lunes, 19 de agosto de 2013

UN AMOR ETERNO NACIDO CON LA CREACIÓN -PRIMERA PARTE-ANKI- CAPÍTULO II

      CAPÍTULO II 

                         SU PADRE


   El amor que se profesaban sus padres le había marcado desde niño. Jamás los había visto irse a la cama enfadados. Cuando surgía alguna diferencia procuraban resolverla antes de irse a dormir. Adoraba a su madre y comprendía a su padre a pesar de pasar más tiempo fuera de casa que en ella, como consecuencia del trabajo que ejercía. No tenía estudios por los problemas que hubo en España en su niñez y era de esas personas que se había hecho a sí misma. Pocos años antes de nacer Julián había hecho una gran fortuna con el gran bum turístico de la costa. Era constructor y desde el nacimiento de su hijo compaginaba el trabajo con la adquisición de cultura.
   Antes, siendo novios, su mujer le iba ayudando en ese terreno pues ella si provenía de una familia con recursos. Se había doctorado en dos carreras universitarias, económicas y derecho. Aunque nunca las ejerció. Sí llegó a ayudar a su padre un importante abogado de la capital. Su familia se oponía a ese enlace matrimonial, pues aquel muchacho aunque trabajador era un palurdo. Pero pronto sorprendió a todos llegando a un estatus social por encima de la familia de su esposa. De una gran religiosidad pero al mismo tiempo un ejemplo como cristiano. En más de una ocasión proporcionaba el préstamo para la adquisición de viviendas a empleados o familiares de estos con solo el abono del valor del piso, sin ponerles el mínimo interés. Especialmente cuando tenían problemas con el pago se los prorrogaba. Colaboraba en el más absoluto anonimato con la parroquia a la que pertenecía y con distintas organizaciones de caridad. Pertenecía a la Adoración Nocturna Española y desde hacía tres años invitaba a su hijo a que le acompañase. Aceptando encantado por el hecho de complacer a su padre. El colegio religioso donde estudiaba desde bien pequeño le alejaba de esa vida trascendental y especialmente ahora en la adolescencia. De la misma forma rechazaba el concepto que los religiosos le daban del mensaje de Jesús.  Pero su padre era el mismo retrato de lo que predicaban aquellos religiosos. Notaba como la educación sectaria, del miedo, de infiernos, que recibía del colegio no tenía nada que ver con la que practicaba su padre. De amor, de comprensión, de perdón, de ayuda, de alegría, de sencillez y de humildad.

