuando con esa sonrisa que tanto le agradaba a Su Viejito le interrumpió para tal vez justificarse.

- Mi niña. Cualquier sentimiento genera el mismo sentimiento. El odio, odio. La envidia, envidia. El amor, amor. La amistad, amistad, y la violencia, violencia.

Yo no se muy bien como lo vera la gente desde fuera pero le aseguro mi niña que un solo minuto junto a, Mi Viejito, subsana cualquier momento malo de mi vida. El Señor me ha compensado con creces cualquier expectativa y por si fuera poco me ha brindado su amistad.

La ceremonia se llevó a cabo en la más estricta intimidad por expreso deseo de los padres al igual que su celebración.

Al día siguiente los mismos protagonistas se encontraban en el aeropuerto para despedir a los ticos.

No hay comentarios: