miércoles, 14 de enero de 2015
UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN- TERCERA PARTE- CAPITULO DÉCIMO- ESTER Y EL MENDIGO
CAPITULO DÉCIMO ESTER Y EL MENDIGO
Apretó el mecanismo que dejaba al
descubierto el despacho, para contemplar la arboleda que rodeaba la cabaña y el
cielo con pinceladas blancas que dibujaban unas densas nubes viajando con
prisa. Con la luz natural se sentó en el sillón bajo el cielo raso. En primer
lugar debía serenarse. Realizó una de las técnicas de relajación que conocía y
poco a poco logró su objetivo. Estar dispuesta lo mejor posible para iniciar la
lectura de aquel legado que su abuelo le dejó. Era necesario mantener el
control, de no hacerlo el llanto malograría lo importante de la herencia de su
abuelo, su amor y cariño en esos escritos. Sonrió al sentir chispear su mirada.
Pero haciendo gala de lo que era, una futura campeona olímpica, tras tres
respiraciones profundas pudo controlar por completo su organismo y los
mecanismos fisiológicos para evitar el problema. Su yayo ya le comentó en vida
que le dejaría unos escritos para cuando los leyera sintiera que estaba a su
lado. En esos instantes previos a leer parte del legado recordó que su abuelo
le habló del de Anki. Ahora lo conservaba junto al que ella recibía. Cuantas
horas sentada en las rodillas de él leía esas hojas. En más de una ocasión
Ester tras escuchar el título o la fecha del escrito le pedía que ella se los
recitara. No precisaba el escrito se lo sabía de memoria con puntos y comas. Se
disponía a leer parte de su vida compartida con su yayo, para junto a su
espíritu poder seguir unidos. No dudaba que en fecha no muy lejana sería capaz
de recitar esas misivas de memoria.
Por fin su respiración era rítmica sin
altibajos, su corazón le seguía y sus ojos podían percibir la realidad sin
distorsiones. Se encontraba completamente relajada. Se levantó con una
elegancia fashion del sillón, retiró el retrato, depositándolo con sumo cuidado
en el suelo, para regresar al espacio libre dejado por la pintura y moviendo
las tres ruedas con numeración acertar la combinación correcta para abrir. Tomó
la azul y sin cerrar regresó a la mesa del despacho para depositarla, al tiempo
que tomaba posiciones. Iba a destapar, cuando sintió que su corazón se
aceleraba. Se detuvo de nuevo sus ejercicios de relajación. No tomaría ningún
documento sin tener un pleno control de ella misma. Se reclinó en la silla y
observó como un Congo (clase de monos del sur de Costa Rica que suelen amenizar
las madrugadas con sus llamadas a sus compadres) saltaba de una rama a otra por
el espacio libre de la bóveda. Sonrió de nuevo. Tenía el control total de su
alma. Destapó la caja y apartando la misiva que leyó el otro día, prendió una
hoja de color rosa. No era muy extensa pero las primeras palabras escritas eran
para advertir que ese relato nunca lo había contado a nadie y aunque Ester lo
vivió en primera persona dudaba mucho que lo recordara pues era muy pequeña. Sonrió.
¿Qué
sorpresa le iba a desvelar aquellas líneas escritas de puño y letra del abuelo?
Se detuvo unos
instantes para hacer memoria. Que pocas cosas escribía su yayo a mano siempre
andaba con el ordenador y salvo las firmas que tenía que plasmar en algún
cheque o restaurante tras pagar con tarjeta no recordaba haber leído, si
exceptuamos la misiva que le dejó en el barco, un escrito de puño y letra de
él. Regresó con su mente para proseguir leyendo. Previo al título de esa hoja
manchada, había leído la introducción cuando se encontró con el escrito, donde
destacaba el titulo de la misiva. Había escogido la primera que encontró, sin
revolver. Tendría tiempo de desvelar todo el contenido de la caja azul. En el
escrito destacaba por el diferente tamaño de la letra el titulo de aquel
contenido.
Yayo
platita…
No hará ni dos meses que sucedió y todavía
me conmueve, e incluso me provoca alguna lagrimilla. Espero que durante la
transcripción de la historia no suceda y pueda finalizar sin interrupciones
esta pequeña historia. Pero si la hubiera, espero que sepas disculparme. Uno
entra ya en unas edades, que como a los niños también tenemos la lágrima fácil.
No en balde se dice, que con los años se vuelve a la niñez.
Todo sucedió en unos escasos segundos.
Salimos del palacete en Donostia una mañana de esas que pelan de frío. El
recorrido que nos esperaba no superaba los doscientos metros. Del calor
acogedor de casa íbamos a refugiarnos al centro comercial, donde los comercios
también saben cuidar a sus posibles clientes con un acogedor y cálido ambiente.
Unos estirones en mi vaquero requieren con insistencia mi atención. Efectivamente eras tú. Bichito
- Yayo me das platita para ese pobrecito.
Observo y a
unos cinco metros, cercano a la puerta de entrada del centro comercial, se
encuentra sentado, entre ropas sucias y desgastadas, un ser humano de raza
negra con un cuenco de plástico donde hay depositados unos céntimos. Rebusco en
mi cartera y saco platita para mi princesa. Sin pensarlo corres hacia el
mendigo y se la entregas. Recibes el consiguiente agradecimiento, un clásico y
poco utilizado hoy día.
Dios te lo pague.
Iniciabas los primeros pasos hacía mi,
cuando no habías andado ni dos, te giras y acercándote al pobre te enredaste en
sus brazos, mientras le dabas un gran abrazo y dos besos tuyos descansaban en
sus mejillas. Me quedo pasmado, sin reaccionar y ante mis asombrados ojos,
contemplo la imagen de mi princesita abrazada a ese ser humano, que por sus
ojos derrama unas lágrimas y un nudo difícil de deshacer se me forma en la
garganta. Pero al mismo tiempo como un estúpido abuelo de esta sociedad
deshumanizada pienso. Se va a llenar de piojos, le va a contagiar algo.
Contemplas las lagrimas del pobre y le pregunta con la inocencia de los niños
-¿Por qué lloras? ¿Te duele algo?
Tarda unos segundos en contestar.
Seguramente para tragarse ese nudo que yo aún mantenía. Y tras esa pausa en
tono emocionado te responde con otra pregunta. Posiblemente para tratar de
recuperarse.
¿Y
tú, porque me has abrazado y besado?
Con la espontaneidad y la rapidez de los
niños le contestas sin bacilar.
Porque eres Jesús.
Nos miramos los dos adultos. Las palabras
sobran. El mendigo volvió a abrazarte y al separarse te devuelve la platita que
le habías dado, mientras te dice.
Hoy me has dado lo que más necesitaba, quédate
este dinerito y te compras alguna cosa para ti. Así cuando la veas te acordaras
de mi.
Recuerdo
que te giraste para mostrarme la platita que te devolvió, sin una sola palabra
pero con una expresión que me tocó el corazón. Luego entramos en el centro
comercial y te compraste un muñeco, pero le decías al comerciante que lo
querías de color negro, como tu amigo de la entrada. No sé si lo conservarás
aun. Si es así ya conoces la historia del negrito. Pero no trates de confirmar
la historia con mamá pues nunca la relaté. La guardé escrita para cuando me
fuera contártela
Bueno mi
amor, debo irme, el Señor no me permite más tiempo, cuando puedas y tengas
ganas vuelve a leer algo para que pueda de nuevo sentarme junto a ti y
compartir unos minutos juntos. Seguro que Dios me concederá esos momentos para
sentarme junto a ti mientras lees una nueva misiva.
Te quiere. Tu yayo.
Guardó el
pliego de papel al fondo de la caja, la cerró y la deposito en la de seguridad.
Movió las ruedas de la contraseña y volvió a colocar el cuadro en su lugar. No
tardó en bajar con sus padres, habían regresado para comer con su niña, le
preguntó a su madre por un muñeco negro. De nuevo le lanzó otra pregunta, si
sabía dónde estaba, al confirmarle que lo guardaba sobre su cama en la otra
cabaña desde hacía mucho tiempo salió como un rayo para traerse el muñeco.
Apareció de
nuevo abrazada al negro. Mientras le preguntaba quién se lo había comprado.
Observaron que comenzaba a llover, sin la menor aclaración subió a toda
velocidad que le daban sus piernas para llegar a la segunda planta y apretar el
mecanismo que cerraba la bóveda, pues ya estaba mojando la mesa y el despacho.
Al volver con su madre le explicó el motivo de su estampida, tenía la bóveda
abierta y no era cuestión que se inundara el despacho. Su madre no le pudo asegurar
quien lo había comprado, pero que se imaginaba que había sido su abuelo pues un
día apareciste con el dichoso muñeco y habías salido con él. Con sus ojitos
chispeantes invitó a su madre a sentarse en la hamaca del pórtico. Terminó lo
que tenía entre manos y se aproximo a su pequeña. Si habían ido a Costa Rica
una semana era para que la pequeña se recuperase por la pérdida de aquel
personaje que había llenado sus vidas y las de mucha más gente. Estaría a su
lado siempre que se lo pidiera, sin atosigarle ni agobiarle. Al salir al
pórtico sus ojos seguían dejando escapar las lágrimas, se había sentado cara al
mar con los pies balanceando en el aire y su espalda acoplada al artilugio
flotante a modo de respaldo. Se sentó junto a su hija, arropando con su mano la
cintura, impulsaba la hamaca para balancearse levemente. Sus ojos se
enturbiaban al compás de los de su pequeña pero debía ser fuerte para
mantenerse con fuerzas. Tampoco lo había superado, ni siquiera llegó a pensar
que lo conseguiría en el resto de su vida. Julián había supuesto demasiado como
para poder asimilar su desaparición. Era consciente que por fin había logrado
su sueño. El Señor le había hecho padecer demasiado sin su Anki, a la hermana
de su esposo, siempre la tenía presente. Solo cuando era consciente que era lo
buscado por ese hombre durante cerca de setenta años se calmaba y se sentía
feliz. Pero si dejaba a su egoísmo
dominar la situación a su corazón le costaba sobreponerse y las lágrimas saltaban
sin posibilidad de detenerlas. Como adoraba a Julián. Pero en fin ahora su
pequeña precisaba de su compañía. Tal vez no eran necesarias las palabras como
comentaba muchas veces aquel sabio maestro. Muchas veces con el silencio dabas
el apoyo necesario, especialmente a un adolescente. Su pequeña era aun una niña
pero no tardaría en entrar en ese barrido de edad. Una etapa dura pero
especialmente tan incomprendida por el mundo adulto. Posiblemente como era una
etapa tan difícil los mecanismos de defensa trataban de ocultarlo en lo más
profundo siendo la causa por la cual los adultos olvidaban esa etapa y no
llegaban a comprender a los jóvenes. En ese silencio junto a su pequeña volvió
a recordar a Julián. Como conocía ese abanico de edad, como se hacía con todos
los adolescentes. Especialmente le impactaba y le seguiría impactando su
capacidad de conexión, sin amenazas, sin premios, simplemente con el ejemplo.
