jueves, 12 de enero de 2012

EL PRIMER AMOR CAPITULO VII - EL INTERNADO

- CAPITULO VII -

- EL INTERNADO -

El nuevo curso estaba a punto de iniciarse. La ropa de vestir y el uniforme del colegio no se incluían en la beca. Elisa era consciente de la reacción del Coeter. Si le exigían soltar un solo real para la escuela se echaría atrás y no permitiría a José comenzar el año académico.

Pero la maestra no se olvidó de Rita. Conversó con Paco y le aseguraron toda la ayuda posible para seguir con la mayor normalidad ese primero de bachiller. Ana que también iba a comenzar el bachiller en un colegio de religiosa ofreció su ayuda, dentro de sus posibilidades. Pues no era precisamente una alumna brillante. La maestra se comprometió a matricularle por libre en el instituto, para presentarse a los exámenes de primero de bachiller en Junio. De los libros, libretas y material del colegio no tenía porqué preocuparse pues ella se encargaría de todo para que aquella inteligente niña no desperdiciara su vida sólo con las labores de la casa. Rita se sentía agradecida y adoraba a la señorita. Hizo una gran amistad con Ana y con su vecino Paco comenzaba a nacer algo más que una amistad.

El día de la partida llegó, sus hermanos mayores se metieron un poco con el chaval al verlo de uniforme.

- ¡Mira! Si parece uno de esos pijos de ciudad que solo piensan en los libros.

O frases como.

- Yo te daría una azada y sabrías lo que es el trabajo. Estudias para no pencar. Igual de vago que los señoritos de ciudad.

Frases de la cosecha de su padre. José sonreía sabía que la incultura de sus hermanos los llevaba a decir esas palabras, se abrazó a su madre y las lágrimas corrieron por las mejillas de Marta. Últimamente florecían en sus ojos con facilidad. Temía que su hijo lo pudiera pasar mal en el internado.

- ¡Madre! No me voy a la guerra.

Comentó mientras añadía.

- Además. El domingo, si no sucede nada, estoy aquí de vuelta.

Cuando fue a despedirse de su padre, éste en tono seco, le dio un bofetón cariñoso en la mejilla y comentó.

- Espero que aproveches el tiempo y te hagas pronto un buen médico. Ya puedes agradecer a tus hermanos que han de cargar con tu trabajo.

Hizo aman de abrazar a su padre pero éste le tendió la mano mientras añadía.

- Si eres un hombre para ir a la escuela no me hagas mariconadas y estrecha la mano.

El niño se quedó un poco cortado le dio un fuerte apretón de manos y se dirigió hacia sus hermanos para despedirse de ellos. Elisa, presente en el acto de despedida, a punto estuvo de saltar, al observar el rechazo del gesto cariñoso. Pero gracias a Dios consiguió controlarse. "Este pedazo de animal no cambiará en la vida". Selló su mano a sus hermanos mayores, en esta ocasión saludaron con cariño, pues aunque se metían con él lo apreciaban. Era un buen trabajador y el primero en arrimar el hombro incluso cuando había terminado su faena, para ayudar al que fuera. Jaime tuvo que morderse los labios para no derramar unas lágrimas, era muy sentimental, cosa prohibida en un hombre de la huerta. Cuando le llegó el turno a Rita se abrazaron con verdadero afecto. Ella no pudo contener las lágrimas y le daba ánimos entrecortados por el sofoco que le dominaba. Él las pudo contener de otro modo su padre le habría lanzado alguna de sus blasfemias habituales. Luego siguió con Andrés, Alfredo, Javier, Pedro y la pequeña Elena.

Finalizada la despedida familiar comenzó con la de los vecinos allí presentes, especialmente se despidió de Paco, también estaba Ana, su vecino había ido a por ella para estar presente en aquella despedida.