   Iba una vez al mes a la Adoración Nocturna, desde las veintitrés horas hasta las ocho de la mañana del día siguiente. En aquellas veladas era cuando más tiempo disponía para conversar con su padre. Conocía muy bien a su hijo y era consciente de lo reivindicativo y critico que era en general. Siempre que se sentaba junto a él, para conversar procuraba seguirlo y discrepar con los interrogantes necesarios para que no se convirtieran en palabras huecas. Cuando le escuchaba criticar a sus profesores religiosos, siempre le recordaba que eran hombres y por tanto dispuestos a equivocarse como cualquier otro. Debía fijarse en esos que no hacían ruido, que no se subían al pulpito de una grandiosa iglesia, bien acondicionada a decir a sus feligreses cuan malos eran.    
   En silencio atendían a los enfermos, en silencio acogían a los desechados.
Le hablaba de la Madre Teresa, de tantos y tantos religiosos o no, que entregaban su vida por los demás. Mostrando su cristiandad con sus acciones cargadas de amor al prójimo a imagen de Jesús, con un amor sin límites. En esas personas era en las que se tenía que fijar. Su padre tenía razón, debía ser más humilde y olvidarse de esos fariseos que predicaban una cosa que eran incapaces de cumplir.
    Llegó el sábado, los jóvenes regresaron a casa para darse una buena ducha y acudir al restaurante de los padres de Juan donde quedaron para comer e ir por la tarde a visionar una película. Al verle entrar su madre se percató que algo ilusionaba a su hijo. Tras el interrogante de todos los días, de cómo le había ido esa mañana, le preguntó.  ¿Te sucede algo, Julián? Sonrió. Como le conocía su madre. De inmediato le confesó que iba a comer al restaurante de Juan con los amigos y unas chicas que conocieron el primer día de colegio. Abrazó a su hijo y sin decirle nada le transmitió toda la emoción, alegría y amor que le profesaba.   Se dio una buena ducha. En esta ocasión la puso bien fría pues esa noche del viernes había ido a la Adoración Nocturna con su padre y llevaba más de treinta horas sin dormir.
   Desde las primeras gotas le espabilaron, luego entró en su habitación, se vistió y aunque no se llevaba muy bien con su hermana fue a su cuarto para recibir el visto bueno. Criticó alguna cosa y antes de partir fue a despedirse de su madre al tiempo que le pedía su parecer. Al no objetar nada sobre su aspecto consideró que iba lo suficientemente bien para no desentonar, ni destacar.
   En un rincón acogedor, los padres de Juan prepararon con esmero, cariño y gusto la mesa para los ocho jovencitos. Cuando las vieron entrar se quedaron boquiabiertos. Menudo cambio del uniforme a esos modelos. Estaban encantadoras. Sara no solo destacó por su belleza, la minifalda que llevaba mostraba todo el encanto de unos perfectos muslos. Nadie podría asegurar que no fuera mayor de edad. La sonrisa que esbozó a su amigo le dejó fuera de juego hasta que sus mejillas descansaban en las suyas y unos rojos labios se posaban próximos a las comisuras de sus labios. Los padres de Juan se aproximaron a la mesa para saludar a sus clientes y luego se retiraron dejando a un empleado encargarse de atender al grupo.
   Aunque aquella joven le alegró la vista, impresionándole por su belleza, pero especialmente por su sencillez y encanto. Pero consciente que no era el amor designado desde el inicio de la creación. Estuvo cortés, atento y divertido con ella pasando una velada en compañía de sus amigas encantadora, amén de realizar un almuerzo de una preparación exquisita y de una calidad fuera de lo común. La sobremesa se prolongó más de lo habitual. Pues al escuchar que los chicos irían a ver una película en una sala cercana al restaurante el propio padre de Juan se acercó mientras realizaban la sobremesa para adquirir las entradas y colocarlas a su regreso sobre la mesa. Juan se abrazó a su padre por el detalle y todos agradecieron su atención y desvelo. Como hasta las siete no comenzaba la proyección optaron por permanecer en aquel acogedor rincón conversando. Del último disco de los Beatles, de los Bravos o de los Brincos. Ellas sacaron el tema de la moda, los pantalones de campana, las minifaldas, que por cierto resaltaba toda la figura de Sara.
   Julián permanecía un poco ausente, su compañera tomaba sus manos, le acariciaba el rostro, o se abrazaba a él en un gesto espontáneo. Se daba cuenta que, aunque Sara lo hacía  con naturalidad, al resto no le hacía mucha gracia la familiaridad de aquella francesa. Faltando media hora para ir a visionar la película,  tras el pertinente permiso, Julián se levantó de la mesa. Ella que había captado lo lejos que estaba del grupo, se levantó tras él alcanzándolo poco antes de la puerta del servicio. Posó una mano en su hombro, mientras la otra la entrelazaba a su mano opuesta al hombro provocando que se girara llamando de esta forma su atención.  Algo sorprendido preguntó.
¿Sucede algo Sara?
   Con esa sonrisa dulce y picarona que mostraba le respondió con otro interrogante.
   Eso mismo te iba a preguntar. Estás un poco fuera de lugar. ¿Te he molestado?
   Atónito ante la pregunta le aseguró que en ningún momento le había molestado, todo lo contrario, su presencia le agradaba  por su espontaneidad, su sencillez y su saber estar. Había sido educada de diferente manera que el resto de los compañeros que se encontraba allí. Y aunque sus amigos no llegaran a entenderle él le comprendía perfectamente. No solo le entendía compartía totalmente esa forma de actuar.
Sara volvamos tras el servicio con el resto y te explicaré un poco mejor lo sucedido. ¿De acuerdo?
  De nuevo esa sonrisa que le agradaba de forma especial y asintió su petición.  
   La mirada de los componentes de la mesa se clavó en la pareja, mientras que Sara ni lo llegó a captar, él si fue consciente, que el grupo parecía que les recriminasen algo. No podía entender esa falsa moral de la época que le tocó vivir.
   Lo cierto es que la dictadura marcaba mucho a todos los jóvenes de esa gran Nación. Su madre era siempre correcta pero tenía unos ideales que se asemejaban muchos a los de él. En bastantes cosas discrepaban madre e hijo pero siempre respetaba su manera de actuar o pensar.
   Ella siempre le apoyaba alentándole a mantener su verdad aunque estuviese equivocado. Era la única forma de aprender, adaptándose a la sociedad donde le tocaría desenvolverse como adulto. Pero sobre todo admiraba ese espíritu crítico, basado siempre en unos principios demasiado maduros para un joven de su edad. Nunca aceptaba algo porque se lo dijeran, siempre lo contrastaba y analizaba para tomar su decisión. Como muy bien le aleccionaba su madre luego podría estar equivocado y cuando recapitulase y se diera cuenta habría aprendido mucho más que si se lo daba mascado.
   Por el contrario su progenitor le inculcó los valores cristianos bajo la perspectiva del compromiso. Una frase que solía utilizar mucho su padre la tenía siempre presente.
“Siempre que puedas, date a los demás sin esperar nada a cambio, porque si esperas algo, el dar no te resultará gratificante”
   Era un muchacho solidario, comprensivo, le gustaba la discrepancia y basar sus teorías en hechos. Otra de las cosas que le inculcó su progenitor se basaba en otra famosa cita.
   “El término Tolerancia no me gusta. Te coloca en un escalón por encima del otro. Me gusta mucho más la palabra comprensión. Tú podrás o no compartir cuestiones, situaciones, valores, principios, etc. Pero siempre se comprensivo”.
   Llevaba trece años en un colegio religioso y al menos aquella orden lo único que conseguía era alejarle de Jesús. Gracias a su padre mantenía su fe ciega en el mensaje del Creador. El que una chica te diera un beso no tenía que ver nada en absoluto con esa moral desorbitada de aquellos religiosos, o sí una joven por ir con una falda más o menos corta no tenía por qué ser una mujer ligera, pecaminosa. Siempre que hablaba de estos temas con su padre aseguraba que el verdadero mal estaba en la mente de esas personas que les educaron en el miedo. Pero lo cierto es que incluso sus amigos en ese terreno estaban demasiado adoctrinados. La conducta de Sara esa tarde la consideraban poco menos que de una mujer de la calle. Si solo había belleza en aquella amiga, solo había dulzura, espontaneidad. Puf....... como le costaba entender ciertas cosas. Los respetaba pero le resultaba increíble que unos muchachos con la preparación que tenían llegaran a ser tan cerrados.
   Las primeras palabras partieron de él. Deseaba aclarar la breve conversación delante de los servicios en el restaurante. Y no se quedó ahí, de inmediato llevó el dorso de su mano a sus labios descansando en aquella suave mano.
   Acabas como aquel que dice de aterrizar en este país y la mentalidad, como consecuencia de la dictadura, nos ha impuesto su peculiar forma de entender la vida.
  Pronunciaba estas últimas palabras cuando al girar su cara para mirarle fue sorprendido por unos labios tiernos, inocentes, coquetos que con un cierto temor se aproximaban a los suyos.  Fue un contacto, leve, tenue, dulce, encantador y embriagador. Al retirarlos él trató de continuar con su explicación pero de nuevo aquel regalo, aquella boca portando una química placentera volvió a intercambiar una vez más con excesiva brevedad sus químicas.
   Sara se levantó sin soltar la mano de su pareja y juntos regresaron a sus respectivos asientos. Ella se metió de inmediato en la proyección mientras que él, sin despegar su mano de la de ella trataba de ordenar sus ideas, sus pensamientos, pero sobre todas las cosas sus sentimientos. Aquel intercambio químico le resultó altamente gratificante, pero aunque sus hormonas se habían alterado se dio cuenta que aquella mujer no era la designada al principio de la creación. Sin lugar a dudas Sara lo tomó como algo normal, cotidiano en su forma de obrar, de pensar, sin la menor importancia. Esa situación le hizo recapitular y al comprobar cómo en él también le hacía mella esa maldita educación. Por el contrario pudo constatar que la recibida en casa le permitía comprender mucho mejor la actitud y comportamiento de su amiga. Esbozando una leve sonrisa. 
   Cuánta razón tenía su padre al asegurar que la comprensión permitía, aun sin compartir ciertas cosas, unir más a las personas.
   En la soledad de su habitación reflexionaba como tenía costumbre la jornada vivida. Habían quedado en verse en la iglesia de su colegio el grupo completo para asistir a la Santa Misa de los días de precepto. Ellas iban los días de fiesta, como era la costumbre en el país, mientras que ellos tenían misa diaria. En el colegio era obligatorio asistir una hora antes de la jornada colegial para celebrar la Eucaristía. Del mismo modo por las tardes asistían con media hora de antelación para rezar el Santo Rosario. Rematando la semana con las confesiones por parte de todo el alumnado con el tutor de su grupo. Luego a excepción de casos extraordinarios los domingos debían acudir a la iglesia colegial para escuchar la misa correspondiente con todas las familias. Julián era muy crítico con esas costumbres, especialmente por su obligatoriedad. Era creyente pero no le agradaba el ambiente que se daba en esas sesiones de misa, rosario o confesiones semanales. En la mayoría de los casos eran puros papagayos repitiendo una frase tras otra y vuelta a empezar. Entendía la comunicación con el Señor como algo más intimo, más personal, más sincero y siempre se encontraba con la frase de su padre.
   “Tampoco te puede hacer daño. ¿Verdad?”
   Últimamente lo estaba cuestionando muy seriamente. Asegurando a su progenitor que tal vez sería mejor que lo cambiara de centro educativo. No tragaba con tanta falsedad.
   A Sara le chocó el tono del sermón del cura del colegio de sus amigos. Fue salir de misa y comentarlo.  
   ¿Bueno si nosotros que vamos a la iglesia somos los malos, los abocados al fuego de los infiernos, que les pasará a los que no asisten?
   Sonrieron pero Julián pensó que eran palabras para meditarlas muy seriamente. Jesús nunca pregonó de esa forma. Su base era el amor y era necesario llegar a la gente por medio de ese sentimiento y olvidar el de la represión y el castigo.
   Ya había en el país desgraciadamente demasiada gente que se preocupaba por imponer su voluntad por medio del miedo y la falta de libertades.
   Se perdieron de nuevo en la bolera para jugar una partida. Sentados esperando su turno Sara y Julián conversaban sobre la marcha del colegio. Ella se quejaba de la dificultad que encontraba con las raíces cuadradas. Él explicó que era problema de comprensión, ofreciendo su facilidad con las matemáticas para ayudarle. Aprovechó la ocasión y quedó  por la tarde en su casa para que se lo explicara. Aceptó encantado, tras acordar hora y lugar se volvieron a meterse en la partida que les ocupaba.

No hay comentarios: