CAPÍTULO
VIGÉSIMO NOVENO EL INCIDENTE, TENÍA QUE LLEGAR
Andrea dormía, desayunó solo y procurando no hacer ruido salió de casa
para pasar por la fábrica y consultar ciertos asuntos que el padre de la
criatura le había solicitado. El gerente se alegró de verlo, hacía tiempo que
el nuevo socio de su jefe no se dejaba caer por ahí. Julián no se quiso
involucrar en el negocio, recibía sus dividendos al final de la gestión anual y
si había necesidad de aportar capital solía responder. Todo el activo que
recibía de la empresa su cuñado se encargaba de gestionar en valores y empresas
con cierta seguridad y todos los beneficios iban a parar a una cuenta especial
que recibía todos los beneficios de la empresa hispano costarricense. Su idea
era que cualquier beneficio que saliera de la empresa recayera en la empresa. Visitaron
las embarcaciones que se encontraban en esos momentos en el puerto de Bilbao,
para ello se desplazaron hasta la capital vizcaína y allí se reunieron con los
dos capitanes de las embarcaciones. Las instrucciones que le había dado el
padre de Andrea las cumplió a rajatabla controlando personalmente. Subieron en
las dos naves y las recorrieron de cabo a rabo y como se aproximaba la hora del
almuerzo, aquellos dos marinos les invitaron a “Acacias”, una sociedad
gastronómica muy conocida de la capital y próxima al puerto. No se explicaba
como aquellos hombres eran capaces de comer como lo hicieron. La calidad estaba
fuera de toda duda y durante la sobremesa pudo cumplir con su cometido en
Bilbao.
A media tarde partían de la capital Vizcaína. Llevó hasta la misma
puerta de su casa al gerente y tras despedirse y desearse lo mejor puso el
coche en dirección a casa. Durante la jornada su cuñado le había telefoneado
para algunos asuntos comentados la semana pasada, cuando estuvo en Madrid y
donde le advirtió que tal vez tuviera que regresar esa semana. Pero ahora le
confirmaba que no era necesario y que todo se resolvió sin el menor problema.
Eso le permitía volver a Costa Rica antes de lo previsto. Al llegar al palacete
y comprobar que Andrea no había regresado optó por ir a darse una buena ducha y
con prendas más cómoda meterse en su despacho para fijar la fecha de regreso.
Lo había comprado en Costa Rica de ida y vuelta pero la fecha de regreso era
flexible, con un plazo máximo de un mes. Ese martes salía un vuelo, pero era
demasiado precipitado, el siguiente lo tenía el jueves o el domingo y optó por
el jueves. Gestionó muy temprano para ese día un vuelo a Madrid y si todo se
desenvolvía normalmente el mismo jueves a las diecisiete horas de Costa Rica
estaría por la cabaña de Puerto Viejo.
En su mesa volvió a retomar los documentos heredados y un pliego dina
dos, cosa extraña, por su tamaño y poca manejabilidad, comenzó a desplegarlo y
de inmediato recordó las circunstancia que le llevó a los dos a escribir sobre
aquel enorme papel. Habían ido a pasar un fin de semana a uno de los molinos en
los países bajos, que pertenecía a un familiar, un artista de la pintura que
instaló su estudio en uno de esos monumentos que heredó de un abuelo. Aquel
pintoresco personaje le gustaba utilizar ese tamaño para bocetos o apuntes y
cuando la pareja le pidió algo para escribir le dio uno de esos mastodontes de
papel. Como rieron desplegando aquel papel. Lo pusieron en el suelo proponiendo
un juego. Consistía en poner una frase teniendo el otro que rematarla, para
volver a escribir otra y así hasta que se cansaran. Sobre el suelo de la
habitación que les ofreció aquel familiar la extendieron y con una pluma
comenzaron el juego. Ahora la tenía extendida en su mesa de despacho y comenzó
a disfrutar con las frases escritas.
He aprendido
que el silencio enseña mucho más que las palabras.
He aprendido
que la persona culta, es la que más escucha.
He aprendido
que el sabio no se forma en el colegio, ni con los libros, sino reflexionando
sobre lo vivido.
He aprendido
que se aprende mucho más de las vivencias, que de los libros.
He aprendido
que aprender sin reflexionar, es malgastar la energía.
He aprendido
que la enseñanza que deja huella, no se hace de cabeza a cabeza. Sino de
corazón a corazón.
He aprendido
que para educar, hay que predicar con el ejemplo.
He aprendido
que enseñar sin motivar, es como sembrar un campo sin ararlo.
He aprendido
que hay tantas cosas para gozar y nuestro tiempo en la vida es tan corto, que
sufrir es una pérdida de tiempo.
Cuando leyó
ese párrafo comenzó a llorar, su mente le llevó de nuevo a la playa levantina cuando
desesperada le confesó que le amaba y pronunció una frase similar. Cuánta razón
tenía, que verdad tan inmensa. Pero sobre todo que filosofía de la vida más
bella para encontrar la felicidad que uno porta en su interior. Se controló de
inmediato y prosiguió con la lectura de aquel pergamino.
He aprendido
que el bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso.
He aprendido,
que una bomba hace más ruido que una caricia. Pero por cada bomba que destruye
hay millones de caricias que alimentan la vida.
He aprendido
que la vida no te quita cosas. Te libera de cosas… te alivia para que vueles
más alto. Para que alcances la plenitud.
He aprendido
que nunca perdí nada, porque todo me
fue dado.
He aprendido
que no hice ni un solo pelo de mi cabeza. Por lo tanto no puedo ser dueño de
nada.
He aprendido
que la felicidad está más cerca de las cosas sencillas, que de la riqueza.
He aprendido
que la felicidad está más cerca, de las cosas cotidianas, que de la fama.
He aprendido
que la felicidad está más cerca, de las cosas que no valoramos, que de los
lujos.
He aprendido
que para ser feliz. Hay que aprender a ser feliz.
He aprendido,
que la felicidad está, en la capacidad de asumirse a sí mismo, de aceptarlo y
sentirse satisfecho.
He aprendido
que para ser felices. Hay que vivir el presente, olvidando el futuro y sin
lamentar el pasado.
He aprendido
que sé es más feliz, ayudando que siendo ayudado.
He aprendido
que sé es más feliz. Dando que recibiendo.
He aprendido
que sé es más feliz. Compartiendo que poseyendo.
He aprendido
que para encontrar la felicidad, hay que tener momentos de soledad.
He aprendido
que para encontrar la felicidad, hay que compartir momentos con la Naturaleza.
He aprendido
que para encontrar la felicidad, hay que sentir la sonrisa de un niño.
He aprendido
que para encontrar la felicidad, hay que asimilar las experiencias de los
ancianos.
He aprendido
que la felicidad la llevamos cada uno dentro.
He aprendido
que para ser feliz, basta con descubrirla en nuestro interior y hacerla
florecer en el exterior.
He aprendido
que la felicidad no es material.
He aprendido
que la felicidad tampoco es espiritual.
He aprendido
que la felicidad, son sentimientos, son sensaciones.
He aprendido
que el amor duradero. Consiste en compartir.
He aprendido.
Que he aprendido a aprender.
*Nota del autor: Aunque no todas muchas de
las frases escritas el autor las ha escuchado al cantautor y escritor argentino
Facundo Cabral
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