SU PADRE
El
amor que se profesaban sus padres le había marcado desde niño. Jamás los había
visto irse a la cama enfadados. Cuando surgía alguna diferencia procuraban
resolverla antes de irse a dormir. Adoraba a su madre y comprendía a su padre a
pesar de pasar más tiempo fuera de casa que en ella, como consecuencia del
trabajo que ejercía. No tenía estudios por los problemas que hubo en España en
su niñez y era de esas personas que se había hecho a sí misma. Pocos años antes
de nacer Julián había hecho una gran fortuna con el gran bum turístico de la
costa. Era constructor y desde el nacimiento de su hijo
compaginaba el trabajo con la adquisición de cultura.
Antes, siendo novios, su mujer le iba ayudando en ese terreno pues ella
si provenía de una familia con recursos. Se había doctorado en dos carreras
universitarias, económicas y derecho. Aunque nunca las ejerció. Sí llegó a
ayudar a su padre un importante abogado de la capital. Su familia se oponía a
ese enlace matrimonial, pues aquel muchacho aunque trabajador era un palurdo.
Pero pronto sorprendió a todos llegando a un estatus social por encima de la
familia de su esposa. De una gran religiosidad pero al mismo tiempo un ejemplo
como cristiano.
En más de una ocasión proporcionaba el préstamo para la adquisición de
viviendas a empleados o familiares de estos con solo el abono del valor del
piso, sin ponerles el mínimo interés. Especialmente cuando tenían problemas con
el pago se los prorrogaba. Colaboraba
en el más absoluto anonimato con la parroquia a la que pertenecía y con
distintas organizaciones de caridad. Pertenecía a la Adoración Nocturna
Española y desde hacía tres años invitaba a su hijo a que le acompañase.
Aceptando encantado por el hecho de complacer a su padre. El colegio religioso
donde estudiaba desde bien pequeño le alejaba de esa vida trascendental y
especialmente ahora en la adolescencia. De la misma
forma rechazaba el concepto que los religiosos le daban del mensaje de
Jesús. Pero su padre era el mismo
retrato de lo que predicaban aquellos religiosos. Notaba como la educación
sectaria, del miedo, de infiernos, que recibía del colegio no tenía nada que
ver con la que practicaba su padre. De amor, de comprensión, de perdón, de ayuda,
de alegría, de sencillez y de humildad.
Iba una vez al mes a la Adoración Nocturna, desde las veintitrés horas
hasta las ocho de la mañana del día siguiente. En aquellas veladas era cuando
más tiempo disponía para conversar con su padre. Conocía muy bien a su hijo y
era consciente de lo reivindicativo y critico que era en general. Siempre que se
sentaba junto a él, para conversar procuraba seguirlo y discrepar con los
interrogantes necesarios para que no se convirtieran en palabras huecas. Cuando
le escuchaba criticar a sus profesores religiosos, siempre le recordaba que
eran hombres y por tanto dispuestos a equivocarse como cualquier otro. Debía
fijarse en esos que no hacían ruido, que no se subían al pulpito de una
grandiosa iglesia, bien acondicionada a decir a sus feligreses cuan malos eran.
En
silencio atendían a los enfermos, en silencio acogían a los desechados.
Le hablaba de la Madre Teresa, de
tantos y tantos religiosos o no, que entregaban su vida por los demás.
Mostrando su cristiandad con sus acciones cargadas de amor al prójimo a imagen
de Jesús, con un amor sin límites. En esas personas era en las que se tenía que
fijar. Su padre tenía razón, debía ser más humilde y olvidarse de esos fariseos
que predicaban una cosa que eran incapaces de cumplir.
Llegó el sábado, los jóvenes regresaron a casa para darse una buena
ducha y acudir al restaurante de los padres de Juan donde quedaron para comer e
ir por la tarde a visionar una película. Al verle entrar su madre se percató
que algo ilusionaba a su hijo. Tras el interrogante de todos los días, de
cómo le había ido esa mañana, le preguntó.
¿Te sucede algo, Julián? Sonrió. Como le conocía su madre. De inmediato
le confesó que iba a comer al restaurante de Juan con los amigos y unas chicas
que conocieron el primer día de colegio. Abrazó a su hijo y sin decirle nada le
transmitió toda la emoción, alegría y amor que le profesaba. Se dio una buena ducha. En esta ocasión la
puso bien fría pues esa noche del viernes había ido a la Adoración Nocturna con
su padre y llevaba más de treinta horas sin dormir.
Desde las primeras gotas le espabilaron,
luego entró en su habitación, se vistió y aunque no se llevaba muy bien con su
hermana fue a su cuarto para recibir el visto bueno. Criticó alguna cosa y
antes de partir fue a despedirse de su madre al tiempo que le pedía su parecer.
Al no objetar nada sobre su aspecto consideró que iba lo suficientemente bien
para no desentonar, ni destacar.
En
un rincón acogedor, los padres de Juan prepararon con esmero, cariño y gusto la
mesa para los ocho jovencitos. Cuando las vieron entrar se quedaron
boquiabiertos. Menudo cambio del uniforme a esos modelos. Estaban encantadoras.
Sara no solo destacó por su belleza, la minifalda que llevaba mostraba todo el
encanto de unos perfectos muslos. Nadie podría asegurar que no fuera mayor de
edad. La sonrisa que esbozó a su amigo le dejó fuera de juego hasta que sus
mejillas descansaban en las suyas y unos rojos labios se posaban próximos a las
comisuras de sus labios. Los padres de Juan se aproximaron a la mesa para
saludar a sus clientes y luego se retiraron dejando a un empleado encargarse de
atender al grupo.
Aunque aquella joven le alegró la vista, impresionándole por su belleza,
pero especialmente por su sencillez y encanto. Pero consciente que no era el
amor designado desde el inicio de la creación. Estuvo cortés, atento y
divertido con ella pasando una velada en compañía de sus amigas encantadora,
amén de realizar un almuerzo de una preparación exquisita y de una calidad
fuera de lo común. La sobremesa se prolongó más de lo habitual. Pues al
escuchar que los chicos irían a ver una película en una sala cercana al
restaurante el propio padre de Juan se acercó mientras realizaban la sobremesa
para adquirir las entradas y colocarlas a su regreso sobre la mesa. Juan se
abrazó a su padre por el detalle y todos agradecieron su atención y desvelo.
Como hasta las siete no comenzaba la proyección optaron por permanecer en aquel
acogedor rincón conversando. Del último disco de los Beatles, de los Bravos o
de los Brincos. Ellas sacaron el tema de la moda, los pantalones de campana,
las minifaldas, que por cierto resaltaba toda la figura de Sara.
Julián permanecía un poco ausente, su compañera tomaba sus manos, le
acariciaba el rostro, o se abrazaba a él en un gesto espontáneo. Se daba cuenta
que, aunque Sara lo hacía con
naturalidad, al resto no le hacía mucha gracia la familiaridad de aquella
francesa. Faltando media hora para ir a visionar la película, tras el pertinente permiso, Julián se levantó
de la mesa. Ella que había captado lo lejos que estaba del grupo, se levantó tras
él alcanzándolo poco antes de la puerta del servicio. Posó una mano en su
hombro, mientras la otra la entrelazaba a su mano opuesta al hombro provocando
que se girara llamando de esta forma su atención. Algo sorprendido preguntó.
¿Sucede algo Sara?
Con
esa sonrisa dulce y picarona que mostraba le respondió con otro interrogante.
Eso
mismo te iba a preguntar. Estás un poco fuera de lugar. ¿Te he molestado?
Atónito
ante la pregunta le aseguró que en ningún momento le había molestado, todo lo
contrario, su presencia le agradaba por
su espontaneidad, su sencillez y su saber estar. Había sido educada de
diferente manera que el resto de los compañeros que se encontraba allí. Y
aunque sus amigos no llegaran a entenderle él le comprendía perfectamente. No
solo le entendía compartía totalmente esa forma de actuar.
Sara volvamos tras el servicio con el resto y
te explicaré un poco mejor lo sucedido. ¿De acuerdo?
De
nuevo esa sonrisa que le agradaba de forma especial y asintió su petición.
La
mirada de los componentes de la mesa se clavó en la pareja, mientras que Sara
ni lo llegó a captar, él si fue consciente, que el grupo parecía que les
recriminasen algo. No podía entender esa falsa moral de la época que le tocó
vivir.
Lo
cierto es que la dictadura marcaba mucho a todos los jóvenes de esa gran
Nación. Su madre era siempre correcta pero tenía unos ideales que se asemejaban
muchos a los de él. En bastantes cosas discrepaban madre e hijo pero siempre
respetaba su manera de actuar o pensar.
Ella
siempre le apoyaba alentándole a mantener su verdad aunque estuviese
equivocado. Era la única forma de aprender, adaptándose a la sociedad donde le
tocaría desenvolverse como adulto. Pero sobre todo admiraba ese espíritu
crítico, basado siempre en unos principios demasiado maduros para un joven de
su edad. Nunca aceptaba algo porque se lo dijeran, siempre lo contrastaba y
analizaba para tomar su decisión. Como muy bien le aleccionaba su madre luego
podría estar equivocado y cuando recapitulase y se diera cuenta habría
aprendido mucho más que si se lo daba mascado.
Por
el contrario su progenitor le inculcó los valores cristianos bajo la
perspectiva del compromiso. Una frase que solía utilizar mucho su padre la
tenía siempre presente.
“Siempre que puedas, date a los demás sin
esperar nada a cambio, porque si esperas algo, el dar no te resultará
gratificante”
Era
un muchacho solidario, comprensivo, le gustaba la discrepancia y basar sus
teorías en hechos. Otra de las cosas que le inculcó su progenitor se basaba en
otra famosa cita.
“El
término Tolerancia no me gusta. Te coloca en un escalón por encima del otro. Me
gusta mucho más la palabra comprensión. Tú podrás o no compartir cuestiones,
situaciones, valores, principios, etc. Pero siempre se comprensivo”.
Llevaba trece años en un colegio religioso y al menos aquella orden lo
único que conseguía era alejarle de Jesús. Gracias a su padre mantenía su fe
ciega en el mensaje del Creador. El que una chica te diera un beso no tenía que
ver nada en absoluto con esa moral desorbitada de aquellos religiosos, o sí una
joven por ir con una falda más o menos corta no tenía por qué ser una mujer
ligera, pecaminosa. Siempre que hablaba de estos temas con su padre aseguraba
que el verdadero mal estaba en la mente de esas personas que les educaron en el
miedo. Pero lo cierto es que incluso sus amigos en ese terreno estaban
demasiado adoctrinados. La conducta de Sara esa tarde la consideraban poco
menos que de una mujer de la calle. Si solo había belleza en aquella amiga,
solo había dulzura, espontaneidad. Puf....... como le costaba entender ciertas
cosas. Los respetaba pero le resultaba increíble que unos muchachos con la
preparación que tenían llegaran a ser tan cerrados.
Las
primeras palabras partieron de él. Deseaba aclarar la breve conversación
delante de los servicios en el restaurante. Y no se quedó ahí, de inmediato
llevó el dorso de su mano a sus labios descansando en aquella suave mano.
Acabas como aquel que dice de aterrizar en este país y la mentalidad,
como consecuencia de la dictadura, nos ha impuesto su peculiar forma de
entender la vida.
Pronunciaba estas últimas palabras cuando al girar su cara para mirarle
fue sorprendido por unos labios tiernos, inocentes, coquetos que con un cierto
temor se aproximaban a los suyos. Fue un
contacto, leve, tenue, dulce, encantador y embriagador. Al retirarlos él trató
de continuar con su explicación pero de nuevo aquel regalo, aquella boca
portando una química placentera volvió a intercambiar una vez más con excesiva
brevedad sus químicas.
Sara
se levantó sin soltar la mano de su pareja y juntos regresaron a sus
respectivos asientos. Ella se metió de inmediato en la proyección mientras que
él, sin despegar su mano de la de ella trataba de ordenar sus ideas, sus
pensamientos, pero sobre todas las cosas sus sentimientos. Aquel intercambio
químico le resultó altamente gratificante, pero aunque sus hormonas se habían
alterado se dio cuenta que aquella mujer no era la designada al principio de la
creación. Sin lugar a dudas Sara lo tomó como algo normal, cotidiano en su
forma de obrar, de pensar, sin la menor importancia. Esa situación le hizo
recapitular y al comprobar cómo en él también le hacía mella esa maldita
educación. Por el contrario pudo constatar que la recibida en casa le permitía
comprender mucho mejor la actitud y comportamiento de su amiga. Esbozando una
leve sonrisa.
Cuánta
razón tenía su padre al asegurar que la comprensión permitía, aun sin compartir
ciertas cosas, unir más a las personas.
En
la soledad de su habitación reflexionaba como tenía costumbre la jornada
vivida. Habían quedado en verse en la iglesia de su colegio el grupo completo
para asistir a la Santa Misa de los días de precepto. Ellas iban los días de
fiesta, como era la costumbre en el país, mientras que ellos tenían misa
diaria. En el colegio era obligatorio asistir una hora antes de la jornada
colegial para celebrar la Eucaristía. Del mismo modo por las tardes asistían
con media hora de antelación para rezar el Santo Rosario. Rematando la semana
con las confesiones por parte de todo el alumnado con el tutor de su grupo.
Luego a excepción de casos extraordinarios los domingos debían acudir a la
iglesia colegial para escuchar la misa correspondiente con todas las familias.
Julián era muy crítico con esas costumbres, especialmente por su
obligatoriedad. Era creyente pero no le agradaba el ambiente que se daba en
esas sesiones de misa, rosario o confesiones semanales. En la mayoría de los
casos eran puros papagayos repitiendo una frase tras otra y vuelta a empezar.
Entendía la comunicación con el Señor como algo más intimo, más personal, más
sincero y siempre se encontraba con la frase de su padre.
“Tampoco te puede hacer daño. ¿Verdad?”
Últimamente
lo estaba cuestionando muy seriamente. Asegurando a su progenitor que tal vez
sería mejor que lo cambiara de centro educativo. No tragaba con tanta falsedad.
A
Sara le chocó el tono del sermón del cura del colegio de sus amigos. Fue salir
de misa y comentarlo.
¿Bueno
si nosotros que vamos a la iglesia somos los malos, los abocados al fuego de
los infiernos, que les pasará a los que no asisten?
Sonrieron
pero Julián pensó que eran palabras para meditarlas muy seriamente. Jesús nunca
pregonó de esa forma. Su base era el amor y era necesario llegar a la gente por
medio de ese sentimiento y olvidar el de la represión y el castigo.
Ya
había en el país desgraciadamente demasiada gente que se preocupaba por imponer
su voluntad por medio del miedo y la falta de libertades.
Se
perdieron de nuevo en la bolera para jugar una partida. Sentados esperando su
turno Sara y Julián conversaban sobre la marcha del colegio. Ella se quejaba de
la dificultad que encontraba con las raíces cuadradas. Él explicó que era
problema de comprensión, ofreciendo su facilidad con las matemáticas para
ayudarle. Aprovechó la ocasión y quedó
por la tarde en su casa para que se lo explicara. Aceptó encantado, tras
acordar hora y lugar se volvieron a meterse en la partida que les ocupaba.
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