sábado, 9 de julio de 2011

NEGRITA PURA VIDA CAPITULO 5 MANUEL ANTONIO

- CAPITULO – V

-MANUEL ANTONIO.

Llegaron mas tarde de lo programado, circunstancia que no le agradaba a Gonzalo. Ni siquiera estando de vacaciones. El banco le marcó mucho su conducta y sus hábitos. Pero la noche fue intensa, y tardó en mover al Negro.

Por fin desvelaría los secretos y encantos de aquel parque nacional del que oyó hablar en reiteradas ocasiones a su ahijado. Provistos de mochilas, con un par de sándwich, una botella de agua y una cervecita en cada una. Ropa, la justa. El bañador, unas chanclas, un polo y la toalla.

Anduvieron recorriendo prácticamente todo el parque. Subían por una escarpada y serpenteante senda invadida por la selva cuando Salvador comenzó a sudar. De nuevo el mono. Chillaba, maldecía al Viejo pero él estaba a su lado asistiendo y ayudando a superar la nueva crisis. Empapaba su toalla con agua y secaba el sudor frío. Fueron momentos duros y tensos. La selva parecía que se alteraba con El Negro Langostero. Los cangrejos negros con motas blancas y naranjas, de extremidades del mismo color, huían despavoridos en busca de refugio entre la espesura de la selva o en el mismo camino donde las grietas les permitían esconderse.

Los pavos salvajes enmudecieron ante los alaridos del Negro. Las pequeñas avecillas a penas se les escuchaban. Hubo un instante de un silencio aterrador que mezclado con la impresionante humedad les hizo estremecer. Cuando logró calmarse Gonzalo le proporcionó algo de agua aconsejándole beber a pequeños sorbos. Encontrando en todo momento el apoyo incondicional de aquel extranjero que le animaba a superar esos momentos críticos. La situación se repitió en varias ocasiones pero la intensidad nunca alcanzó esa primera vez y poco a poco fueron distanciándose, al tiempo que su intensidad iba en claro descenso.

Cuando se recuperaba volvían a reanudar la marcha. Y la selva tras unos segundos recobraba su sonido. De vez en cuando el camino se aproximaba al acantilado para ofrecer al espectador toda la belleza plástica del Pacífico bañando esas costas. La mar estaba tranquila y el cielo aunque con nubes permitió al sol lucir con cierta intensidad, brindando luminosidad al paisaje. Más de una hora de continuos ascensos y descensos, de encontrarse con pavos salvajes, con monos, iguanas, alguna que otra vivaz y rápida culebra, o serpiente no llegaron a distinguirlo. Sufrieron el constante y molesto zumbido de innumerables insectos.

Para lograr al fin aterrizar en una cala indescriptible, por su belleza, su colorido, su ritmo, su magia. El riachuelo, que les acompañó durante gran parte de su recorrido, y de donde se aprovisionó de agua para refrescar al Negro, moría en la parte sur de la cala, entre rocas y playa de arena. De una blancura exagerada. Estaban cansados. El paseo, de una belleza plástica única, había supuesto un esfuerzo considerable, añadido a la situación del Negro, les hizo anhelar la pronta salida de aquella selva. Ahora la playa les invitaba a poner sus cuerpos en horizontal mientras recobraban el aliento.

Pero especialmente las piernas. Se tumbaron junto a las palmeras inclinadas con respeto y veneración ante su majestad el océano. Esa sumisión ante lo imponente les proporcionó sombra y cobijo. Pero los lugareños, los reptiles y más concretamente las iguanas buscaban el mismo techo, para protegerse de un sol castigador. Pronto pudieron comprobar como cerca de la veintena de esos reptiles de diferentes tamaños y colorido variado comenzaban a rodearles. El Negro le aseguró que buscaban comida y sin duda esperaban que ellos se la proporcionaran. Fue nombrar los alimentos y repentinamente les entró un apetito desenfrenado. Buscaron en sus mochilas los sándwich, para paliar el hambre.

El descaro de esos bichos lo constataron de inmediato pues uno se atrevió a mordisquear el sándwich que mantenía en su mano Gonzalo. Bebieron agua y tras hacerse el ánimo se lanzaron al océano para refrescarse y relajar las piernas algo cargadas por la caminata. Al abandonar la cala, para seguir el recorrido, descubrieron unos servicios provistos de ducha. No lo dudaron. En un banco cercano de madera dejaron sus pertenencias para introducirse en los servicios. Entrar en las duchas y disfrutar de un buen chorro de agua dulce. Logrando despegar de sus cuerpos la sal, pero especialmente la arena que se les pegaba a la piel.

Con las toallas se secaron para sustituir el bañador por bermudas. Las chanclas por calcetines y zapatillas.

A lo largo de la jornada contemplaron gran variedad de especies animales, dos o tres familias diferentes de monos a las observadas en su primer circuito, un perezoso que le costaba moverse, y especialmente insectos y arácnidos de todos los tamaños y colores posibles. Salvador le indicaba cuales se podían tener en las manos sin problemas y cuales era mejor tenerlos lo más lejos posible. Salieron del parque aproximadamente a la misma hora de la tarde anterior.

Iban ansiosos por alcanzar el bar restaurante donde Gonzalo se encontró con El Negro por primera vez. En sus mentes iban saboreando las imperiales heladas, deseosas de ser acariciadas, abrazadas por unas manos cálidas, que les proporcionaran algo de abrigo. Pero especialmente anhelaban poder ingerirlas, para calmar sus resecas gargantas y disfrutar con verdadera pasión saboreando cada trago, mientras sus cuerpos recuperaban el frescor proporcionado por dicha bebida bien fría. No llegaron a sentarse, no podían esperar al camarero.

En la barra fueron al encuentro de sus primeras imperiales, para compartir placeres con los visitantes. Al llegar a la misma mesa de la tarde anterior, y antes de depositar sus posaderas en las sillas, las dos imperiales habían caído. Fueron sustituidas casi de inmediato por las que traía el camarero. Que apercibido de antemano, llevaba otras rebosando espuma y con el hedor en el vidrio. Desvelando su contenido frío y refrescante. El líquido entraba por sus gargantas apaciguando su sed, pues el último trago que se metieron en el cuerpo, antes de salir del parque era caldo puro.

Comenzaban a caer las segundas imperiales, cuando entre ellos comentaban, que pocos placeres eran comparables, a unas cervezas bien frías cuando la sed apremia. No le había dado tiempo al camarero a girarse para regresar y atender a otros clientes, cuando rogaban un par más. Iban por la tercera. Permaneció más tiempo entre sus manos, pero no llegaron a calentarse. Calmaban su sed al ritmo que las imperiales iban cayendo una tras otra, mientras observaron una mayor presencia de surfistas tratando de dominar la tabla, y la ola sincronizando los movimientos de ambas para viajar en compañía. Gonzalo mostró su interés por probar.

No concluyó la frase cuando Salvador se aproximó a un joven negro de unos veinte años.

- Negro préstame la tabla. Es para un amigo.

- ¡Viejo cabrón! ¿Como usted por aquí? ¡”El Negro Langostero! Quien iba a decirme que le encontraría por este lado del país.

Era un compadre de Puerto Viejo, familiar lejano, pero con mucha relación antes de dejar Puerto. Se la ofreció de inmediato y eso que luego se enteraría Gonzalo que un surfero deja antes a su mujer que la tabla.

Rieron de lo lindo a costa de aquel viejete que intentaba subirse sobre la tabla. Fue lo único que consiguió. Intentarlo. El máximo logro fue colocar un pie sobre ella mientras el otro permanecía en el aire para girarse la tabla y caer de espaldas contra el agua. Pero lo cierto es que se divirtió muchísimo, hasta tal punto que propuso repetir al día siguiente.

- Aunque me tenga que tirar todas las vacaciones intentándolo al final conseguiré por lo menos poner los dos pies.

Repetía una y otra vez mientras lo intentaba de nuevo ante las carcajadas del Negro y su compadre.

Gonzalo los invitó en el mismo bar restaurante de la playa a cenar. Platicaron sobre muchos temas pero especialmente conversaron sobre el surf. Costa Rica, España y la política tuvieron cabida en aquella plática entre el extranjero y los dos negros. Gonzalo no pudo reprimirse, sacando en la conversación la pesca de la langosta en España, y mas concretamente en su Cangas del alma.

Concluida la cena Jim, nombre del joven negro, retirándolos de la luz y aproximándose a la playa, donde la oscuridad permitía apartarles de las miradas de la gente, sacó unas papelinas del bolsillo y se las ofreció.

- Es de calidad suprema.

El Negro fue el primero en rechazar la oferta.

- Viejo cabrón, se me está amariconando. Cuando lo cuente en Puerto nadie me va a creer.

