sábado, 23 de julio de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 6 - PUERTO JIMENEZ

- CAPITULO - VI -

- PUERTO JIMÉNEZ -

Durmieron poco esa noche. El ambiente, la serenidad del lugar, pero especialmente la dosis de alcohol les inhibió hasta tal punto que descubrieron sus inquietudes. Ahora esa amistad nacida una semana atrás se consolidaba con esa velada de confidencias, de lamentos, de añoranzas, pero también de momentos dulces del pasado. Salvador comenzaba a superar el mono, aunque en algunos momentos suplicaba el apoyo de su amigo, o lo maldecía dependiendo del momento.

Pero había elegido muy bien el pilar para sustentar su debilidad. Don Gonzalo. Un personaje curtido en mil batallas con el personal del banco. Llegó a manejar cerca de cinco mil empleados y sabía los nombres de pila de cada uno. Consciente que el problema del Negro era cuestión de paciencia. Pero sobre todo de firmeza. Por mucho dolor o pena que le causara se debía mantener firme en esos momentos de debilidad del Negro.

Liquidó la cuenta con el establecimiento hostelero y de nuevo sobre el todo terreno iniciaron la visita programada para ese día. Más que carretera aquello era un camino de carros. Pero circularon cerca de la costa, Matapalos fue la primera población, para encontrarse mas tarde con Dominical, Uvita, Ballena, Coronado, Chontales, Ciudad Cortes, Camibar. A partir de esta última población se alejaron de la costa para llegar a Sierpe, Boca Chocuato y de nuevo las proximidades del océano, con Rincón, Chancos, La Palma, Palo Seco, Tigre y por fin su destino Puerto Jiménez.

Más de cinco horas para realizar poco más de ciento cincuenta kilómetros. Si bien, uno de los motivos que retrasó su viaje fue las infraestructuras, no menos cierto la otra causa principal fue el deseo de detenerse en casi todas las poblaciones para dar una pequeña vuelta a pie y conocer un poco su forma de vida. Pero sobre todo tratar con sus gentes. Relacionarse con personas de esa sencillez y platicar, como dicen por esas latitudes, de trivialidades, era algo que le fascinaba al español. Disfrutaba descubriendo la sabiduría del pueblo. Los largos años de etiqueta, con conversaciones vacías en la mayoría de los casos con simples formalidades, le llegaron a separarse de la gente.

De la vida social. Pero no tenía más remedio que asumirlas. Era su trabajo así se lo exigía. Pero ahora era diferente. Él era quien buscaba ese encuentro, esa conversación, esa confesión o simplemente esa presentación. Y en esos primeros encuentros se dio cuenta de lo fascinante que resultaba comprobar la calidad humana de esos nativos. Es cierto que desconfiaban de él pero lo trataban con cortesía y amabilidad. Incapaces de interrumpir la conversación.

Pero también constató la facilidad de entrar en sus vidas cuando adquiría un mínimo de confianza. Las horas que duró el trayecto le cautivaron como nunca imaginó. A pesar de sus innumerables viajes por diferentes países, de trabajo por supuesto. Pero nunca llegó a sentir la cercanía de la gente como le sucedió en esa jornada. Conducía El Negro y él se deleitó con el paisaje percibiendo como todo le iba envolviendo en su magia. Recordó las palabras de Alberto. “Costa Rica te embrujará Gonzalo, te embrujará. Especialmente Puerto Viejo”.

Aquel rincón del país no lo conocía Salvador y quedó impresionado con sus paisajes, con su gente. Tan distinta del otro lado del país. Adquirieron conciencia, que de no haberse topado con seres humanos o con las rudimentarias, primitivas y hasta pobres construcciones de los diferentes poblados y aldeas, de encontrarse en el lugar menos civilizado del planeta. La selva, las rocas volcánicas, la vegetación, invadiendo en ocasiones el paso. Sus carreteras, siendo generosos con el término, irregulares como su topografía. Provistas de charcos profundos, casi pantanos, en el inicio de cada pendiente y surcos, en ocasiones cañones, a lo largo y ancho del camino en su parte ascendente, o descendiente.

Dependiendo como se circulara. Hasta iniciar o llegar, al cambio de rasante. Accidentes geológico provocado por el discurrir del agua en los periodos de lluvias. En varias ocasiones les tocó poner tracción a las cuatro ruedas de lo contrario proseguir su ruta habría sido poco menos que imposible. Pero el paisaje relajó su alma y procuraba a su psique recuperarse y adaptarse a los relatos de Salvador la noche anterior. En una de las múltiples paradas realizadas, para estirar las piernas, vaciar sus vejigas, reponer calorías, o darse un auto masaje en los glúteos para recuperar tanto bote sobre sus posaderas, se puso en contacto con Alberto.

- ¿Como van las cosas por ahí campeón?

Escuchar a su maestro, a su Dios, a su ejemplo, le llenó de satisfacción pero especialmente al comprobar que podía hacer algo por aquella persona que tanto le había apoyado. De inmediato le confirmó que tenía mucha amistad con el presidente del banco de Costa Rica. Le llamaría nada mas colgar y le daría noticias de inmediato. Gonzalo no se durmió el consejo del Negro era acertado. Con ese tipo de “personajillos” lo mejor era cubrirse las espaldas. Las historias del Negro le pusieron sobre aviso para evitar cualquier problema cuando se personaran en Puerto Viejo.

No lo dudo, moviendo todos los hilos posibles. Iba a reanudar la marcha cuando su móvil con la llamada de Alberto insistía con el fin de ser atendido. Su ahijado, como siempre, actuó de inmediato y especialmente, como era costumbre, con eficacia y rapidez. Tampoco le extrañó. Le proporcionó el teléfono personal de don Gilberto, presidente de la entidad bancaria costarricense. Asegurándole que a cualquier hora podía telefonearle, repitiéndole las mismas palabras que le dijo a él. “Para un amigo de Alberto mi teléfono está en funcionamiento las veinticuatro horas del día.

Cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa que estuviese a su alcance solo debía solicitarla”. Indiscutiblemente el ascenso fulminante de Alberto le dio prestigio no solo a nivel nacional sino internacional dentro de los medios financieros. Y el ingresó que realizó en la entidad a nombre de Gonzalo, no era para menos. Tenía una gran relación con el financiero costarricense antes de ser nombrado Vicepresidente. Precisamente fue don Gilberto quien le descubrió Costa Rica y ahora desde una posición importante dentro de las finanzas españolas le proporcionaba una mejor posición a nivel mundial.

Al colgar el celular, comentar la conversación mantenida El Negro quedó sorprendido por la conexión que su ahijado disfrutaba en Costa Rica. El presidente del banco nacional. Toda una garantía personarse en cualquier rincón del país con el apoyo del financiero.

Llegaron a Puerto Jiménez a la hora de comer. Lograr alojamiento les llevó un buen rato hasta que encontraron un local humilde pero se percibía la limpieza e higiene de sus estancias. Concluido el aseo personal en sus habitaciones decidieron almorzar. En la sobremesa telefoneó a don Gilberto. El directivo se desvivió por atenderlo. Gonzalo le comunicó sus intenciones de desplazarse a Puerto Viejo.

Le habló del Negro Langostero, así como los problemas pendientes que El Negro tenía con dos personajes importantes de la zona. También le confesó su intención de instalarse en la población por un tiempo considerable. No menos de seis meses llegó a confirmarle.

Don Gilberto comprendió el propósito de aquel ex directivo, amigo personal de Alberto felicitándole por obrar con anticipación. Desconocía a don Julián y al “gringo” pero le aseguró que resolvería el asunto de inmediato. Contactaría con las autoridades para informarse. Aseverando que pronto tendría noticias suyas al respecto.

- No se preocupe me encargaré personalmente para que se mantengan alejados de ustedes.

Y ante cualquier problema o intuición de poderlo tener, no lo dude, aquí estoy a su disposición para lo que desee. Disculpe.

Interrumpió momentáneamente el asunto de los rufianes para confirmarle la acción de su amigo.