No había conocido nadie en toda su vida con esa capacidad de convicción con los
adolescentes. Ester pasó su mano por la espalda de su madre y ésta regresó a la
situación. Con la otra se abrazaba al negro. Andrea sonrió nunca había visto a
su hija tan encariñada con un muñeco, pero especialmente con ese. Es más en los
últimos tres años nunca la había visto jugar con uno. Pero ese día sin previo
aviso preguntó por él y fue como una loca a localizarlo para traerlo y no
separarse de él desde entonces. Lo había rescatado de aquella cama y ahora
parecía que eran inseparables. Estuvo tentada a preguntar, era demasiado
curiosa para no tratar de desvelar lo que le inquietaba, pero se acordó de los
consejos de Julián. Da tiempo al tiempo, si alguien te quiere contar algo, lo
hará con toda seguridad, pero si lo fuerzas tardaras más en averiguarlo.
¡Impulsa de nuevo con los pies para
balancearnos!
Fueron sus
primeras palabras. Sabía que pronto se lanzaría a contar todo, pues eso también
lo había aprendido de Julián. Colocó sus dos pies en el suelo y flexionando
primero y extendiendo con aceleración las rodillas, dio un impulso al artilugio
flotante. Sus cuerpos se desplazaban adelante y atrás al ritmo imprimido.
Durante un largo periodo de tiempo volvió a repetir la operación manteniendo un
ritmo suave, agradable pero especialmente relajante. Poco a poco los ojos de
Ester se fueron secando, su madre le tendió un pañuelo para enjugarse las
ultimas lágrimas que perezosas abandonaban los lagrimales, recorriendo ese
rostro angelical. Devolvió la prenda a su madre y recostó su rostro sobre sus
pechos. Con la mano libre acariciaba con dulzura sus cabellos. A los pocos
minutos se lanzó y comenzó a relatarle la historia que hacía unas horas había
leído. No había finalizado su relato cuando una felicidad indescriptible se
adueño de las dos y abrazándose comenzaron a llorar para liberar tanta dicha.
De nuevo fueron serenándose y cuando recobraron la normalidad le hizo prometer
que le enseñaría la misiva. Quería compartir su lectura con papá para ser un
poco más conscientes de la hija tan maravillosa que tenían.
Ahora
comprendía ese amor repentino por ese muñeco, que a decir verdad atractivo no
era en absoluto. Por si fuera poco su apariencia, los materiales eran nefastos
y aunque no se había usado prácticamente parecía que habían jugado al futbol
con él. Andrea en un principio no se explicaba como su “padre” consintió que se
comprara un muñeco así. Pero luego recapitulo, su niña solo contaba con tres
años escasos y no iba a negarle algo que había elegido. Aunque dañara a la
vista.
¡Ester! ¿Salimos a navegar?
En esos
momentos era lo que más deseaba. De no habérselo pedido pensaba llamar a Pedro
para salir sola. Se levantaron de un salto y se prepararon para ir al pequeño
puerto deportivo y sacar la embarcación. Greet se quedó en el laboratorio
investigando mientras las mujeres de la casa, en compañía del negro abandonaban
la cabaña para navegar el par de horas que le quedaba a la jornada con
luz.
Vieron a
Pedro merodear por los hangares, el abuelo lo había contratado para mantener
las embarcaciones y para estar pendiente de su princesa cuando saliese a
navegar. Era un viejo lobo de mar, viudo y sin hijos y no se relacionaba con
nadie salvo con la familia de Andrea. Saludó a las señoras y comprendió que no
hacía falta que saliera de apoyo. Ester colocó al negro en la proa de la
embarcación. Desde ese día sería su mascota para cualquier competición o
entrenamiento.
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