Gonzalo sonrió mientras cruzaba su mirada con Salvador. Se despidieron hasta la mañana siguiente, quedando en desayunar allí mismo donde habían cenado.

- ¿Quiere que le llevemos?

Agradeció el ofrecimiento pero había quedado con unos amigos yanquis. Iba a una fiesta montada por un importante personaje del cantón.

Esa noche también fue movidita pero más llevadera que la anterior. Salvador siempre se encontró con el apoyo de Gonzalo y así entre sueño, sudor, dolor, temblores y relax se presentó el nuevo día. Las nubes cubrían el cielo por completo y el tono oscuro no auguraba nada bueno. Aun así se ducharon, vistieron y en el coche se desplazaron para encontrase con Jim. Llegó cuando estaban finalizando el desayuno. Se sentó y tomó algo. Lo cierto que mucha gana no traía. Bebió un par de imperiales, según él, para quitarse la resaca de esa noche y fueron a un puesto cercano donde alquilaban tablas.

Jim le aconsejó una de mayor estabilidad, algo pesada para hacer surf pero aquel hombre se contentaría con mantenerse aunque fuese por unos segundos con los dos pies sobre ella. No tardó mucho en conseguirlo. El joven negro entendía de la materia. Gonzalo se encontraba mas seguro con aquella tabla que con la utilizada la tarde anterior. Su estabilidad era infinitamente superior, aunque para volar con la ola no era muy aconsejable. Pronto de ponerse en pie manteniendo el equilibrio, pasó a intentar tomar la ola.

Salvador dominaba el arte del surf y Jim era un experto. Llegaron a extrañarse del dominio que logró el viejito. Calificativo que comenzaron a utilizar al referirse a él. Se olvidaron de comer y solo llegaron a percatarse de la hora cuando Gonzalo miró el reloj. Llevaba ocho horas en la tabla. Estaba roto y aunque Jim los invitó a ir de fiesta prefirieron regresar al hotel, cenar allí para coger la cama después. Salvador iba controlando cada vez mejor el mono. Seguía teniendo pequeñas crisis y de vez en cuando esta requería la presencia y el animo de Gonzalo, pero lo superó mejor de lo esperado.

Mantuvieron su estancia en el hotel por una semana, dedicándola íntegramente al arte del surf. Gonzalo parecía que conseguía coger alguna que otra ola, siempre y cuando esta no fuera demasiado pronunciada. Disfrutó como un chiquillo. Cuando se tumbaba en la playa a descansar para protegerse del sol o la lluvia, dependiendo de la circunstancia del momento, recordaba a Ana, a su pequeña, Cangas y sus amigos de España. Pero en ningún momento se le pasó por la mente el banco, o sus compañeros de trabajo. Pura vida. Cuanta razón tienen los nativos, para expresar las palabras mágicas.

En esos escasos días en el país, constató la falta de ambición en su gente. Con un poco de pan, para llevarse a la boca, una chabola, pues la mayoría de las casas no podían recibir otro calificativo, y su hamaca. Especialmente su hamaca entre dos árboles, palmeras o prendidas en los porches de sus rudimentarias viviendas, les sobraba. Desde que aterrizó en aquel país, no había presenciado, ni sentido la menor discusión, elevación del tono de voz en ningún morador de aquel país. Lo más agresivo que recordaba, era el sonar de las bocinas cuando el disco iba a cambiar su tono rojo por el verde.

Le sorprendieron muchas cosas, pero especialmente tres. La conducción cuando había más de un carril, todo el mundo por la izquierda. Circularan a la velocidad que circularan, dejando el carril derecho completamente libre. Los paseos que solían darse las familias por las estrechas y mal trechas carreteras de espaldas a la circulación y por medio de la calzada sin inmutarse o retirarse un poco. El circular de noche en bicicletas completamente de oscuro y sin la mínima señalización en sus vehículos de tracción humana.

Pero el que colmó su asombro fue vivir un gran atasco de más de dos horas, con unas colas infinitas, pues el accidente se había producido muy próximo a la ciudad de Quepos. Al preguntar que sucedía. El Negro le contestó.

- Dos que se han tocado.

- Bueno. ¿Y porque no retiran los vehículos para que el resto pueda circular?

Se apresuró a responder Gonzalo con la ingenuidad de un europeo. El Negro sonrió.

Le explicó que allí nadie tenía la culpa cuando ocurría un percance de circulación y por ello nadie movía su coche hasta la presencia de la autoridad para tomar medidas y declaración a los perjudicados.