- Don Alberto me ha pedido que le notifique la transferencia recibida en nuestra entidad de tres millones de dólares a su nombre. En Golfito hay una sucursal de la entidad. Si me confirma donde está hospedado un empleado se desplazará para rellenar la documentación necesaria, reconocimiento de firma, datos personales. Burocracia necesaria para que pueda disponer del dinero cuando lo desee.

Gonzalo sonrió. Alberto se movió con rapidez ante su petición. Tenía la intención de adquirir alguna propiedad por aquellas tierras. Con anterioridad le solicitó a su amigo la transferencia bancaria. Confirmó la dirección solicitada agradeciendo todo su desvelo.

- No faltaba más. Don Gonzalo los amigos de Alberto son mis amigos.

El último intercambio de palabras fue para despedirse, agradecer y ofrecerse para cualquier menester. A las tres horas de su conversación con el presidente de la entidad el empleado de la población cercana a donde estaban hospedados se presentó con toda la documentación. Quince minutos les llevó completarla.

Antes de despedirse el empleado, que no era otro que el director de la sucursal de la entidad financiera, se ofreció para atender cualquier necesidad en esa localidad. En el transcurso de la conversación mantenida llegó a ofrecer su casa al comprobar el hospedaje que tenían. Pero Gonzalo agradeciéndolo de corazón la rechazó. Aquel ambiente le agradaba. En el porche de la cabina tenía una hamaca que daba al mar y la panorámica era inigualable. En el escaso tiempo que duró la entrevista con el empleado de la entidad le volvió a telefonear don Gilberto para confirmarle que todo estaba solucionado con esos rufianes.

Personajes de poca entidad pero en su terreno podían ser peligrosos. El mismo ministro del interior se comprometió personalmente en allanarles el camino antes de llegar a Puerto Viejo. Fue salir por la puerta del comedor donde conversaban los dos amigos, en sobremesa, cuando la voz del Negro exclamó.

- Maldito dinero, pero de lo que es capaz. Ha hecho bien en cubrir nuestras espaldas. Esos hijos de su madre nos hubieran hecho la vida imposible. Especialmente si se decide a instalarse, aunque sea por una temporada, para pescar langosta.

Una pausa para saborear la felicidad que en esos momentos le embargaba, para lanzar al viento y en voz alta.

- Acabo de nacer de nuevo. Volver a mi Puerto Viejo libre de esos dos pendejos.

Mi diosito se acordó de mí al permitir que se cruzara en mi camino.

Se levantó del sillón. Hizo levantarse a Gonzalo y fundiéndose en un abrazo derramó unas lágrimas de agradecimiento. Unas lágrimas al sentir una felicidad indescriptible, por lo inesperada pero especialmente porque pensaba que era imposible. Solo un sueño, hasta que su vida se cruzó con ese español. Le hubiera gustado pedirle dejar Puerto Jiménez y emprender de inmediato camino hacia Puerto Viejo. Eran demasiados años lejos de aquellos parajes que le cautivaban.

A esas tierras, a ese mar caribeño que le vio nacer y realizar sus primeros pasos correteando por sus playas, saltando por sus rocas, buceando en busca de la langosta, primero como juego, como entretenimiento con sus compadres de juego. Para terminar siendo su sustento, pero también la causante de su salida de aquellas entrañables tierras.

No sabía o no quería hacer otra cosa que no fuera en el mar. El destierro de esos largos cuatro años le había afectado mucho. Pero comprendió que si había logrado aguantar todo ese tiempo, una semana más no supondría demasiado esfuerzo.

Se convenció que lo mejor era callar y permitir a Gonzalo disfrutar de aquellos no menos bellos y espectaculares paisajes, aunque sin la magia de Puerto Viejo. El océano, en ese recodo abrazado por el agente geográfico llamado por los nativos Golfo Dulce, mostraba unas ondulantes olas cargadas de energía.

Imponentes, pero al mismo tiempo dulces sin la bravura de las de Quepos. Miró, mientras esbozaba una sonrisa, al Negro. Le comprendió de inmediato, se levantó y preguntó donde podría hacerse con unas tablas. A los pocos minutos flotaban sobre el océano dejándose arrastrar por sus olas hasta la misma arena. Tomaban la tabla de nuevo para introducirse y regresar acompañados por esa fuente energética.

Prácticamente pasaron la tarde solos en aquella impresionante playa. Al atardecer dos turistas norteamericanas, paseaban riendo por la playa. Al observar al Negro se detuvieron, intercambiaron primero sus miradas, luego sonrisas y por fin sin mediar palabras, extendieron sus toallas en la zona donde iba a morir con su tabla. Pero El Negro se había introducido de nuevo al océano y quien moría en la playa con su tabla fue Gonzalo. Las dos mujeres, con los treinta cumplidos volvieron a sonreír y en su seco inglés americano escuchó el comentario de una a la otra.

- Este viejo todavía mantiene un buen culo.

Saludó con cortesía para de nuevo tomar la tabla y repetir la operación ya automatizada durante la tarde. Les escuchó decir algo pero no captó el significado de las palabras. Al cruzarse con Salvador comentó.

- Negro creo que esas le buscan.

Salvador sonrió. Buscó la ola que llegaba en ese momento y fue acariciándola con su tabla hasta morir a pies de las turistas. Su aspecto no tenía nada que ver con El Negro del primer día, cuando conoció a Gonzalo. Estaba afeitado, limpio, mojado por el océano y su cuerpo brillaba con los últimos rayos solares del día. Era atlético, espigado, pero de gran envergadura.

Un negro guapo, de los que llamaba la atención y como comentaron aquellas dos mujeres sentadas en la arena con buen armamento. La conversación entre los tres no se hizo esperar.

Cuando Gonzalo aterrizó sobre la arena a pocos metros del trío fue requerida su presencia. Se presentaron. Sin sentarse Gonzalo conversó por espacio de unos minutos para comentar antes de despedirse y marcharse solo.

- Les dejo. Por hoy he tenido bastante. La edad no perdona.

Intentaron convencerle para que siguiera con ellos pero Gonzalo captó de inmediato las intenciones de aquellas dos mujeres y no estaba por la labor.

Por oto lado, le preocupaba el Negro, le podían hacer caer de nuevo. Pero comprendió que había llegado la hora de dejarle un poco de margen, de iniciativa personal. Aunque no por ello se quedó tranquilo. Se convencía a si mismo de la importancia que podía tener ese primer paso. Tal vez volvieran a retroceder todo lo ganado pero consciente del avance que supondría si conseguía controlarse. Había constatado el dominio en los últimos días de Salvador. Más de una semana de abstinencia. Además tenía su promesa de Negro Langostero. Sin más comentó.

- Nos veremos en las cabinas.

Se despidió con su acostumbrada amabilidad. Devolvió las tablas en el local de alquiler, no estaba muy lejos, pero El Negro le ayudó a transportarlas.

Luego Gonzalo en coche regresó al hotel, mientras El Negro prosiguió con las señoritas.

Fue entrar en su habitación y darse una buena ducha. Luego ya vestido se tumbó en la hamaca del porche, conectó el MP3 y aguardó, no exento de preocupación el regreso del Negro.

Las risas de su amigo con las norteamericanas le despertaron. Se había adormilado. La coincidencia les sorprendió, ellas también se alojaban en el mismo local. Pero tampoco había que extrañarse demasiado. No había otro local hostelero en más de veinte kilómetros a la redonda. Quedaron en cenar juntos. Se separaron para refugiarse en su habitación, ducharse, adecentarse y acudir a la cita de esa noche.

Cenarían las dos parejas. No se entretuvo mucho tiempo. Regresando al pequeño porche de la cabina donde se alojaba su amigo.

- Esas pendejas. Pues no creían que nos entendíamos.

Gonzalo incorporándose de su lugar de descanso y sonriendo ironizó.

- ¡Ah! ¿Pero no nos entendemos?

Rió ante el comentario. Se sentaron en los sillones del porche y El Negro le relató su conversación con las norteamericanas. La presencia de las nuevas amigas interrumpió la charla. Poca tela empleó el diseñador para la confección de los trajes que lucían. Incluso la ropa interior tampoco se excedía en demasía, pues ambas portaban unos diminutos tangas, apreciables por la transparencia de la tela del vestido.

Mientras sus generosos escotes, descubría la ausencia de la prenda superior. No eran excesivamente guapas, pero llamaban la atención. El Negro telefoneo a recepción suplicando unas copas para tomar en el porche de la cabina de Gonzalo. Allí cayeron las primeras de la noche. De nuevo Salvador se puso en contacto con recepción pero en esta ocasión se personó, para informarse sobre un lugar con música donde se pudiera cenar.

Fueron paseando. El local no se encontraba lejos de las cabinas. Gonzalo sintió su mano izquierda acariciada por la derecha de Ángela.

Entrelazó sus dedos con los de ella sin retirar la mirada del camino para esbozar una leve sonrisa a continuación. Había permanecido cincuenta años, fiel a una sola mujer. Para él las otras hembras que circulaban por el mundo no existían en ese terreno de intimidad. Ana era la única en su vida. Trataba de recordar, ni siquiera bailó o se abrazó a otra mujer, con la excepción de su hija. Ni antes de conocerla. Aunque en esa época, con catorce años, en esos terrenos, se era un bebe, o al menos él lo fue. No era menos cierto que en varias ocasiones de sus múltiples viajes se presentó alguna ocasión pero Ana era su paraíso y no iba ser tan estúpido como Adán de perderlo por una aventura, o por sexo simplemente.

En multitud de ocasiones eran los directivos de los países, que visitaba quienes le ofrecían compañía para las noches. Pero jamás se le pasó por la cabeza, engañar a Ana. En esos momentos no se sentía cómodo. Solo abarcaba la mano de aquella joven norteamericana y un sentimiento de culpabilidad le embargaba todo su ser.

Pero rechazar esa mano pensó, a pesar de sentirse incómodo, una falta de delicadeza. De educación hacia aquella persona. Aceptando esa muestra de amistad. Berta la otra norteamericana iba abrazada a su negro, como pretendiendo que nadie se lo arrebatase. Unía sus labios con aquel nativo y todas sus hormonas se alteraban a una velocidad vertiginosa.

Ángela se sentía algo violenta, deseaba hacer lo mismo que su compañera y sentir el calor del varón que le acompañaba, cambiar su química con él y alterar un poco a sus dormidas hormonas. Pero la pasividad, aunque con una cortesía maravillosa de su compañero, le frenaron en su intento de llevar la iniciativa. Esperaba con ansiedad que fuera él quien se lanzara. Por otro lado aceptar su mano era señal inequívoca que rechazarla no la rechazaba y eso aumentó sus expectativas para esa noche y las venideras. Su amiga era soltera. Ella divorciada desde hacía tres años y su vida sentimental no estaba funcionando demasiado bien desde aquel desagradable momento de su existencia. No tenía hijos y poseía un magnifico puesto de trabajo de dirección en una empresa de finanzas en Nueva York.

Gonzalo intuyó esa tensión a través del contacto de su mano reaccionando con prontitud para eliminarla. Evitando que el silencio acentuara todavía mas si cabe la tensión reinante entre la pareja. Para ello inició una conversación. Pronto fueron conscientes del acierto de la misma.

- He trabajado en una entidad bancaria hasta hace muy poco. ¿Y usted? ¿A que se dedica?

Un profundo alivio confortó su cuerpo al escucharlo. Era una enamorada empedernida del mundo de las finanzas, y como todo el que se mete en ese rodillo es incapaz de separar el trabajo de sus vacaciones o momentos de ocio. De inmediato respondió que ella se dedicaba a lo mismo. Resultando un dialogo fluido, interesante e instructivo a lo largo de la velada.

El sexo. Esa necesidad de contacto físico con otro ser pasó a un segundo plano. Se interesó por los movimientos en el otro lado del charco y pudo constatar que no había grandes diferencias. Al salir en la conversación la fusión de su entidad con otra de Houston comentó que habían acertado plenamente. Estaba muy bien situada en los Estados Unidos. No era excesivamente influyente. Pero le aportaría a la entidad donde había trabajado unas posibilidades inmejorables para realizar negocios en su país e incluso captar capital para invertir en el suyo.

El Negro y Berta se miraban mientras escuchaban el entusiasmo de sus amigos. Incrédulos de verlos enfrascados e interesados con aquel tema.

Habían terminado de cenar y las copas fueron cayendo una tras otra en la sobremesa. Una pista de baile invitaba a moverse a la clientela y Salvador no desperdició la ocasión. Tomó del brazo a su compañera y acapararon la atención pues el ritmo del Negro era único. Al verlos Ángela dejó de lado su pasión por las finanzas para tratar de calmar sus calores internos.

- ¿Vamos a la pista?

Gonzalo con su poder de convicción y con un tacto propio de una persona de su edad le rogó que saliera ella. El Negro tenía ritmo suficiente para las dos y él precisamente en ese campo era un autentico patoso. Ángela sonrío lo intentó un par de veces más pero no quiso forzar la situación y se lanzó a coger ese ritmo cálido, sensual del merengue que en esos momentos envolvía la pista.

El español no se equivocó tenía ritmo para todos los presentes. Regresaban hacia las cabinas. Berta y El Negro se comían materialmente mientras se encaminaban al lugar de descanso. Ángela seguía manteniendo las distancias, seguía cogida de su mano y la conversación era fluida. Reclinó su cabeza sobre el hombro de Gonzalo en varios intentos de encontrar alguna respuesta cariñosa, tierna, sensual, o algo más, buscando esa posibilidad de intercambiar sus químicas y calmar un poco a la creciente subida de la temperatura en todo su cuerpo.

Pero él seguía, con su pasividad, con su educación extrema. Sereno como un piloto.

Ni siquiera podía contraatacar con la bebida pues el muy cabrito no ingirió una sola gota de alcohol en toda la noche, mientras que la otra pareja y ella misma iban algo tocaditos por el producto en cuestión. Habían recogido las llaves de recepción y se encontraban sentados en el porche de la habitación de Gonzalo. Mientras El Negro y su pareja se devoraban en el sofá ellos conversaban en los sillones. Primero con el tema estrella de la noche, las finanzas, pero luego fueron hurgando en sus vidas, especialmente cuando Salvador y Berta se perdieron camino de la habitación de este.

Ángela comentaba su fracaso sentimental y el trauma ocasionado por su divorcio. Lo estaba superando bastante bien, gracias a volcarse en el trabajo y a los resultados del mismo que le permitían animarse y seguir en la brecha olvidando, o aparcando sus penas.

Gonzalo captó de inmediato como su compañera iba poco a poco tratando de encauzar la situación a otros derroteros, más propios del momento y de la situación que la simple conversación sobre finanzas, o sus vidas sentimentales. En esos momentos ella le había cogido su mano acariciándola con una delicadeza encantadora, mientras su mirada algo chispeante por el alcohol le sugería algo más que la charla. Fue cuando él se decidió a descubrirse un poco y sincerarse con ella.

- Creo que es hora de contarte algo sobre mí. De aclarar algunas cosas contigo.

Al soltar su mano ella se recostó en el sillón con sus oídos atentos y sus músculos dispuestos a lanzarse sobre él y abandonarse a las sensaciones del sexo. Comenzó con la reciente muerte de su esposa.

La cara le cambió por completo. Ahora entendía mejor su comportamiento. Pero porqué no desahogar sus penas con un buen revolcón. A los dos les vendría de maravilla descargar tensiones y especialmente apaciguar las hormonas. Pero las siguientes explicaciones apagaron en parte el fuego de su cuerpo. Consciente que sexo, al menos esa noche con ese hombre no se daría.

- Caminando hacia el restaurante para cenar al entrelazar tu mano con la mía acudieron a mi mente varias inquietudes.

El relato sobre su fidelidad a su esposa. Su confesión de no haber estado nunca con otra. Su método para no caer en ninguna tentación que le privara de su paraíso particular. Ana, su mujer. Fue escupiéndolo por su boca.

Ahora estaba convencido, tras despejar sus dudas camino de la cena. “No habrá otra mujer en mi vida”. La frase la repitió en varias ocasiones y su forma de expresarla reflejaba la sinceridad al lanzarla, su convicción en ella. Pero especialmente la sensación, que ella tenía, al escucharlo, que lo cumpliría.

- Creo que no sabría hacerlo con otra persona. Estoy convencido que pensaría en ella y eso mismo me impediría cumplir.

A Ángela le costaba asimilar la teoría de su compañero. Al abrirse y contarle su forma de pensar, sus inquietudes su amor por ella. Comprendió perfectamente que bajo esa perspectiva. Era lo más coherente

Y desde luego aunque no lo conocía mucho la coherencia estaba en todo lo que decía pero especialmente en lo que obraba. Prosiguieron conversando hasta que los primeros rayos solares fueron iluminando la estancia. Ella se levantó para recogerse en su habitación mientras él le daba un abrazo tierno, dulce, corto y dejaba descansar sus labios en su mejilla. La sensación percibida por Ángela fue la misma que cuando su padre se despedía. Con un nos veremos luego, finalizó la jornada. Durante toda la semana permanecieron los cuatro juntos. Visitando aquellas playas, tomando el baño, el sol, surfeando, buceando, comiendo, cenando, desayunando, bailando, escuchando música.

Solo al llegar la hora de ir a sus habitaciones Gonzalo lo hacía en la soledad. Mientras que Ángela la segunda noche compartió con su amiga al Negro. También en ese terreno tenía para las dos. Las horas de descanso, entre comillas, eran las únicas del día en que Ángela pasaba separada de Gonzalo, el resto iba a su lado y compartía su compañía y conversación. Era encantador conversar con aquel español y especialmente, apagado el fuego de su cuerpo, se hacía sin la menor tensión. Gonzalo transmitió, previo consentimiento de Ángela, varias informaciones a su querido Alberto. Cuando Gonzalo pidió su consentimiento se quedó perpleja. Porque no iba a consentir que transmitiera esa información si había sido ella voluntariamente quien se la comunicó.

Pero pronto la norteamericana pudo comprobar la calidad humana de aquel viejito, cuya compañía suponía una bendición. Alberto telefoneo unos días mas tarde para felicitarle y transmitirle su más sincero agradecimiento a Ángela. La información recibida fue de un alto valor financiero y consiguió no solo prestigio al nuevo cargo directivo. Un hombre de su juventud, requería de ese tipo de intervenciones para afianzar su ganado prestigio pero especialmente confirmar a los que apoyaron el acierto de su elección. Eso ante el resto del consejo y de los accionistas reafirmaba su posición tras los incidentes provocados por la incompetencia del directivo dimitido.

Gonzalo transmitió a su amigo sus deseos de conocer a la culpable de esos éxitos. Le proporcionó teléfono, dirección personal, dirección de correos y demás información para contactar con ella, y la misma información se la transmitió a Ángela. Esa mañana desayunaban los cuatro en absoluto silencio. Iban a separarse. Ellos partían hacia Puerto Viejo y ellas regresaban a su vida cotidiana. De pronto Berta rompió en lloros mientras se abrazaba al Negro.

De inmediato Ángela tomó la mano de Gonzalo mientras sus lágrimas acompañaban a las de su amiga. Salvador abrazaba a su pareja tratando de calmar su llanto. Gonzalo sacó el pañuelo y con una mano enjugaba con cariño las lágrimas de su amiga, mientras la otra la deslizaba acariciando con delicadeza la cabeza. Para Salvador había sido una aventura más, encantadora pero una aventura al fin y al cabo. Mientras Berta se resistía a tener que separarse.

- Vente conmigo Negro. Vente a mi país

Se había enamorado, o creía estarlo de aquel fornido nativo pescador de langostas

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