Por último se puso junto a Elisa, saludo por última vez al grupo con la mano y desaparecieron por el camino para coger el tranvía con destino al internado. Cuando sus cuerpos se perdieron de la vista de sus familiares, José cogió la mano de su maestra y junto a ella caminaba rebosante de felicidad. Al sentir el contacto de aquella fuerte, pero cariñosa mano, esbozó una sonrisa y se sintió orgullosa de la batalla conseguida ante aquel huertano, padre de la criatura. Adoraba al niño, casi tanto como su madre, y sentía la maternidad al estar junto a él. Subieron en el tranvía. Tan solo había un asiento libre, como su maestra estaba pagando, él, entró y se sentó. Cuando Elisa se puso junto a él, se levantó de inmediato y le ofreció el asiento, pero al ver a una anciana acercándose se disculpó ante Elisa y se lo ofreció. Cada momento, junto aquel niño, le asombraba e incrédula se repetía “Como es posible que esa joya de criatura sea el producto de aquel primitivo huertano. Es todo lo contrario a él. Sensible, cariñoso, servicial, con carácter pero sobre todo tiene muy clara su misión. Algo difícil en un niño de su edad”.

El trayecto fue largo, además, cuando llegaron al centro, tuvieron que coger otro tranvía. El internado se encontraba al otro lado de la ciudad. Durante ese último trayecto Elisa explicó al niño las desviaciones dadas en el sexo. Era anticlerical y había oído las burradas que algunos de esos religiosos cometían con los niños de los internados. Pero su exposición aunque le hubiera gustado exagerar, en ningún momento quiso condicionar al niño. Comenzó diciendo que como en todas las facetas de la vida allí también se daba y lo más probable es que no le sucediera nada.

- Tú no te asustes si te ocurre algo. Preséntales cara. Diles lo que sientes y hazlo en voz alta, en realidad ese tipo de gente es cobarde y en cuanto ven dificultades prefieren esquivarlas, para no ser descubiertos.

Escuchó atentamente. No le entró el menor temor, la forma como se lo presentó Elisa tan solo le había puesto en guardia, ahora sabía como actuar ante una situación así. Se abrazó a su señorita y ella compartió la muestra de cariño de su alumno. Parecían madre e hijo dirigiéndose al colegio. Estaban conversando cuando la anciana se levantó, pues se bajaba en esa parada. Dirigiéndose a Elisa, comentó.

- Siga educando a su hijo de esa forma será un gran muchacho.

Sonrieron, al cruzar sus miradas. En realidad tenía algo de razón, Elisa era su mama adoptiva y la quería casi tanto como a la suya. Por fin se vieron delante de un enorme edificio con ventanas muy pequeñas. Era el internado. Cruzaron unas inmensas verjas y se dirigieron a portería. Un sacerdote, que hacía las labores de portero los recibió, los condujo al despacho del director y tras cerrar la puerta dejó a los recién llegados ante una gran mesa. Detrás de ella una gran mole de carne y huesos los aguardaba poniéndose en pie e invitándoles a tomar asiento ante él, en los sillones del otro lado de la mesa. El fundador de la orden presidía, en un cuadro colgado en la pared, el despacho. En tono suave y cortes se presentó. Cuando lo hicieron ellos, don José, que así se llamaba aquel enorme hombre con cierto tono de sorpresa comentó.

- Así que tenemos a este regalo del Señor ante nosotros.

José elevó levemente la mirada hacia aquel personaje y sonrío. Comenzó un interrogatorio sobre todo tipo de preguntas y temas. El nivel de dificultad iba aumentando por momentos, pero aquella criatura parecía saberlo todo. Incluso cuando comenzó a preguntarle en latín, ante la asombrada expresión de Elisa, el chico las contestó sin el menor fallo. Había estado estudiando, con el cura de la parroquia, durante ese verano. Sabía que si quería hacer cuarto y revalida debía aprenderlo y no perdió el tiempo. La maestra no salía de su asombro, callada y discreta permanecía perpleja ante la caja de sorpresas que era aquella criatura. Don José estaba estupefacto. Al lograr salir de su asombro con ronca y fuerte voz comentó.

- No hay un Pepe malo.

Maestra y director sonrieron ante la frase pronunciada. José al verlos los acompañó. Por fin cuando las preguntas comenzaron a abarcar el nivel de selectividad el niño comenzó a dudar y a no contestar a algunas de ellas. El encuentro duró aproximadamente hora y media. Por fin el cura se levantó, colocando su enorme mano en el hombro del chaval mientras se despedía de Elisa.

- Bueno, José se queda con nosotros, el domingo pueden recogerlo después del desayuno, para estar de regreso a la hora de la cena. Durante el presente año académico se examinará de los cuatro primeros cursos de bachillerato y se presentara a la revalida, si toda marcha como supongo, al siguiente cursará quinto y sexto con su correspondiente revalida. Es un niño que podría muy bien prepararse a Selectividad, pero es mejor no precipitemos. Es muy inteligente y su capacidad de memoria y comprensión en todos mis años dedicado a la docencia no lo había conocido en ningún joven. Nos sentimos muy orgullosos de haberle concedido la beca, pues verdaderamente se la merece. Ahora se lo presentaré al jefe de estudios, él es el que tiene la última palabra en los asuntos académicos, pero no creo que tenga el menor problema.

Maestra y director se despidieron y el niño quedó solo ante el nuevo mundo que se avecinaba.

Aquella mañana se le hizo algo pesada. El verse fuera de su entorno, y rodeado de montones de personas que no conocía, crearon en el chaval cierta molestia y algo de tensión. Se entrevistó con un montón de profesores. Todos deseaban conocer aquel fenómeno de la Naturaleza. Las mismas preguntas una y otra vez, asombros, cumplidos pero no conocía aún a sus compañeros de clase. Cuando la mañana estaba terminando el jefe de estudios le acompañó a cuarto A. Pues los cursos se distribuían por la primera letra del apellido. Todos sus compañeros eran muchachos de catorce años pero, más de la mitad, no tenían ni más estatura, ni más cuerpo que José. No dándole mayor importancia. Pero pronto se dio cuenta que su maestro cometió la primera torpeza. Lo presentó como el niño más inteligente de España, Pepe, el sabio valenciano. Esa última hora de la mañana tuvo que escuchar la primera impertinencia de los graciosos de la clase. Pero había leído en libros de psicología que la mejor forma de combatir esas situaciones era ignorarlas o reírse con ellos. Le presentaron a Julián. Sería su compañero de habitación. Era hijo de un suboficial del ejército y tenía plaza en aquel colegio gracias al cargo que ocupaba en el estado mayor. Era de una familia con pocos recursos económicos, al igual que la de Pepe. Sí. Pepe. Así comenzaron a llamarlo en la escuela y cuando alguien se dirigía a él, siempre lo hacía con ese nombre.

Al terminar la clase, Julián, por orden del jefe de estudios, guió a su nuevo compañero de cuarto hasta la habitación. Colocó sus cosas en el armario y el material de estudio en la mesa que tenía para tal efecto. Mientras ordenaba sus cosas mantuvieron una entretenida conversación.

Julián era un chaval muy reservado, la disciplina en su casa era la tónica habitual y su padre también era de los que les agradaba el palo para la educación. Al contrario que Pepe era un chico frágil y enfermizo. La soltura de su compañero de cuarto le agradó y pronto hizo amistad con él. Cuando le confesó su edad se quedó perplejo, con razón decían que era el sabio valenciano. Ocho años, y en cuarto de bachiller parecía increíble. Julián le confesó que el latín se le había atragantado antes de comenzar a estudiarlo. Pero Pepe le animó y se ofreció para cualquier cosa, eran compañeros y se debían ayudar mutuamente. Julián llevaba ya cinco años, con ese, en el centro. Estaba desde el ingreso y advirtió a su compañero de los problemas y peligros del internado.

- Ten cuidado con el padre Federico, es de los que se suele aprovechar de los pequeños.

- ¡Vaya!

Exclamó José.

- Pues si hay alguno de los que decía Elisa.

Julián había sufrido los abusos de aquel degenerado, pero no se atrevió a confesárselo a su nuevo amigo, era demasiado pronto para confiarle un secreto de esa magnitud y cuando ese nuevo curso le vio ya le había insinuado que lo visitaría.

Fueron a la sala de estudios. Nada mas cruzar el umbral de la puerta y ver la biblioteca, se quedó maravillado, allí iba a disfrutar de lo lindo. Había libros sobre todos los temas. Lo primero en preguntar fue si se podían coger para leer. Por supuesto, pero le advirtió.

- Es el padre Federico el que permite sacar uno u otro libro. A sus amigos no les prohíbe ninguno.

El rostro de Pepe se entristeció aquello sería un grave problema para sus ansias de leer. Pero se las agenciaría como fuera para conseguir los libros que le interesaran. Durante la hora de estudio repasó con su compañero las primeras clases en las que él no había asistido por estar con el director y el jefe de estudios. Tomó sus apuntes y comenzó a leerse los temas tratados. Preparó varias notas para poder ampliar conocimientos y luego repasó los temas que tendría para el día siguiente. La hora de estudio se le hizo corta. La campana llamaba a los niños al comedor. Subieron a las habitaciones dejaron el material de clase y tras lavarse las manos bajaron al comedor. Todos permanecían de pie junto a su plato. Un alumno leyó un pasaje de los evangelios y tras bendecid Don José se sentó junto al resto de los sacerdotes y comenzó a comer. De inmediato todos los niños se sentaban para hacerse con el plato. Aquella comida no era tan agradable como la de su madre pero la cantidad era muy superior a la que comía en casa. Devoró el plato con prontitud y pudo repetir de los platos de algunos compañeros. Cuando el director terminó se puso en pie. El resto, como un resorte, se levantaron y cogiendo sus bandejas esperaron en cola hasta entregarlas con los desperdicios.

Tenían hora y media para descansar. Se metieron en la habitación y mientras Julián optó por tumbarse en la cama y relajarse, Pepe comenzó a repasar los primeros temas de las asignaturas de esa tarde. Se anotaba las posibles dudas así como las ampliaciones a buscar para completar mejor el tema.

Cuando se levantó, para estirar un poco las piernas, se subió a la silla para mirar por la pequeña ventana del cuarto y pudo ver una pequeña huerta en el patio. Le llamó la atención unos tubos grandes forrados de papel transparente conteniendo en su interior una gran variedad de plantas. Preguntó que era aquello y Julián medio dormido le contestó.

- Es la huerta de la congregación y del padre Andrés, un ex-universitario de ingeniería agrónoma, aunque no estoy seguro si terminó la carrera. Se encarga de cuidarla y hacerla productiva para el resto de la orden.

Había terminado los deberes y decidió tumbarse los quince minutos restantes hasta la reanudación de las clases.

Aquello si era vida, se podía estudiar todo el tiempo y descansar hasta aburrirte. Lo primero en acudir a su mente fue el padre Andrés intentaría conocerlo para preguntarle cosas sobre su huerta. Tal vez él podía darle algún consejo, pero sobre todo aprender. También pensó que si había estudiado ingeniero agrónomo tendría libros sobre el campo, y con un poco de suerte se los dejaría... Aprender de ellos para luego transmitir esos conocimientos a sus hermanos. Sus pensamientos fueron interrumpidos por Julián que le daba prisas, pues era casi la hora de clase. Cogieron los libros y bajaron a toda pastilla.

Durante las clases Pepe preguntaba todas aquellas cosas que deseaba ampliar, contestaba con brillantez cuando le preguntaban y sus maestros comenzaban a darse cuenta del fenómeno que tenían en el aula. Sin el menor aire de superioridad, con una humildad que rayaba la esclavitud pero con un criterio firme y razonado cuando no estaba de acuerdo en algo.

Finalizadas las clases, dos horas de estudio antes de la cena. Tras las mismas, dos horas libres, todo el mundo en la cama y con las luces apagadas.

Aquel día lo recordaría toda su vida. Había sido maravilloso. Llevaba casi desde que nació acostándose después de las doce y levantándose a las cinco o seis de la mañana. No tenía sueño, pero se tumbó en la cama y comenzó a recordar a su familia, a Elisa, a Ana y tantas y tantas cosas de casa y de su primer día en el internado.

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