- ¿Entonces tomarán declaración a todos los que nos encontramos en este atasco? Pues también nos afecta el accidente.

Nueva sonrisa del Negro. “Estos extranjeros siempre con prisa”. “Hijos de su chingada madre”.

Su última noche en Quepos se perdieron en El Meteorito.

El espectáculo consistía en actuaciones en directo de cantautores. Entre ellos se encontraba como artista estrella. Delgadillo. Uno de los cantantes preferidos de Gonzalo. Al ver el anuncio le propuso al Negro ir esa noche a presenciar la actuación. Al día siguiente se perderían por la zona suroeste del cantón de Puntarenas la parte más salvaje y ausente de toda muestra de civilización si exceptuamos las viviendas, unas ruinosas carreteras y la tranquilidad hecha ceremonia por sus gentes. En concreto Gonzalo deseaba pasar unos días, antes de ir al Puerto Viejo como le prometió a Salvador, en la península de Osa.

Más concretamente en Puerto Jiménez. Alberto le había hablado del encanto de sus playas en Golfo Dulce.

Al iniciar Delgadillo “La bañera”. Canción preferida de Gonzalo, las lágrimas se desprendieron de sus cansados ojos azules. Salvador observaba incrédulo la reacción de su amigo. La canción no era triste, ni nostálgica, mas bien invitaba a la sensualidad, al sexo, a la ternura, al amor. Pero Gonzalo sollozaba mientras recordaba a Ana duchándose en casa con la puerta de par en par, cuando solo se encontraba su esposo en casa. Sabía que ella inmediatamente ponía la canción y él se sentaba en su sillón preferido y disfrutaba del espectáculo.

Siempre, al finalizar la melodía, terminaba en la ducha. Ella desnuda y él con la ropa que llevase en ese momento. Aunque fuera su mejor traje. Luego ayudado por su amor iba perdiendo una a una las prendas hasta quedar los dos cuerpos con el traje de Adán y Eva, desatándose toda la pasión, deseo, sexo, amor, ternura, entrega. Vivenciando sensaciones, devociones, pero especialmente compartiéndose. Llegó a excitarse al recordar el Paraíso en compañía de su Eva. No recordaba el tiempo que había pasado desde que aquella parte de su cuerpo no se alteraba. Salvador mantuvo la atención en la canción para tratar de descifrar la reacción de su amigo.

Te sorprendí a través del cristal de la bañera.

Cuando una puerta abierta. Me invitó a mirar la escena.

De tu piel que entre las nubes de vapor

se humedece y se despierta
El agua cae constante

te recorre y busca el suelo.

Recuerdo que en la tarde Era yo quien medía tu cuerpo
Con la constancia de quien Descubre eso que anda buscando
Y aun así Y aun así,

Y aun así y aun así

se da su tiempo

Y te miro a través
Del cristal de la bañera
Recoges el jabón
Y me concentro en tus caderas

Lo pasas por tu piel tan dulcemente Que le envidio su carrera
Tus gestos no se ven
Ni se ve el color de tus ojos Disueltos con vapor tus labios No llevan su tono usual de rojo
Y el tono de tu piel
Siempre contra el de la pared Resulta en curva, contornos Jabón y espuma El remedio para mi sed Digo bien para mi sed

Te estoy mirando a través Del cristal de la bañera
Lo miro casi todo Y todo lo que veo me ciega No te he llamado y tú En tu intimidad no te das cuenta Pensaba visitarte y tú Tan bella

e indispuesta
Que me decidí a marcharme Pero no a cerrar la puerta Para verte cuando escribo

No sea que desaparezcas Para verte cuando escribo No sea que... desaparezcas

Los últimos acordes del cantautor y de sus acompañantes sonaban para dar el toque final a la canción. Salvador le tendió el pañuelo. Lo veía muy acongojado, incluso se le escapaban algún que otro puchero. Pero no rompió el silencio, se dio cuenta que Gonzalo había percibido su preocupación y optó por que fuera él cuando consiguiera volver el que se expresara. No había escuchado nunca esa canción pero le impactó la carga sensual que portaba su poesía. Tardó tres canciones más en recuperar la normalidad.

Justo en el preciso instante que se hacía una pausa en el escenario y la música caribeña irrumpía en el local a través de los altavoces.

- Negro. Pensará que estoy loco. Pero esa canción me trae tantas sensaciones, tantos recuerdos, tantos placeres. Desgraciadamente todos murieron con ella.

Estaba muy sensible, muy afectado y se abrió por primera vez a su amigo. Las imperiales caían frías como pocas veces se suele tomar en un local público una tras otra. El calor era sofocante y las imperiales entraban como el agua.

Abandonaron el local con dificultad para mantener el equilibrio. Ahora conocía mejor al extranjero y le parecía increíble su comportamiento, su actitud hacía él.

- Tiene sangre negra, jodido español. Usted tiene sangre negra.

Repetía con dificultad por la falta de control sobre su mente, su habla, su mirada. Llegaron al hotel y solo Dios sabe como lo lograron de noche y por esas carreteras, pero el caso es que el coche estaba entero y ellos también. Recogieron las llaves en recepción ante la sonrisa del recepcionista. “Menuda trompa portan los ticos”.

Pensó nada mas verlos entrar por la puerta. Fueron directos a la habitación de Salvador. Allí primero uno y luego el otro se turnaron para limpiar su estomago rumiando y lanzándolo al inodoro cuanto habían bebido y comido esa noche. Se sentaron en los sillones del porche y Salvador se explayó durante el resto de la noche.

Comenzó maldiciendo a los dos terratenientes de Puerto Viejo. Dominaban la población desde Puerto Cahuita, pasando por Puerto Viejo hasta Puerto Manzanillo e incluso hasta la frontera con Panamá, no muy lejana a esta ultima localidad.

El gringo” dominaba los negocios de sexo, el contrabando y distribución de drogas, especialmente de maría y coca, aunque en la región cualquiera que tuviese arrendado un terreno en el lugar tenía alguna planta de maría. Junto con don Julián controlaba toda la pesca de la langosta de la región. Negocio en decadencia después de las prospecciones petroleras. Este último terrateniente también controlaba los campos de bananas, los cafetales y todos los locales para turismo de la zona. Aunque se decía que controlaba también al “gringo”.

Pues este figuraba como arrendado del personaje. Explotaban al negro, grueso de la población del cantón y descendientes de los jamaicanos, importados como esclavos en la época de la construcción del ferrocarril. Gonzalo detuvo el relato del Negro para preguntar.

- ¿No he visto el ferrocarril, ni he oído hablar de el?

El Negro sonrió para comentar.

- Esa es otra historia de este peculiar país. Se comenta que un ministro de transportes tenía una importante empresa de distribución de mercancías por carretera, y el ferrocarril le hacía demasiada competencia optando de un plumazo su abolición.

Más de cien años de sudores del negro lanzados por la borda por los intereses de una persona. Pero yo no me atrevo a poner la mano en el fuego por ese rumor. Aquí aunque muchas cosas suceden así, también somos muy propensos a confirmar rumores sin tener la seguridad de su veracidad. La versión oficial hace referencia al perjuicio ecológico ocasionado por el ferrocarril, su alto coste y su escasa necesidad ante las dimensiones del país.

Aclarada la pregunta prosiguió con el relato.

- Con esos dos tipos hay que ir con cuidado, lo mejor es pasar desapercibido o apretarles desde arriba.

Usted que tiene posibilidad de contactar con gente no haría nada mal en cubrirse las espaldas. Esas personas aunque con poder cuando alguien de arriba les aprieta las tuercas aflojan las piernas y ya sabe. Se cagan. Por el contrario con nosotros, los negros, cometen todo tipo de atropello sin posibilidad de defensa.

Le confesó que había sufrido los abusos de esos degenerados. Les daban tanto a los hombres, como a las mujeres y especialmente don Julián solía abusar de los niños. Dicho el preámbulo lanzó al espacio del porche. “El hijo de su chingada madre”. Para relatarle a continuación que cuando contaba con catorce años lo prendió y abusó de él hasta que se cansó.

No le dejó en paz hasta que tuvo sustituto y ese infierno lo vivió durante diez años. Luego pasó a confesarle su encuentro con el “gringo”.

- Con ese hijo de puta fue diferente. Lo busqué yo para conseguir unas rayas. Cuando uno está metido en la míerda revolcarse un poco mas no se nota.

Pudo escuchar mil relatos sobre el sometimiento, del negro principalmente, por esos salvajes. El estomago se le revolvía mas y mas. Y en esta ocasión el alcohol no tenía la culpa. “Que contraste de sentimientos, entre los momentos de esta noche”. Se repetía Gonzalo. La velada en El Meteorito y ahora los del porche.

No hay comentarios: